El pasado mes de mayo fallecía en Plascencia de la Península italiana el doctor Agostino Sanfratello. A finales de los años sesenta fundó con Giovanni Cantoni Alleanza Cattolica, de la que salió en los ochenta en desacuerdo con la deriva clerical y demócrata-cristiana de ésta. Pero se mantuvo al margen de otras iniciativas surgidas entonces bajo nombres de apariencia contrarreformista.
Ofrecemos a continuación el retrato trazado por el profesor Miguel Ayuso, invitado la semana pasada a hablar en Nápoles en su recuerdo, en el que aprovecha para referir las diferencias entre el tradicionalismo hispánico y muchas iniciativas que, haciéndose pasar por tradicionalistas, son en realidad conservadoras:
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AGOSTINO SANFRATELLO (1938-2024)
(La traducción al italiano puede leerse a continuación)
Quodquod recipitur ad modum recipientis recipitur. De manera que, para hablar de mis recuerdos de Agostino Sanfratello, debo comenzar por referirme al ambiente en el seno del cual lo conocí.
El mundo en que me formé fue el del tradicionalismo español, cuyo eje fue siempre el Carlismo, y en el que la iniciativa cultural más importante desde los años sesenta del siglo pasado fue la Ciudad Católica. Ésta procedía de Francia y había reunido a los carlistas con otros monárquicos de obediencia dinástica liberal pero de doctrina antiliberal, en una paradoja a la que no era ajena Maurras. No tanto la sustancia como la metodología de Maurras.
Aunque en algunos de aquellos años de la transición política producida antes de la muerte del General Franco, pero completada tras ésta, se dieran algunas colaboraciones individuales, el mundo conservador se hallaba en España perfectamente separado del tradicionalismo. Para empezar, tanto el Carlismo como la Ciudad Católica no tenían la menor simpatía por el régimen de Franco, marcado en sus últimos decenios por un liberalismo de corte tecnocrático, después de otros fascistizantes. Como tampoco la tenían por sus epígonos, de manera que con Blas Piñar, por ejemplo, la colaboración se reducía a un común combate contra el progresismo religioso. Con Gonzalo Fernández de la Mora, también por ejemplo, las relaciones fueron siempre complejas. Y con Manuel Fraga casi inexistentes. Repárese en que los ejemplos escogidos cubren gran parte del campo del conservadurismo. Piñar era un dirigente de la Acción Católica pacelliana adorador de Franco y de José Antonio Primo de Rivera. Es decir, una mezcla de clericalismo conservador y romanticismo fascista, muy poco interesante desde el punto de vista del pensamiento político. A diferencia de los otros dos nombres mencionados Piñar no fue ministro de Franco. Gonzalo Fernández de la Mora fue un pensador mucho más agudo, pero en buena medida heterodoxo. Consideraba que tras la restauración monárquica liberal y el Concilio Vaticano II el pensamiento tradicional no tenía espacio y que se trataba de relanzar un racionalismo laico de tipo conservador, liberal pero no democrático, esto es, tecnocrático. Fraga, finalmente, hombre de saberes caudalosos pero poco articulados, fue a la larga el políticamente más exitoso. Pero no demasiado. Comprendió que para alcanzar una «mayoría natural» había que iniciar un viaje hacia el centro. Y terminó, a su pesar, por debilitar los elementos conservadores en su fusión con los de origen liberal y demo-cristiano.
El Carlismo era un mundo doctrinalmente riguroso, pero sociológicamente abierto. Es normal, pues significaba la España tradicional bajo las banderas de un rey legítimo. Lo contrario de una secta. También la Ciudad Católica, que ni siquiera era una asociación sino un grupo de amigos que giraban en torno de una revista, Verbo, donde las colaboraciones eran muy coherentes y sin embargo variadas.
De ahí que cuando empecé a tener relaciones con grupos de la península italiana las afronté, naturalmente, desde ese punto de vista que era el mío. Como si fuese igual aquí que allí. Pronto me di cuenta, sin embargo, de que no existía un tradicionalismo como el español. Las derivas sectarias eran muy patentes. También una gran mezcolanza de ideas y actitudes. Por no hablar de las debilidades hacia el fascismo, en general semejante a la Falange… ¡Pero nosotros apenas teníamos relaciones con la Falange! Me costó tiempo darme cuenta. Y más aún discernir. Pero, poco a poco fui aprendiendo.
