
Esta carta que te escribo,
Francisco, juglar de Dios,
es la divisa en que pongo
descubierto mi corazón:
las mujeres en la plaza
se burlan de tu inspiración
que ha bajado de los cielos
en un seráfico color;
que, frente a tu rebeldía,
los galanes cobardes son,
quienes quieren desposarme
con afeminado jubón.
Cuando te vi en la plazuela
juzgado como vil ladrón,
por donar las mercancías
de tu padre, el epulón;
yo me dije: qué sublime
el porte de este varón
que desprecia estas prendas
por un divino galardón.
Desde entonces yo quise,
–perdona mi indiscreción–
casarme sólo contigo
y parirte una legión…
…de lázaros y leprosas
que hubieran hollado el honor,
el dinero y los placeres
como tú, en esa ocasión.
Yo soy mujer pobre y fea
aunque de la nobleza soy;
soy clara, aunque mi alma
está tostada por el sol.
Yo no te ofrezco descanso,
desposada a tu misión,
sino lecho de santidad,
de fragancia para Dios;
como un lirio en el huerto,
yo aspiro a ser humilde flor
en los jardines del cielo
regados por nuestro Señor.
El viento esparce la fama
de tu entrega y donación
a una cruzada más noble:
de la sagrada religión.
No desprecies esta mujer,
no me desprecies, por favor,
acéptame como sierva
en tu sola jurisdicción.
Yo me cortaré el cabello
de mi vanidad y ambición,
y brillará mi belleza
más altiva en mi humillación.
Pasaré la noche oscura
y llegaré a la habitación
de mi Esposo verdadero,
llevada por divino amor…
Guíame, noble escudero,
Francisco, bufón de Dios,
cántame la copla santa
de nuestra mística unión.
Daniel Ocampo Frutos, Círculo Tradicionalista Enrique Gil Robles, Salamanca.
Deje el primer comentario