La primera parte del artículo puede consultarse aquí:
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El Concilio de Nicea (325), I Ecuménico, en donde prevaleció la tradición formularia romana, no consiguió eliminar del todo estos equívocos. Entiéndase bien que todos estos contratiempos verbales accidentales se generaban entre los que buscaban con sinceridad la recta manifestación de la fe trinitaria: ni la más exacta o meticulosa formulación sería capaz de superar jamás la mala disposición o voluntad de un hereje empeñado en querer interpretarla heterodoxamente conforme a sus particulares ideas; contrástese, en cambio, con la actitud de un San Atanasio, que –conforme relata Canals Vidal– en el Sínodo niceno, «ateniéndose a las cosas y dejando a cada uno en posesión de sus palabras –según le elogió años después San Gregorio Nacianceno–, aceptó la ortodoxia de los que hablaban con terminología distinta de la que él había empleado hasta entonces de las tres hipóstasis en la Trinidad» (op. cit., p. 56), que era la terminología propia de la tradición formularia alejandrina que vimos antes manifestada por el Patriarca San Dionisio.
En el Símbolo de Fe del Concilio se proclamaba que Jesucristo era «Hijo de Dios, Unigénito engendrado del Padre, es decir, de la ousía del Padre», y que también era «homoousion con el Padre». Ahora bien, después del Símbolo se adjuntó un anatematismo en el que se condenaba a aquellos que afirmaren, entre otras cosas, que el Hijo de Dios «fue creado de la nada, o de otra hipóstasis o ousía» (Acta Synodalia, p. 275). Como en esta última frase parecía identificarse los términos de hipóstasis y ousía como sinónimos, esto podía conducir a interpretar las expresiones del Símbolo antes mencionadas en un sentido monarquiano o unipersonal de Dios, suscitando la consiguiente repulsa del término homoousios en personas de buena fe.
Habrá que esperar a los luminosos trabajos de San Gregorio Nacianceno, y de los hermanos San Basilio Magno y San Gregorio de Nisa, para que finalmente se aclaren suficientemente las anfibologías del lenguaje filosófico aplicado a la Teología, consagrándose gracias a ellos la fórmula definitiva de «una ousía y tres hipóstasis», o como decimos los latinos, «una substancia, y tres personas». «La doctrina de los Padres Capadocios –concluye Canals Vidal– llevó a distinguir con mayor precisión los términos ousía e hipóstasis, significando aquél la “esencia” y éste el “sujeto personal subsistente”» (op. cit., p. 57).
Así quedó establecido en el Concilio de Constantinopla (381), II Ecuménico, que puso final feliz a todo este «pequeño» embrollo lingüístico que se había originado en el lado de los ortodoxos o bienintencionados griegos y latinos en su combate común contra toda herejía a lo largo del siglo IV. En el Símbolo constantinopolitano se mantiene –como bien sabemos al recitarlo en la Misa– la fórmula nicena «consubstancial (homoousion) al Padre»; pero esta vez, al parecer, no se incluyó a continuación el antedicho anatematismo, probablemente por ser fuente, como vimos, de potenciales malentendidos. Al igual que ocurre con el Concilio de Nicea, tampoco se conservan las actas del de Constantinopla, por lo que, para conocer el contenido doctrinal de este último, hay que acudir a una carta que los Obispos orientales enviaron al Papa San Dámaso en el que ratifican los puntos tratados en el Sínoco Ecuménico. En esa epístola afirman, entre otras cosas, lo siguiente: «Por ello esta [fe] debe ser aceptada tanto por nosotros, como por vosotros y por todos los que no deforman la enseñanza de la verdadera fe, la cual es antiquísima y coherente con el bautismo, que nos enseña a creer en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, dado que claramente cree en una única divinidad [theotetos], potencia y substancia [ousías] del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, de igual honor en cuanto a la dignidad y coeterna en cuanto a la majestad, en tres perfectísimas hipóstasis, es decir, en tres perfectísimas personas [prosopois]. Así no hay lugar para la enfermedad de [los monarquianos] por la confusión de las hipóstasis o bien por la eliminación de las propiedades [idioteton]; ni tampoco se fortalece la blasfemia de los […] arrianos […], que dividen la substancia [ousías], la naturaleza [physeos] y la divinidad [theotetos], e introducen en la Trinidad increada, consubstancial [homoousio] y coeterna, una cierta naturaleza [physeos] posterior, creada y de diferente substancia [heteroousiou]» (Acta Synodalia, p. 865).
Así pues, quedaban netamente diferenciadas las palabras hipóstasis y ousía, y se identificaba esta última con la esencia o naturaleza, o sea, lo que Aristóteles denominaba ousía segunda (deutera ousía), y en latín convencionalmente se terminó designando con la palabra substancia. Este significado definitivo se confirma en el Concilio de Calcedonia (451), IV Ecuménico, en cuya Sesión quinta se aprobó un Credo que aparecía en sus actas precedido por los dos Símbolos de Nicea y Constantinopla. En el Símbolo calcedonio, destinado principalmente a clarificar la correcta inteligencia del dogma de la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, se proclamaba que «se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo Unigénito, en dos naturalezas [physesin], sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas [physeon] de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades [idiotetos] de cada una de las naturalezas [physeos] y confluyen en una sola persona [prosopon] y una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas [prosopa], sino uno solo y el mismo Hijo Unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo» (Enchiridion, trad. ed. Herder, 22017, p. 163). Y un poco antes, para despejar cualquier duda sobre el significado de ousía como sinónimo de naturaleza, se declaraba: «Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad [theoteti], y perfecto en la humanidad [anthropoteti]; verdaderamente Dios, y verdaderamente hombre [compuesto] de alma racional y cuerpo; consubstancial [homoousion] con el Padre según la divinidad [theoteta], y consubstancial [homoousion] con nosotros según la humanidad [anthropoteta]» (ult. op. cit., p. 162).
(Continuará)
Félix M.ª Martín Antoniano
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