El veneno ideológico del romanticismo (I)

se identifica con aquel individuo sensible que proyecta su imaginación sobre la realidad y que escoge arbitrariamente los elementos de cualquier sistema de pensamiento

En la sociedad moderna, el liberalismo es la patología ideológica que ha inficionado los cuerpos orgánicos de la sociedad civil y, con ello, ha pervertido las costumbres morales de los individuos contemporáneos. Entendemos que el liberalismo es la ideología que propone la libertad negativa como el patrón absoluto de medida a la hora de examinar los comportamientos, las acciones, las operaciones y las intenciones de los seres humanos en todos los ámbitos de existencia, incluyendo el campo político y ético. De una forma sucinta, el liberal se revuelve contra el sometimiento a cualquier tipo de verdad objetiva, bien universal o valor trascendente, proponiendo, en última instancia, la completa insubordinación del sujeto a cualquier potestad, ya sea civil, ya sea espiritual.

Esta ideología de la modernidad, a través de las generaciones, ha derivado en diferentes doctrinas políticas y sociológicas como son el socialismo, el anarquismo, el comunismo, el fascismo, el positivismo y el nacionalismo, las cuales comparten un mismo «núcleo ideológico» en la negación completa de una realidad distinta y superior a la propia subjetividad individual o colectiva, con lo cual dibujan aquélla de acuerdo con los matices que proponen sus propios deseos, aspiraciones y valoraciones individuales o colectivas; por lo cual, aunque estas pestíferas doctrinas disienten en los «medios» (como la propiedad pública del Estado, el libre mercado, la abolición de las clases sociales, el caudillismo popular, la ciencia omnipotente, la tecnocracia o la nación moderna), todas aspiran a lograr la realización absoluta del individuo o del colectivo, en una completa autodeterminación, sin la dependencia espiritual de ningún Dios o autoridad trascendente.

Si bien es verdad que, en los círculos tradicionales, el católico –más o menos informado– conoce el peligro del liberalismo y está advertido en contra de las ideologías restantes como el marxismo o el cientificismo, consideramos que existe una ideología que escapa de esta vigilancia y que ha podido penetrar profundamente los resortes espirituales de la mente de muchos cristianos de buena voluntad, pero que, por diversas razones, han sido menos perspicaces en detectar los estragos de otra ideología heredera del liberalismo: el Romanticismo.

El romanticismo no solamente es una corriente artística que tuvo auge en el siglo XIX, sino que, como «actitud del espíritu», su influencia ideológica ha perdurado en el carácter moral de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El pensador alemán Rüdiger Safranski (1945- ), en su estudio filosófico sobre el Romanticismo, sostiene: «El Romanticismo es una época. Lo romántico es una actitud del espíritu que no se circunscribe a una época. Ciertamente halló su perfecta expresión en el periodo del Romanticismo, pero no se limita a él»[1]. En efecto, el romanticismo contiene una serie de creencias antropológicas que se transparentan en las siguientes características: la exaltación del «yo» y el subjetivismo teórico como fundamento de la realidad; una actitud de rebeldía frente a los moldes tradicionales o frente a la imposición externa; la negación de la primacía de la razón sobre el sentimiento; la imaginación y la fantasía como medios eficaces de penetración psicológica en el mundo; la devoción a la naturaleza y su ulterior divinización; y una posición ambivalente ante la modernidad, como afirmación de sus presupuestos, pero rechazo de sus resultados y consecuencias.

Lo romántico, como dice Safranski, trasciende el romanticismo y encuentra su verdadero significado en esta definición del poeta Novalis (1772-1801): «En cuanto doy alto sentido a lo ordinario, a lo conocido dignidad de desconocido y apariencia infinita a lo finito, con todo ello romantizo (Ich romantisiere[2]. El romántico, por lo tanto, se identifica con aquel individuo sensible que proyecta su imaginación sobre la realidad y que escoge arbitrariamente los elementos de cualquier sistema de pensamiento o código de ética que mejor le convengan para el desarrollo de su personalísimo «estilo de vida». En el mundo contemporáneo fácilmente puede descubrirse esta disposición romántica en la mayoría de los sujetos que habitan estos bosques industriales llamados ciudades: ¿qué más romántico que nuestro sistema educativo que considera que los niños son seres «buenos por naturaleza», por lo cual es preciso evitar toda forma de disciplina y castigo para dejar libres las innatas capacidades del infante?; ¿qué más romántico que escoger, a la carta, el género sexual que se quiera y echarle la culpa de la propia insatisfacción existencial al sistema heteropatriarcal?; ¿qué más romántico que el ecologismo militante que valora más a una planta o a un animal irracional que a un ser humano?; ¿qué más romántico que nuestra concepción del amor y del matrimonio, en donde ya no se busca fundar un hogar o una familia tradicional, sino que su propósito consiste únicamente en la satisfacción inmediata de los pares y en que los hijos son un mero accidente, un estorbo o un obstáculo a la felicidad individual?; ¿qué más romántico, en fin, que considerarse con cierta superioridad moral ante los padres, sacerdotes, maestros o autoridades por el papel de «víctima» que uno asume por conveniencia? Habrá que confesárnoslo a nosotros mismos con sinceridad: hemos adaptado a nuestra fisonomía moral o espiritual algunos o todos los rasgos que conforman un ethos romántico. (Continuará).

[1] Safranski, Rûdiger, Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, Tusquets, Barcelona, 2009, p.13.

[2] Citado en Ibid., p. 15.

Daniel Ocampo Frutos, Círculo Tradicionalista Enrique Gil Robles (Salamanca).

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta