
Hoy en día nos resulta familiar la descripción de «una ousía y tres hipóstasis» como el modo correcto de concebir al Dios único y verdadero (en la medida en que pueda ser comprensible en esta vida el misterio de la Santísima Trinidad). Pero la historia de la lucha contra la herejía arriana, que cubre casi todo el siglo IV, nos muestra a su vez las grandes dificultades que hubo de superarse, dentro del campo ortodoxo, para llegar a la citada fórmula; dificultades que surgían con ocasión de la progresiva introducción del lenguaje filosófico griego como herramienta provechosa para la mejor expresión del dogma teológico: en particular, el uso de la palabra homoousios, adoptada al objeto de reflejar con exactitud la realidad de la unidad divina del Padre y el Hijo.
Canals Vidal, en su libro Los siete primeros Concilios. La formulación de la ortodoxia católica (2003), hace referencia a esa «discusión sobre las distintas terminologías, sobre las palabras adecuadas para expresar los conceptos», ya que al no estar «desarrollado todavía este sistema de conceptos en la terminología del siglo IV, se comprende la dificultad gravísima creada por las diferencias terminológicas trinitarias» (pp. 64-66).
Un primer problema radicaba en la polisemia del vocablo filosófico ousía, pues Aristóteles lo utilizaba por igual para designar dos cosas distintas. Esta equivocidad persistía todavía en los tiempos de Santo Tomás de Aquino, quien consagró el Artículo 2, Cuestión 29, Parte I de su Suma Teológica al esclarecimiento de algunas nociones metafísicas, incluida la que nos ocupa. «Según el Filósofo [= Aristóteles] en V Metafísica –señala el Doctor Angélico–, [ousía] tiene dos acepciones: 1) Una, por la que [ousía] es tomada como la esencia de algo, y se la indica con la definición, y, así, decimos que la definición expresa la [ousía] de algo. Esta [ousía] los griegos la llaman ousía, y que nosotros podemos traducir por esencia. 2) Otra acepción es la de [ousía] como sujeto o supuesto que subsiste en el género de la [ousía]. Esta acepción, en su sentido general, puede ser denominada con un nombre intencional. Es llamada supuesto. Hay también tres nombres con los que se expresa y que corresponden a la triple consideración que puede hacerse de la [ousía], a saber: realidad natural, subsistencia e hipóstasis» (trad. ed. B.A.C. Los subrayados son del texto original). Aristóteles, con el fin de proporcionar alguna distinción entre ambas acepciones, hablaba de ousía primera para referirse al sujeto personal o subsistente, y que los griegos acabarían equiparando con el vocablo hipóstasis; y de ousía segunda, para referirse a la esencia o naturaleza, que es el significado con el que los griegos terminarían identificando la palabra ousía propiamente dicha.
A todo esto había que añadirle un segundo problema derivado de las traducciones del léxico griego al idioma latino, que complicaba aún más el asunto. La voz ousía se traducía al latín con el término substancia, cuando en realidad el equivalente morfológico y etimológico de substancia corresponde a la palabra griega hipóstasis. En puridad, lo suyo hubiese sido que al griego ousía le hubiese correspondido en latín el nombre de esencia. Con el tiempo se consolidó la palabra latina subsistencia, con la que se mantenía, ya sí, una perfecta relación, no sólo morfológica, sino también semántica, con su equivalente griego hipóstasis. Substancia, como era tradicional, quedó reservada para traducir ousía, trasladándose así también a la lengua latina la misma ambigüedad que ostentaba dicha palabra en la cultura griega, como bien remarcaba asimismo Santo Tomás en el lugar citado: «Así como nosotros [= los latinos] decimos que hay tres personas y tres subsistencias divinas, los griegos dicen que hay tres hipóstasis. Pero como la palabra substancia, cuyo significado propio corresponde al de hipóstasis, para nosotros tiene un sentido equívoco, pues unas veces significa esencia y otras hipóstasis, para no inducir a error, prefirieron traducir hipóstasis por subsistencia más que por substancia» (trad. ed. B.A.C.).
Se suele considerar como primera manifestación de esta confusión lingüística el intercambio de cartas que hubo a mediados de la década de los sesenta del siglo III entre el Papa San Dionisio y su tocayo el Patriarca de Alejandría, con motivo de unas acusaciones vertidas por algunos fieles contra éste de atentar contra la unidad divina del Padre y el Hijo al sostener la tradicional fórmula alejandrina de «las tres hipóstasis». En la carta que le envió el Santo Padre para confirmarle en la fe, aparece por primera vez la expresión homoousios para definir dicha unidad en la divinidad. Los fragmentos conservados por San Atanasio de la carta de contestación de San Dionisio de Alejandría muestran el carácter infundado de aquellas acusaciones, así como la buena voluntad de querer llegar a una expresión común de la misma recta fe compartida. El más interesante es el fragmento cuarto, en que el alejandrino subraya que «la acusación que presentan contra mí es falsa, como si no afirmara que Cristo es consubstancial [homoousion] a Dios. De hecho si digo que esa palabra no se encuentra ni es reconocida en ningún lugar de las Santas Escrituras, de todos modos, mis conclusiones no se apartan del concepto, cosa que [los adversarios] han callado»; y añade seguidamente algunas «comparaciones de connaturalidad» –meramente aproximativas, como él mismo reconoce– para expresar la realidad trinitaria, como la descendencia humana, en que padres e hijos son «del mismo género» [homogene], o como «la planta crecida de la semilla o de la raíz», en que ambas son «de la misma naturaleza» [homophyes] (trad. Acta Synodalia, B.A.C., 2016, p. 141). Mientras que el Papa podía recelar de que a la fórmula «tres hipóstasis» se le pudiera dar el sentido heterodoxo de «tres substancias o esencias», incurriéndose en el error del politeísmo destructor de la unidad divina, el Obispo de Alejandría recelaba de que la expresión homoousios o consubstancial pudiera ser heréticamente interpretada en el sentido de una sola hipóstasis o persona en la divinidad (de ahí su preferencia más bien por los términos congénere o connatural), incurriéndose en la herejía judaico-monarquiana o antitrinitaria (en la que sólo se reconoce una Persona y no tres en la común divinidad única).
(Continuará)
Félix M.ª Martín Antoniano
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