La misión que manda Cristo Rey

Discurso pronunciado el pasado sábado en la cena de Cristo Rey madrileña

Parlamento del correligionario del Círculo Antonio Molle Lazo, D. Herrán, en la cena de Cristo Rey de Madrid. FARO/J. A. Oria de Rueda

Transcribimos el parlamento de Daniel Herrán, correligionario local, en la cena de Cristo Rey celebrada por el Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid el pasado sábado 26 de octubre

Reverendo padre; miembros de la Secretaría Política de Su Alteza Real; presidente del Círculo, querido Eugenio; correligionarios y amigos.

Permítanme que comience este parlamento recordando una anécdota reciente. Tomando el café con unos compañeros, salió el tema en voga: la vivienda y el alquiler. Uno de ellos manifestó haber gastado alegremente una cantidad similar al coste de una vivienda en propiedad en alquiler en la última década. Lo más sorprendente es que reunía todas las condiciones para tener su casa, pero había preferido un bien mejor: la libertad.

Si la circunstancia le apretaba y le exigía más responsabilidades de las que estaba dispuesto a asumir —que no eran muchas—, podía hacer el equipaje y marcharse. Viva expresión de lo que llamamos sociedad líquida, que tan de moda se puso criticar con la llamada Agenda 2030. Concepto de sociedad donde sus familias y miembros, a semejanza de un cultivo hidropónico, están desarraigados, flotando, sin suelo. Sociedad inercia por una movilidad absoluta, transida de un amor a la novedad disolvente.

Uno de los maestros de Rafael Gambra —cuya ilustre memoria conmemoramos en su vigésimo anuario del dies natalis—, Salvador Minguijón, reconocía que la democracia y el capitalismo destruyen justamente esa responsabilidad personal, tan pesada al protagonista de la anécdota, para acabar con la sociedad humana. Así lo detallaba en su discurso de entrada a la Real Academia de Ciencias Morales y Jurídicas de 1944:

La democracia la disuelve [la responsabilidad personal] en asambleas y la arroja sobre el pueblo mismo por el sufragio. El capitalismo es un poder difuso y amorfo, que se infiltra por todas partes, y es también un disolvente de las responsabilidades en una red que a todos ata con cadenas invisibles.

Es evidente que tener una casa conlleva responsabilidades. La casa ata a un lugar, desde luego: es una atadura. Y esto es bueno, porque no sólo nos liga físicamente, sino que nos asienta en un municipio, una comunidad de familias, donde arraigar también familiarmente. Es bueno porque es el reclamo de nuestra naturaleza.

Sobre estos asuntos reflexionaba, con la mente en el hito que nos reúne: Cristo Rey. Cristo Rey atesora dogmática referida a los principios de la moral y la política. Nosotros, seglares, somos los responsables de su concreción, sujetos a la autoridad natural. Es más: en toda advocación y presencia de Nuestro Señor, como ésta, se encuentra además la figura del Cordero Místico. Al cual no sólo adoramos devotamente, sino que nos juzgará. Nos juzgará, precisamente, de esas responsabilidades de gracia que tenemos por las promesas bautismales, que se aúnan a nuestros fines naturales. Una verdadera misión para el cristiano.

Sin embargo, parece arduo cumplir con tan nobles propósitos, y tan profundos anhelos naturales, en esa sociedad líquida que sufrimos día a día, lacerando nuestra piel. No será raro que, en nuestro día a día, alguna vez hayamos pensado que somos el último español que queda en España, o el último cristiano. Incluso rodeados de gente con quien compartimos nuestros orígenes, que hablan un castellano con acento de Chamberí o de Segovia.

Aunque compartamos la misma sangre, parece haber una distancia infranqueable entre muchos de nuestros compatriotas y nosotros. Esa sociedad líquida ha producido una disparidad de costumbres, por llamarlas de algún modo. Una divergencia radical de modos de vivir, que dan también modos de pensar. Hasta el punto de que, aunque compartamos una misma lengua o una misma sangre, en ocasiones parece que son de otro país, otra civilización, u otro planeta.

En esta circunstancia, en esta tesitura, es realmente complicado cumplir con esas inclinaciones naturales y ese mandato de Cristo de restaurar las sociedades. Y, sin embargo, a eso estamos llamados.

¿Es arduo fundar una familia, echar raíces, batallar con la vivienda y asentarse? ¡Sí, es arduo y hay que hacerlo!

¿Es arduo además criar y educar hijos cristianamente? ¡Sí! Y hay que hacerlo, además, sabiendo que educarles cristianamente es: hacer de ellos fieles de la Iglesia, firmes soldados de Cristo; y leales sirvientes de nuestro Señor natural, S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón. ¡Esto es ser católico en la España del siglo XXI!

¿Es arduo, además, poner lo que podamos para que se renaturalicen y recristianicen las vecindades donde vivimos, los lugares donde trabajamos? Sí, pero hay que hacerlo.

Todo viaje largo pide al menos un mapa y una brújula. Permítanme acabar destacando dos aspectos que no debemos olvidar.

En primer lugar: no estamos solos. No sólo hay que pensar que otros, aislados, soportan lo que nosotros para que nos aliente. No. No estamos solos, tenemos a nuestro alrededor fieles y leales. Con ellos debemos constituir esas familias, vecindades, sociedades. Aquí hay que tener en cuenta como suelo las estructuras de la Comunión: los Círculos, las estructuras regionales. No estamos tan lejos, como aquí mismo estamos unos sentados al lado de los otros, unas mesas junto a las otras.

Permítanme, por cierto, recordar que la siguiente actividad del círculo es el día 16 de noviembre.

En segundo lugar: el árbol que resiste a la riada, repuebla el valle. Nosotros debemos afirmarnos en nuestro suelo, nos toca resistir el envite de este maremoto, de los lodos revolucionarios que asolan todo. Y, después, repoblar con nuestros hijos el terreno desolado. ¡Ésa es nuestra misión! ¡Para esto estamos aquí, para esto hemos sido llamados! Ésta es la mira providencial con que tenemos que observar la realidad y nuestros trabajos. Éste es el cometido de Nuestro Señor, el instaurare omnia in Christo, que hay que renovar al celebrar esta fiesta.

¡Viva Cristo Rey!

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