El romanticismo, en resumen, es el liberalismo en el arte o el espíritu revolucionario trasladado a los campos de la estética y de la moral. El crítico literario Octavio Paz (1914-1998) ya señalaba esta matriz revolucionaria desde los textos fundacionales de esta corriente artística: «Los textos críticos de los románticos ingleses y alemanes fueron verdaderos manifiestos revolucionarios e inauguraron una tradición que se prolonga hasta nuestros días»[1]. A estos manifiestos revolucionarios de los románticos se refiere el poeta mejicano con el prólogo a las Baladas líricas de William Wordsworth (1770-1850) y a los artículos de la revista Athenaeum de Friedrich Schlegel (1772-1829) y Novalis, pertenecientes al Círculo de Jena. El romanticismo comienza, desde el siglo XIX, una “tradición de la ruptura”[2] que evoluciona hasta las vanguardias literarias del siglo XX, prolongándose en el arte moderno de nuestro siglo que acapara escaparates en los museos y en las plazas públicas. Pero esta influencia estética no solamente queda restringida dentro de las galerías de arte o de los salones sociales.
Esta ideología artística tiene la peculiaridad, a diferencia de las ideologías restantes, en que ella aparenta un cierto hálito reaccionario o de conservación del pasado que se manifiesta en el presunto catolicismo de algunos románticos (Novalis, Tieck, los hermanos Schlegel y Chateaubriand). Por eso mismo, lo romántico ha podido infiltrarse más fácil e imperceptiblemente en la cabeza de muchos miembros de la Iglesia Católica con el pretexto de que «lo romántico» es solamente un gusto nostálgico por el pasado o una obsesión por la belleza que poco o nada tiene que ver con alguna ideología o herejía. Ejemplo de esto, en los círculos tradicionalistas, hay bastantes casos, desde el chico que escucha música «pop» para encontrar esparcimiento sentimental o tocar baladas sentimentales en los grupos de jóvenes cristianos; o las chicas que se maquillan o asisten a los «bailes» (por decir lo menos), para verse «bonitas» y encontrar a su esposo ideal, sin ver en ello nada opuesto a un catolicismo militante. Romántico es también el conservador que asiste a la misa tridentina por «estética», pero que no encuentra nada malo en los cambios estructurales del Concilio Vaticano II; o es el tradicionalista religioso que pretende formar un movimiento político católico nuevo que asimile los principios políticos de la modernidad como la democracia o el nacionalismo moderno.
El romanticismo es la ideología liberal más engañosa y atractiva para el católico tradicionalista por su aire conservador y supuestamente reaccionario, pero que, en realidad, expresa un catolicismo sensiblero que reduce el depósito de la fe a lo que el sentimentalismo exacerbado de estos «católicos liberales» consideran «originario», desechando cualquier tipo de pureza o integridad dogmática. Por esta razón, queremos, en una serie de próximos artículos, analizar el origen histórico de este movimiento artístico desde sus fundadores teóricos (Rousseau, Herder, Goethe, Schlegel, Novalis, Hölderlin, Heine, etc.), para explicar cómo el romanticismo ha servido como un «ariete del liberalismo» para inficionar de «conservadurismo» los círculos tradicionalistas católicos y, ante este veneno, saber defendernos con la conformación de un ethos auténticamente contrarrevolucionario y tradicional.
Daniel Ocampo Frutos. Círculo Tradicionalista Enrique Gil Robles (Salamanca).
Bibliografía.
Paz, Octavio, Los hijos del limo en Casa de la Presencia, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.
Safranski, Rûdiger, Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, Tusquets, Barcelona, 2009.
[1] Paz, Octavio, Los hijos del limo en Casa de la Presencia, Fondo de Cultura Económica, México, 2014, p. 351
[2] Cfr. Ibid.
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