El calendario eclesiástico gregoriano (y II)

A pesar de las posibles reticencias, el cambio del calendario se fue extendiendo e implementando a lo largo y ancho del mundo cristiano, siquiera fuera porque esta última expresión casi coincidía geográficamente con los límites de la Monarquía Católica o Hispánica, primordial amparadora de la reforma

Tabla de las nuevas epactas correspondientes a cada uno de los números áureos, que estuvo vigente entre el 15 de octubre de 1582 y el 31 de diciembre de 1699. ("Martirologio Romano", edición 1586, página primera de la sección preliminar titulada "Explicación de lo que en el Martirologio Romano atañe a la pronunciación de la luna").

Estudiado el proyecto de Lilio y atendidos los Informes, los miembros de la comisión vaticana –continúa relatando Gregorio XIII– «escogieron este [ciclo] de epactas, al cual añadieron algunas cosas que de su considerada advertencia parecieron ser muy [pertinentes] para la perfección del Calendario» (op. cit., pp. 3r-3v). Y concluye el Santo Padre: «[hemos] procurado no sólo restituir el equinoccio vernal a su antiguo asiento, del cual ya desde el Concilio de Nicea se había retrocedido casi diez días, y poner en su asiento la decimocuarta [luna] Pascual, del cual asiento había también retrocedido más de cuatro días; sino también procuramos dar orden y razón para que de aquí [en] adelante el equinoccio vernal, y la decimocuarta luna, nunca salgan de sus propios asientos» (pp. 3v-4r).

Ya repasamos brevemente al principio en qué consistió la reforma en relación al equinoccio de primavera. Cabe añadir únicamente que Lilio tomó de las tablas astronómicas de Alfonso X El Sabio el dato de la duración media del año solar trópico como base para sus cálculos sobre aquel punto. Las tablas alfonsíes habían constituido en la Cristiandad la fuente fundamental para los cálculos astronómicos hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XVI, cuando fueron siendo sustituidas por las nuevas tablas prusianas, editadas en 1551 por Erasmus Reinhold. 

En lo concerniente al cómputo lunar, el número de la epacta, que –como vimos– había tenido una importancia accesoria para la especificación del día de la luna llena pascual, pasa ahora a convertirse en el elemento central de la nueva técnica para el cálculo de las fases lunares en el calendario. En primer lugar, la comisión, a fin de compensar el error acumulado de los cuatro días de anticipación de la fase lunar real respecto al día del calendario previsto, decidió eliminar tres días lunares, o, lo que es lo mismo, aumentó la edad lunar en tres días. La razón de haber corregido tres en lugar de cuatro días, es porque la comisión decidió situar el día del novilunio en el primer día de visibilidad de la fase creciente de la luna (como se hacía en el antiguo Israel), el cual tiene lugar un día después del novilunio astronómico propiamente dicho en el que la luna es invisible. Este cambio se reflejó sumando tres unidades al número de la epacta de la tabla tradicional. Por otro lado, los diez días eliminados en 1582 se traducían en otras tantas sustracciones de la edad lunar. El resultado fue la elaboración de una nueva tabla en que los valores de las epactas tradicionales correspondientes a cada año áureo aparecían disminuidos en siete unidades. Por último, a fin de prevenir la anticipación lunar diaria que se produce cada trescientos años, la comisión previó el incremento del número de la epacta en 8 unidades cada 2.500 años: en concreto, la adición de una unidad cada 300 años en siete intervalos, más otra en un último intervalo de 400, a contar desde el año 2100. Aparte, también se haría otra adición previamente en el año 1800. Hay que subrayar que la sustracción de días bisiestos en determinadas centurias (por razón, recordamos, de evitar la anticipación del equinoccio en el calendario) también afecta al cómputo lunar, lo cual se traduce en la correspondiente sustracción de una unidad en el número de la epacta.

Por lo tanto, y en resumen, el número de la epacta ya no es fijo como ocurría con la antigua tabla computacional pregregoriana, sino que es variable; para conocer el número de la epacta (que puede variar entre cero y veintinueve) que rige en cada año, debemos tener en cuenta primero el siglo en el que nos encontremos. En atención a esta vicisitud, la nueva tabla computacional perpetua ya prevé los cambios de adiciones y sustracciones de unidades que se habrán de producir periódicamente en determinados años de centuria. Conocido el dato de la epacta, que –recordemos– nos marca en última instancia la edad lunar a primero de enero, es fácil derivar después el resto de datos lunares que nos interesen del año en cuestión. Por lo demás, las mismas epactas se repiten a lo largo de cada siglo particular siguiendo el ciclo metónico de 19 años, cuyos números áureos nos seguirán siendo de utilidad práctica a estos limitados efectos. (Si se quisiera profundizar sobre el funcionamiento del calendario gregoriano, que sin duda puede parecer al principio un tanto intrincado, a nuestro juicio resulta recomendable, en líneas generales, el librito Nuestro calendario. Una explicación científica, simple y completa del calendario lunisolar cristiano, publicado en 2010 por el hemerólogo Wenceslao Segura).