Para empezar, entendí el fracaso del profesor Elías de Tejada. Aunque él tuviera algo de culpa en la elección de ciertas compañías, me parece que lo que más pesaba era el panorama tan distinto. Con todo, algunas de ellas, particularmente en el viejo Reino de Nápoles, terminaban por ser sanas en su sustancia por más que confusionarias en la superficie. Otras personas con las que contactó estaban integrándose a la sazón en un grupo llamado a tener peso futuro con un signo que el tiempo fue haciendo ver más como conservador que tradicionalista, o incluso como verdaderamente conservador y no tradicionalista. Pero Elías de Tejada murió en los años setenta. De manera que, cuando en los ochenta empecé a frecuentar el mundo italiano, comencé por conservar sus viejas amistades, si bien algunas se fueron difuminando y otras se interrumpieron. También adquirí otras, más aireadas y limpias, con las que he realizado un trabajo de gran intensidad. Y, paralelamente, algunas personas que desde el principio mostraron interés por el Carlismo.
A Agostino Sanfratello lo conocí ya espíritu libre. Probablemente lo fue siempre y por eso hubo de dejar en el camino algunas asociaciones, al tiempo que optó por no integrarse en otras. Me admiró su nobleza y generosidad. También el punto de romanticismo que le adornaba y no dejó de jugarle alguna mala pasada.
Los primeros contactos se remontan a la guerra del Líbano. Tuvo la idea de atraer la atención del mundo católico a través de la celebración de una reunión de líderes tradicionalistas que celebraran la Navidad juntos en Beirut. Hablamos por teléfono en varias ocasiones y, finalmente, como a veces le ocurrió, desapareció. Nunca supe más y pienso que no se llevaría a cabo la empresa. Años después volvimos a vernos con frecuencia durante el período en que creó la asociación Logos Polis Consortium. Se trataba de un consorcio entre empresas, universidad y centros de investigación europeos, con socios en buena parte procedentes de Nápoles. Quería Agostino acceder a fondos de formación de la Unión Europea que permitieran una actividad apostólica de las ideas católicas tradicionales y un reclutamiento de jóvenes al servicio de las mismas. Vino a verme a Madrid varias veces y organicé para él una serie de seminarios que me pidió. La cosa desgraciadamente no funcionó. O, por lo menos, no funcionó como esperaba Agostino. Se volvió a concentrar entonces en la Universidad, trasladándose desde La Sapienza de Roma a la Universidad de Teramo. Fue un motivo de múltiples comunicaciones y algún encuentro. Me pidió los últimos libros de Juan Vallet de Goytisolo, algunos de los cuales le hice llegar. Y le ayudé cuanto pude en su deseo de ascender en la carrera universitaria, pese a estar yo íntimamente convencido de la inutilidad del empeño, no por falta de cualidades intelectuales, sino a causa de los cambios de la Universidad, que dificultaban volver a emprender una carrera truncada a causa de sus múltiples apostolados. En ocasión del congreso organizado por La Sapienza en 1995 sobre Augusto Del Noce, del que había sido discípulo, tuvimos un gratísimo encuentro romano, con Danilo Castellano, que me hizo entender muchas cosas. Y, para terminar, nuestros encuentros con Pieter Huys, amigo común flamenco, que puso en marcha un proyecto de reflexión política y geopolítica. Las reuniones eran sólo por invitación. Recuerdo, en particular, una en Brujas el 2002, donde Agostino fue con Jacqueline. Esperábamos que las mismas pudieran convertirse en regulares, pero Pieter murió tempranamente y sin su mecenazgo no pudieron continuar.
A lo largo de todos esos proyectos y encuentros se me fue perfilando la figura singular de alguien inteligente, culto y valiente. De alguien libre. Libre de los clichés del anti-comunismo, que ha solido ser uno de los cánceres de algunos sedicentes tradicionalistas italianos (y no sólo). Libre también de compromisos con organizaciones estructuralmente cuando no sustancialmente sectarias. Libre finalmente de dependencias con poderes políticos y económicos foráneos, singularmente estadounidenses.
Requiescat in pace.
Miguel Ayuso
AGOSTINO SANFRATELLO (1938-2024)
Quodquod recipitur ad modum recipientis recipitur. Quindi, per parlare dei miei ricordi di Agostino Sanfratello, devo iniziare facendo riferimento all’ambiente nel quale l’ho conosciuto.
Il mio mondo era quello del tradizionalismo spagnolo, il cui asse era sempre il carlismo, e in cui l’iniziativa culturale più importante dagli anni Sessanta del secolo scorso era la Città Cattolica. Questa proveniva dalla Francia e aveva riunito carlisti e altri monarchici di obbedienza dinastica liberale ma di dottrina antiliberale, in un paradosso a cui Maurras non era estraneo. Non tanto per la sostanza, quanto per la metodologia di Maurras.
Anche se in alcuni di quegli anni di transizione politica, avvenuta prima della morte del generale Franco ma conclusasi dopo la sua morte, ci furono alcune collaborazioni individuali, il mondo conservatore spagnolo era perfettamente separato dal tradizionalismo. Per cominciare, sia il carlismo che la Città Cattolica non avevano alcuna simpatia per il regime di Franco, segnato nei suoi ultimi decenni da un liberalismo tecnocrático preceduti da altri di stampo fascista. Né avevano alcuna simpatia per i suoi epigoni, tanto che con Blas Piñar, ad esempio, la collaborazione si riduceva a una lotta comune contro il progressismo religioso. Con Gonzalo Fernández de la Mora, anche ad esempio, i rapporti furono sempre complessi. E con Manuel Fraga furono quasi inesistenti.
Si noti che gli esempi scelti coprono gran parte del campo del conservatorismo. Piñar era un leader dell’Azione Cattolica pacelliana e un adoratore di Franco e di José Antonio Primo de Rivera. In altre parole, un misto di clericalismo conservatore e romanticismo fascista, molto poco interessante dal punto di vista del pensiero politico. A differenza degli altri due nomi citati, Piñar non fu ministro di Franco. Gonzalo Fernández de la Mora fu un pensatore molto più acuto ma largamente eterodosso. Egli riteneva che dopo la restaurazione liberale monarchica e il Concilio Vaticano II non ci fosse più spazio per il pensiero tradizionale e che si trattasse di rilanciare un razionalismo laico di tipo conservatore, liberale ma non democrático, dunque tecnocratico. Fraga, per finire, uomo dalle conoscenze variegate ma non molto articolate, alla lunga è stato quello che ha avuto più successo politico. Ma non di molto. Aveva capito che per raggiungere una «maggioranza naturale» era necessario iniziare un percorso verso il centro. E finì, forse senza volere, per indebolire gli elementi conservatori nella sua fusione con quelli di origine liberale e democristiana.
Il carlismo era un mondo dottrinalmente rigoroso, ma sociologicamente aperto. È normale, perché si trattava della Spagna tradizionale sotto le insegne di un re legittimo. Il contrario di una setta. Così come la Città Cattolica, che non era nemmeno un’associazione ma un gruppo di amici che ruotava intorno a una rivista, Verbo, dove le collaborazioni erano molto coerenti e comunque varie.
Così, quando ho iniziato ad avere rapporti con gruppi della penisola italiana, mi sono naturalmente avvicinato a coloro che apparentemente condividevano il nostro punto di vista. Come se fosse la stessa cosa qui e là. Ben presto, però, mi resi conto che non esisteva il tradizionalismo come in Spagna. Le derive settarie erano molto evidenti. C’era anche una grande mescolanza di idee e atteggiamenti. Per non parlare delle debolezze nei confronti del fascismo, in genere simili a quelle della Falange… Ma con la Falange non avevamo quasi nessun rapporto! Mi ci è voluto molto tempo per rendermene conto. E ancora di più per discernere. Ma, a poco a poco, ho imparato.
