¿Las «IAs» también van al Cielo? (y III)

EL ÚNICO VERDADERO PROGRESO, PARA EL CUAL NO SE NECESITAN «NUEVAS INTELIGENCIAS», ES EL PROGRESO DE LAS ALMAS AL CIELO, CUYOS MEDIOS PROVEERÁ LA PROVIDENCIA DIVINA

“El Ángelus” (1859) de Jean-François Millet.

Habiendo concluido que las «nuevas inteligencias» tienden no solo a atrofiar nuestra propia inteligencia (y con ello, el mérito sobrenatural), sino también a restar valor a la del prójimo porque se necesita menos de él, cabe aclarar que es evidente que usar ChatGPT no es sinónimo de ser necio ni individualista. No obstante, debe entenderse que es aquello a lo que estas herramientas nos están llevando por su propio diseño, porque, nuevamente, ninguna herramienta es neutra y, si uno llega a tener que usarlas, no debe dejar de tener eso en mente.

De lo contrario, acabaremos normalizando el uso desordenado de estas tecnologías, como actualmente las va aplicando el Mundo, queriendo inmiscuirlas en absolutamente todos los ámbitos de nuestras vidas, bajo la excusa de la «novedad», del «progreso», del «bienestar», incluso reemplazando a los humanos en labores que nos son totalmente propias: desde la creación artística hasta simular ser una pareja romántica [1] o, inclusive, un familiar recientemente fallecido [2] –porque claro, hoy por hoy, aquello de rezar ya no se le da muy bien a la mayoría de la gente–.

Ahora bien, volviendo a las herramientas de uso más general, examinemos un momento las motivaciones de Meta y OpenAI. En la página de presentación de su asistente de «IA» [3], Meta promociona que «Meta AI te ayuda a aprender, a crear y a conectarte de nuevas maneras», y que nuestro «asistente creativo de confianza» nos permitirá «conectar más profundamente con las personas y las cosas que nos importan». Como ejemplos de esta profunda «conexión», muestra un grupo de amigos que piden a la «IA» que les dé ideas para una cena vegetariana. Por su parte, OpenAI [4] promete que con ChatGPT se podrá «resumir reuniones, encontrar nuevos entendimientos, incrementar la productividad», y ofrece ejemplos de peticiones a la «IA» como «Escribe un texto pidiéndole a una amiga que me acompañe como mi pareja en una boda» o «Planifica un día de salud mental para ayudarme a relajarme».

Por si no bastaban los razonamientos que hasta ahora se han aducido, las mismas empresas que desarrollan estas tecnologías confirman a su vez nuestras conclusiones: están hechas precisamente para cambiar enormemente –o bien podríamos decir «revolucionar»– la manera en la que la gente aprende, trabaja y se relaciona, tanto consigo mismo como con los demás, modificando –o mejor dicho, distorsionando– la concepción misma de lo que significa realmente la creatividad y el entendimiento. Y aunque hemos visto que no se trata de un cambio para mejor, tengamos por seguro que seguirán ajustando estas herramientas y perfeccionándolas para conseguir dicho objetivo.

Todo esto es lo que el Mundo conoce como «progreso». El Mundo, ese enemigo al que nunca le ha interesado la salvación de las almas, trata a estas «inteligencias» como máquinas poderosas que son capaces de producir resultados iguales a los que se llegarían con el esfuerzo humano, y por eso buscan que hagan lo que ordinariamente nosotros haríamos. Nada de esto nos debería extrañar, porque, como se ha mencionado, es una herramienta diseñada con la mentalidad del Mundo. Sin embargo, nosotros, que somos cristianos, sabemos que eso no es normal, ni natural, ni ordenado, porque sabemos que las «IAs» no van al Cielo. Al contrario, lo que deberíamos preguntarnos es si en una sociedad realmente cristiana se darían las circunstancias económicas y las estructuras de pecado –monopolios absolutos, tráfico de información, etc.– que han permitido el desarrollo de estas tecnologías, o si más bien se trata de una herramienta diseñada por el Mundo, para ofrecer «soluciones» del Mundo a «problemas» del Mundo.

En cambio, el cristiano sabe que el verdadero progreso humano no se encuentra en la tecnología, ni en la rapidez, ni en la productividad, ni en la abundancia material, sino que se cifra en una sola cosa: acercarnos al Cielo. «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán» (Mateo 6, 33). Por lo tanto, el único verdadero progreso, para el cual no se necesitan «nuevas inteligencias», es el progreso de las almas al Cielo, cuyos medios proveerá la Providencia divina.

Ahora, para terminar, una breve reconsideración: se ha mencionado, anteriormente, que conseguir resultados sin recurrir a las «inteligencias artificiales» puede tomar más tiempo, pero creo que es más apropiado decir que nos va a tomar tanto tiempo como antes, porque nuestras vidas, estimado lector, llevaban ya varias primaveras antes de que surgieran estas tecnologías, y no es que, por pasar de ellas, haremos las cosas «más lento», sino que las haremos «como siempre». Si el ritmo de la vida moderna se va acelerando, facilitando cada vez más el desorden y el frenesí, es porque nosotros aceptamos masivamente (como una masa impensante e intemperante) las herramientas que permiten que, desde afuera, nos aceleren la vida al introducirnos en el Mundo y hacernos realmente creer el cuento de que «la vida es corta».

La vida es corta y eso está bien, porque nuestro destino no está aquí. Eso debe motivarnos a cumplir con nuestros propósitos aquí en la tierra, pero a la vez no afanarnos por querer hacerlo todo como sea y valernos de cualquier medio que nos presente el Mundo para «hacer más» sin evaluar su impacto en nuestra alma y en la del prójimo.

A. F. Ayque Goicochea, Círculo Tradicionalista Blas de Ostolaza

[1] Véase la empresa Paradot.

[2] Véanse las empresas Storyfile y Eternos.

[3] https://ai.meta.com/meta-ai/

[4] https://openai.com/chatgpt/

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