El Papa Gregorio XIII, en su Bula que venimos examinando, acababa ordenando que se imprimiera la explicación de esta reforma dentro de la inminente nueva edición revisada del Martirologio Romano. A finales de 1582 salió una primera edición con los santos correspondientes a las fechas comprendidas desde el 15 de octubre hasta fin de año. Y al año siguiente salió otra segunda edición, ya con todos los santos del año. Este nuevo Martirologio fue promulgado por la Constitución Apostólica Emendato iam Kalendario de 14 de enero de 1584. Al parecer las primeras ediciones adolecían de no pocos errores que quedarían ulteriormente subsanados con la edición definitiva de 1586, anotada por el historiador César Baronio. La explicación del nuevo mecanismo para el cálculo de la fase lunar en el calendario se encontraba, en efecto, hacia el principio de todas estas ediciones. Es lógico que dicha explicación apareciera en el libro del Martirologio, ya que, en la Oración de Prima, antes de leerse en el Coro el texto del Martirologio conmemorativo de los santos del día siguiente o Calenda (como ya expusimos en el artículo «La Calenda de Navidad del Martirologio Romano»), se ha de anunciar siempre primeramente el día del mes y la edad de la luna en ese día.

Muy probablemente esta descripción de la reforma contenida en el Martirologio provenga de la pluma del matemático alemán Cristóbal Clavio S. J., a quien sin duda hay que atribuir, de entre los miembros de la comisión, la principal autoría de los ajustes y retoques de detalle en el proyecto de Lilio (cuyo manuscrito original se ha perdido) que desembocaron en la reforma final. De hecho, fue el propio Clavio quien asumió especialmente la defensa apologética del nuevo sistema en varias obras frente a las diversas críticas que fueron surgiendo desde su primera publicación, provenientes sobre todo de la órbita protestante. Entre todas esas obras, la más completa y mejor elaborada exposición se encuentra sin duda en la que imprimió en 1603 bajo el título Romani Calendari a Gregorio XIII P. M. Restituti Explicatio. Clavio no tiene inconveniente en reconocer en ella el protagonismo esencial de Lilio en el resultado final de la enmienda del calendario: «Máxima gratitud y alabanza ha de tributarse, pues, a Luis Lilio, quien excogitó un tan ingenioso Ciclo de Epactas que, inscrito en el Calendario, muestra perpetuamente los novilunios, y puede acomodarse tan fácilmente a cualquier magnitud de año, si evidentemente se utiliza el debido ajuste en sus [respectivos] tiempos» (p. 197).

A pesar de las posibles reticencias, el cambio del calendario se fue extendiendo e implementando a lo largo y ancho del mundo cristiano, siquiera fuera porque esta última expresión casi coincidía geográficamente con los límites de la Monarquía Católica o Hispánica, primordial amparadora de la reforma. Ciñéndonos exclusivamente a la eliminación de los consabidos diez días del calendario, D. Felipe II de Castilla expidió para los Reinos peninsulares y demás próximos la Pragmática sobre la orden que se ha de guardar en la reformación y cuenta del año, fechada en Lisboa a 29 de septiembre de 1582, a fin de que el calendario civil no difiriera ni un solo momento del eclesiástico. Para los demás Reinos extrapeninsulares, decretó la Pragmática sobre los diez días del año, dada el 14 de mayo de 1583, con vistas a que cada Reino aplicase la medida en el primer año en que tuviese noticia de lo ordenado por el Papa.

Queda subrayar, en último lugar, que este nuevo procedimiento para la previsión de la fecha pascual se ajusta en promedio a los datos reales astronómicos, lo que puede dar lugar a que se celebre algunas veces el día de la Pascua en un domingo que no sea realmente el posterior a la primera luna llena tras el equinoccio de primavera. Pero esto sólo ha ocurrido u ocurrirá en muy pocos años, verificándose en general el acompasamiento de los datos pronosticados por el nuevo método con la realidad celeste.

Félix M.ª Martín Antoniano

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta