
Aunque la «inteligencia artificial» ha existido desde hace décadas, solo en los últimos años ha adquirido gran relevancia pública, gracias a herramientas generativas de fácil acceso que en cuestión de meses vienen siendo adoptadas masivamente y de manera cada vez más acelerada. Se trata de ChatGPT, Meta AI, Gemini y otras similares. Estas son capaces de redactar un texto a pedido, dar un consejo médico, resumir un libro o, aún mejor, mejorar la calidad de redacción de uno mismo. Inclusive, pueden «iniciar una conversación» sobre un tema que, por vergüenza, no se desee tratar con una persona de verdad. Los motivos son tan variados como también lo son los usuarios. Y, sin embargo, como estar en este mundo sin ser del Mundo no es tarea fácil, entre esos peculiares usuarios se encuentran la inmensa mayoría de bautizados, quienes han recibido, o incluso abrazado, estas nuevas tecnologías sin meditar si acaso, con ello, no se está entregando algo a cambio.
¿No será que, a cambio de ese texto bien escrito, ese consejo, o ese resumen, haya algo muy preciado a lo que se está renunciando? Dejemos de lado las discusiones sobre el acceso a nuestra privacidad que tienen compañías como OpenAI o Facebook, y todos los datos personales que uno mismo les suele entregar casi sin reflexionar. Es más, dejemos de pensar un momento en las grandes agendas ideológicas que han encontrado una enorme recepción y distribución en estos «chatbots». Todo eso, en realidad, es harina de otro costal.
Elevemos la mirada muy al margen de aquellos problemas: ¿Qué tienen en común ese escrito, ese consejo, ese resumen que se le pide a ChatGPT? ¿Qué se ha «ahorrado» en todos esos casos? Nuestro tiempo y nuestro esfuerzo. ¡Qué maravilla! La humanidad podrá, ahora sí –como si ya no lo hubiera logrado antes–, ahorrar bastante más tiempo y esfuerzo, y conseguir el mismo resultado…o eso parece.
Muchas personas se regocijan porque son capaces de «ahorrar» inmensas cantidades de tiempo, por ejemplo, al no tener que mejorar su estilo de redacción porque la nueva «IA» lo hace por ellos. O en el otro extremo, ahora también es posible «ahorrar» unos minutos de nuestra efímera vida al no tener que buscar un resumen escrito por alguien más en internet, sino que con uno autogenerado y relativamente preciso basta (y sobra).
Elevemos la mirada más allá de ese texto bien redactado, de ese resumen, de ese resultado puramente material. ¿Quién ha dado ese resultado? ¿ChatGPT? No, la pregunta de fondo es «¿quién?». Sin embargo, una vez que uno piensa lo suficiente, la respuesta es, en el fondo, «nadie». ¡Sí, nadie! Porque la respuesta no es un «quién», sino un «qué». Por medio del lenguaje contemporáneo, se nos ha vendido la idea de que estamos frente a otro tipo de inteligencia. Así como se habla de inteligencia emocional, de inteligencia interpersonal, de inteligencia lógico-matemática, ahora también hay que incluir a la «inteligencia artificial». ¡Faltaría no más inventarse que las «IAs» podrán tener «voluntad artificial» y que podrán convertirse en el futuro «homo artificialis»! Es un absurdo, y sin embargo, Isaac Asimov ya fantaseaba al respecto cuando hablaba de su «hombre bicentenario». Si hoy en día, para muchos, los animales ya son tan o más valiosos que las personas, ¿quién dice que las máquinas no lo serán?
Actualmente, Meta (antes Facebook) se encuentra desarrollando lentes con cámara incluida que permitan acceder a Meta AI en todo momento. La publicidad que nos muestra [1] es, naturalmente, una mujer hablando con la «IA», saludándola (como ya se hacía antes con «Siri» de Apple o con «Alexa» de Amazon), y pidiéndole que «mire» el edificio que tiene en frente, y que le «cuente» más sobre él. OpenAI, por su lado, en la página de presentación de ChatGPT [2], lo promociona diciendo que éste «escribe, tiene lluvias de ideas, edita y explora ideas contigo», como si de un secretario amigable se tratase. Es por eso que ejemplifican a un usuario pidiéndole algo con la fórmula «Can you…?» («¿Puedes…?»), como si hubiera un «tú» (es decir, un «quién») que le responde del otro lado de la pantalla. Téngase por seguro que nada de esto es casualidad.
A pesar de todo este panorama, la verdad metafísica –obstinada e inmutable como ella sola– es indiferente a las fantasías de los hombres: la inteligencia es y siempre será una potencia espiritual, y jamás un algoritmo lleno de ceros y unos podrá conseguir, ni siquiera de lejos, una verdadera inteligencia artificial. Es solo una mera apariencia que, junto a la ingeniería del lenguaje, se está utilizando para cautivar. Si bien puede ser asombroso ver que un programa ejecutable en nuestra computadora sea capaz de responder con lenguaje aparentemente humano prácticamente cualquier cosa que se le pregunte, no debemos perder de vista que esta respuesta no es sino una mera combinación de palabras producto de largos y complejos algoritmos digitales. Así como una calculadora no sabe lo que es un número, ninguna «inteligencia artificial» –que, en puridad, no es más que una calculadora muchísimo más compleja– es ni será capaz de realmente entender nada de los resultados que genera.
En cambio, estimado lector, nosotros, hombres de carne y hueso, sí tenemos inteligencia, porque así el Señor, Creador de lo invisible y lo visible, lo ha decidido y nos la ha otorgado. Y, en efecto, nos la ha brindado precisamente para que la usemos virtuosamente, lo cual será motivo para una próxima reflexión.
A. F. Ayque Goicochea, Círculo Tradicionalista Blas de Ostolaza
[1] https://ai.meta.com/meta-ai/
[2] https://openai.com/chatgpt/
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