La proliferación de los círculos de lectura de manera paralela a los propiamente organizativos de la Comunión Tradicionalista, tanto en las Españas peninsulares como en las de ultramar, en adición a los esfuerzos individualmente encaminados a la propia formación por parte de muchos simpatizantes, nos ha impulsado a realizar algunas recomendaciones respecto de la obra escrita del P. Alfredo Sáenz, S. J., sacerdote argentino a quien pedimos a la Providencia guarde muchos años más.
Uno de los signos de la cabeza católicamente amueblada consiste en comprender que, así como hay autores cuyo pensamiento se encuentra genéricamente encaminado a la Verdad, a pesar de haber caído en algunos detalles erróneos, también hay autores —como los modernos— cuyo pensamiento no está orientado hacia la Verdad, aunque contenga algunos detalles verdaderos.
Es una distinción fundamental que podría considerarse de sentido común, de madurez intelectual y de criterio, aunque hoy rara vez se le encuentre, por ejemplo, en las facultades de Filosofía, empeñadas en obscurecer la distinción mencionada y en colocar a todos los autores en el mismo plano, como si todos tuvieran igual mérito y fueran igualmente conducentes a la verdad.
Para evitar los dogmatismos ideológicos es necesario reconocer que en la obra de todo autor siempre hay algo de verdadero: no hay autor alguno que contenga sólo errores. De hecho, el Diablo se sirve de las perlas de verdad que se encuentran en los autores genéricamente desorientados para pescar a los incautos mediante su belleza, anzuelo sin el cual no serían posibles sus planes. Por los elementos verdaderos los atrae, y una vez en la trampa los hace fish & chips, pues si de algún atributo diabólico podemos tener certeza, es de su anglofilia.
En los autores genéricamente orientados a la verdad es posible encontrar, a su vez, detalles erróneos, porque por virtud de nuestra naturaleza herida por el pecado original nadie está exento del error, errores que, sin restarle mérito a su obra, no dejan de ser secundarios y que sus lectores debemos tomar en cuenta con espíritu de piedad filial. Pues bien, después de haber estudiado casi la totalidad de la obra del P. Alfredo Sáenz, creemos que se encuentra entre éstos, lo que tiene mérito adicional dada la presente situación de la Compañía de Jesús, a la que por razones familiares tenemos un cariño especial.
La obra del P. Sáenz no sólo nos parece en general recomendable por su contenido, sino por su especial calidad pedagógica. No sólo es capaz de atrapar la atención de los adversos a las letras y de los adversos a la fe —de lo cual tuvimos amplia experiencia en nuestros años de docencia universitaria— sino que funciona como excelente escalón hacia textos de mayor complejidad que requieren formación previa. Nuestra experiencia docente fue el uso fructífero de los libros del P. Sáenz para de ahí escalar a los de Rubén Calderón Bouchet, el autor hispanoamericano más formativo, y a quien el propio P. Sáenz cita y sigue en muchos puntos.
Son especialmente recomendables sus libros Rusia y su misión en la Historia (1989), El ícono. Esplendor de lo sagrado (1991), La Cristiandad y su cosmovisión (1992), y los tomos I a XI de La nave y las tempestades —que es una suerte de Historia de la Cristiandad y su destrucción—. Puede ser llamativo que no extendamos la recomendación al tomo XII de la última obra mencionada, que versa precisamente sobre Méjico, de lo cual daremos razón a continuación, pues debemos también formular advertencias.
Las partes erróneas de la obra del P. Sáenz, respecto de las cuales quisiéramos advertir a nuestros correligionarios, son: 1) el capítulo VII de sus Siete virtudes olvidadas (1998), relativo al patriotismo, en que mezcla las verdades del patriotismo clásico como virtud con los errores del nacionalismo moderno como ideología, error que habría evitado si hubiera seguido a Calderón Bouchet en Nacionalismo y Revolución (1983); 2) el apéndice del tomo IX de La nave y las tempestades, en que compara a los secesionistas rioplatenses con los contrarrevolucionarios franceses, engaño que en Méjico entendemos con cierta facilidad porque, si bien nuestra secesión revolucionaria fue iniciada por los jacobinos, fue consumada por los girondinos; y 3) dentro del tomo XII de La nave y las tempestades, la primera parte, relativa a la Revolución Novohispana de 1821, porque en ese punto siguió excesivamente a su hermano de orden, el P. Mariano Cuevas, S. J., quien cayó en el típico error ultramontano de considerar católicas las tesis girondinas sólo por ser menos agresivas con el clero, además de no haber hecho suficientes advertencias contra el pensamiento democristiano del que los propagandistas del movimiento cristero hicieron gala, incluso en detrimento de la causa.
No deja de ser peculiar que, así como al P. Sáenz resultó llamativo que Hillaire Belloc hubiera creído que la Revolución Francesa era compatible con el catolicismo en la doctrina, aunque no lo hubiera sido en los hechos por razones meramente contingentes, el propio P. Sáenz, tan estudioso de la Revolución Francesa —a la cual destinó cuatro tomos—, no haya notado que las revoluciones indianas fueron réplicas o reproducciones de esa misma Revolución en tierras americanas, si bien en algunos casos —como en la Nueva España— con las moderaciones propias de la facción girondina.
Los detalles erróneos de la obra del P. Sáenz —los tratamos como detalles porque no nos parecen centrales en su obra— derivan todos de su ferviente nacionalismo, cuya furia en Méjico también entendemos porque el nacionalismo argentino es el más visceral del continente después del nuestro. El P. Sáenz tiene discípulos en su país natal por los que resulta tentador juzgarle a él, máxime porque se trata de nacionalistas estridentes que se obstinan en seguirle sólo en los detalles erróneos, dejándonos a otros, quizá providencialmente, el resto de su obra.
Rodrigo Fernández Diez, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta de Méjico.
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