La precisión terminológica en la definición del dogma trinitario (y III)

Que en un momento de la Historia de la Iglesia ésta formalice una palabra para explicitar, o expresar con precisión, un determinado misterio del inmutable depósito de la Fe, no quiere decir que la Jerarquía y los fieles tuvieran una falsa concepción, o incluso un desconocimiento, de ese misterio antes de la aparición del término

Adoración de la Santísima Trinidad, Alberto Durero (1511)

La anterior parte de este artículo puede leerse aquí:

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El Maestro Canals Vidal, en una nota a pie de página de su libro mencionado, se sirve de todos estos testimonios para dictaminar como injustificada la alarma que pudieran tener algunos católicos ante la traducción al romance del término consubstantialem (del tradicional Credo latino) mediante la expresión de la misma naturaleza, con la cual no quedaría claro, según esos católicos, «que el Verbo sea un solo Dios con el Padre, al no quedar expresada la no multiplicabilidad de la naturaleza divina». Y, tras recordar las últimas frases que hemos reproducido del Concilio de Calcedonia, el Profesor catalán comenta que lo contenido en ellas «implica en Dios, por su simplicísima unidad, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios, mientras que no implica que nosotros seamos un mismo sujeto humano con Jesús» (op. cit., p. 58). Aunque, estrictamente hablando, es cierta, como hemos comprobado, la equivalencia conceptual entre substancia y naturaleza, pensamos que aquí Canals eludió o evitó plantearse la verdadera cuestión fundamental en liza: dados los precedentes enormemente problemáticos –como él mismo reconocía– que se sufrieron para conseguir finalmente concordar el lenguaje filosófico entre los griegos y los latinos (al servicio de una misma y recta noción teológica desde siempre poseída y profesada), ¿se podía considerar una medida prudente arrumbar la lengua común litúrgica de los católicos latinos para sustituirla por el babilónico conjunto de todos los idiomas nativos, dando así cauce a que se renovaran ad infinitum todas aquellas antiguas complicaciones nominales?

En cualquier caso, suscribimos completamente la advertencia que recoge el ilustre Catedrático de Metafísica en otra nota a pie de página, en la que rechaza la interpretación que un cada vez mayor número de patrólogos católicos durante el último siglo han venido proponiendo acerca de los acontecimientos esbozados en este artículo, aduciéndolos indirectamente como elemento probatorio de una pretensa evolución del dogma católico dentro de la Iglesia, axioma típico de la mentalidad modernista: «Es totalmente infundada la tesis de los historiadores modernos –asevera Canals– que, con los términos de paleonicenismo y neonicenismo, quieren significar un cambio doctrinal profundo, y atribuyen a Atanasio, al Concilio de Nicea y a los paleonicenos, un monoteísmo casi [monarquiano], y correlativamente sostienen que con la doctrina trinitaria de los Padres Capadocios, y del propio San Atanasio al aceptar éste la terminología de “las tres hipóstasis”, se introducía en la Iglesia cristiana, contra la tradición anterior, un nuevo concepto de Dios que es el que, en siglos posteriores, se expresaría en la fe en la Trinidad» (op. cit., p. 66).

Que en un momento de la Historia de la Iglesia ésta formalice una palabra para explicitar, o expresar con precisión, un determinado misterio del inmutable depósito de la Fe, no quiere decir que la Jerarquía y los fieles tuvieran una falsa concepción, o incluso un desconocimiento, de ese misterio antes de la aparición del término. Sería como pensar, por ejemplo, que se desconocía o no se tenía una recta comprensión en la Iglesia del Sacramento de la Eucaristía antes de que en el IV Concilio de Letrán (1215) se oficializara la voz transubstanciación para definirlo. Resulta oportuno terminar recordando, a este respecto, las palabras finales de la Constitución Dogmática Dei Filius, del Concilio Vaticano I (1869-1870): «Y, en efecto, la doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la Santa Madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de una más alta inteligencia. “Crezca, pues, y mucho e intensamente, la inteligencia, ciencia y sabiduría de todos y de cada uno, ora de cada hombre particular, ora de toda la Iglesia universal, [con el correr] de las edades y de los siglos; pero solamente en su propio género, es decir, en el mismo dogma, en el mismo sentido, en la misma sentencia” (S. Vicente de Lerins, Commonitorium primum)» (Enchiridion, pp. 771-772).  

Félix M.ª Martín Antoniano                          

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