Per cominciare, ho capito il fallimento del professor Elías de Tejada. Anche se la scelta di alcune frequentazioni è stata in qualche modo imputabile a lui, mi sembra che sia stato sopratutto il panorama molto diverso a pesare. Eppure alcune di esse, in particolare quelle dell’antico Regno di Napoli, finirono per essere solide nella sostanza per quanto confuse in superficie. Altri, con i quali entrò in contatto, si unirono allora a un gruppo destinato ad avere peso in futuro, con un segno che il tempo farebbe apparire più conservatore che tradizionalista, o addirittura come veramente conservatore e non tradizionalista. Ma Elías de Tejada morì negli anni Settanta. Così, quando negli anni Ottanta iniziai a frequentare il mondo italiano, cominciai col mantenere le sue vecchie amicizie, anche se alcune si affievolirono e altre si interruppero. Ne ho acquisite altre, più ariose e pulite, con le quali ho lavorato con grande intensità. E, allo stesso tempo, si sono aggiunte altre persone che mostravano interesse per il carlismo fin dall’inizio.
Ho conosciuto Agostino Sanfratello come uno spirito libero. Probabilmente è sempre stato uno spirito libero, ed è per questo che ha dovuto lasciare alcune associazioni lungo il cammino e ha scelto di non aderire ad altre. Ho ammirato la sua nobiltà e la sua generosità. Ammiravo anche il tocco di romanticismo che lo adornava e che a volte gli giocava alcuni brutti scherzi.
I primi contatti risalgono alla guerra in Libano. Ebbe l’idea di attirare l’attenzione del mondo cattolico organizzando un incontro di leader tradizionalisti per celebrare insieme il Natale a Beirut. Ci siamo sentiti al telefono diverse volte e alla fine, come talvolta gli accadeva, è scomparso. Non ne ho più saputo nulla e credo che l’iniziativa non abbia avuto luogo. Anni dopo ci siamo rivisti spesso nel periodo in cui ha creato il Consorzio Logos Polis. Si trattava di un consorzio tra aziende, università e centri di ricerca europei, con partner in gran parte napoletani. Agostino voleva accedere ai fondi di formazione dell’Unione Europea che avrebbero permesso un’attività apostolica delle idee cattoliche tradizionali e un reclutamento di giovani per servirle. Venne a trovarmi a Madrid diverse volte e organizzai per lui una serie di seminari che mi aveva richiesto. Purtroppo non ha funzionato. O, almeno, non andò come Agostino sperava. Si concentrò allora di nuovo nell’Università, passando da La Sapienza di Roma all’Università di Teramo. Fu l’occasione di molte comunicazioni e di alcuni incontri. Mi chiese gli ultimi libri di Juan Vallet de Goytisolo, alcuni dei quali gli inviai. E lo aiutai nel miglior modo possibile per soddisfare il suo desiderio di risalire la china della carriera universitaria, anche se ero intimamente convinto dell’inutilità dell’impresa, non per mancanza di sue qualità intellettuali, ma per i cambiamenti dell’Università, che rendevano difficile la ripresa di una carriera interrotta dai suoi numerosi apostolati. In occasione del convegno organizzato da La Sapienza nel 1995 su Augusto Del Noce, di cui era stato allievo, abbiamo avuto un piacevolissimo incontro romano, al quale era anche presente Danilo Castellano, che mi fece capire tante cose. Infine, gli incontri con Pieter Huys, un nostro comune amico fiammingo, che ha dato vita a un progetto di riflessione politica e geopolitica. Gli incontri erano solo su invito. Ricordo, in particolare, uno a Bruges nel 2002, dove Agostino andò con Jacqueline. Speravamo che potessero diventare regolari, ma Pieter è morto presto e senza il suo patrocinio non potevano continuare.
In tutti questi progetti e incontri, mi è apparsa la figura unica di una persona intelligente, colta e coraggiosa. Di una persona libera. Libera dai luoghi comuni dell’anticomunismo, che spesso è stato uno dei cancri di alcuni sedicenti tradizionalisti italiani (e non solo). Libero anche da impegni in organizzazioni strutturalmente se non sostanzialmente settarie. Libero, infine, dalla dipendenza da potenze politiche ed economiche straniere, soprattutto americane.
Requiescat in pace.
Miguel Ayuso
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