Cristo es Rey. Un grito solitario desde la selva de las elecciones presidenciales

A pesar de cómo la sociedad políticamente correcta pueda esperar que nos comportemos o de lo que conciba como actividades apropiadas para la plaza pública, Cristo es Rey

Combo de fotografías de la vicepresidente de EE.UU., Kamala Harris (i), y el expresidente estadounidense Donald Trump (d). EFE/John G. Mabanglo/Shawn Thew

Publicamos para los lectores de LA ESPERANZA la traducción al castellano del artículo publicado por Josué Luis Hernández, colaborador del Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella, con ocasión de la festividad de Cristo Rey, en OnePeterFive. La versión original en inglés puede leerse aquí.

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A medida que los días comienzan una vez más a reducirse y la luz del sol se repliega en su languidez otoñal, nos encontramos viviendo un momento de profunda oscuridad que, evidentemente, muy pocos son capaces de apreciar adecuadamente. Muchos, es cierto, tienen cada vez más la sensación de que algo ha ido terriblemente mal, pero está fuera del alcance de la mayoría comprender la profundidad en la que se ha sumido la sociedad, porque ya no somos conscientes de las alturas desde las que ha caído.

No quiero entrar en una larga exposición de las causas de nuestros males, como ya he hecho en otras ocasiones (aquí, aquí y aquí). Simplemente quiero afirmar lo siguiente de la forma más contundente que me permita esta breve reflexión. En resumen, Cristo es Rey. A pesar de lo que nuestros amos actuales puedan hacernos creer y a pesar de lo que nuestro cansado y derrotado mundo siga concediendo, Cristo sigue siendo Rey. Y ellos, tanto como nosotros, están atados y sujetos a Su gobierno.

A pesar de cómo la sociedad políticamente correcta pueda esperar que nos comportemos o de lo que conciba como actividades apropiadas para la plaza pública, Cristo es Rey. Y todos, al final, tendremos que rendir cuentas de cómo hemos actuado de acuerdo con ese hecho. A pesar de una miríada de leyes promulgadas oficialmente que oprimen al hombre común y que van en contra de los decretos de Dios -y de las instituciones «respetables» de las que emanan y se hacen cumplir-, Cristo es Rey.

No se nos dejará libres de culpa por las falsas leyes que defendimos y a las que sometimos a otros porque resultaba ser lo más cómodo y conveniente. A pesar de nuestro orden político y económico liberal, Cristo es Rey. Los sentimientos liberales que afirman el indiferentismo religioso y las falsas nociones de los derechos humanos, y las (así llamadas) leyes económicas deterministas de la eficiencia utilitaria, no triunfan sobre la realeza social de Cristo. A pesar de la incesante propaganda que justifica vehementemente el asesinato de inocentes, ya sean víctimas del infanticidio o de atroces crímenes de guerra, Cristo es Rey, y la sangre de los inocentes seguirá clamando a Él por venganza.

A pesar de los gritos ensordecedores del populacho y a pesar de las elucubraciones populares de los necios, Cristo es Rey. A pesar de los gritos ensordecedores y las protestas interesadas de los enemigos de Dios, Cristo es Rey. A pesar de los aullidos enloquecidos de los sodomitas y degenerados, Cristo es Rey. A pesar del silencio de nuestros padres, Cristo es Rey. A pesar de la creciente marea de fervor revolucionario que se opone y usurpa la jefatura del hombre sobre su familia y destierra a la madre de su morada privilegiada, Cristo es Rey. A pesar de nuestros propios pecados, defectos y fracasos personales, Cristo es Rey.

A pesar de todos los cismas rencorosos, Cristo es Rey. A pesar de todas las herejías pútridas, Cristo es Rey. A pesar de toda la apostasía insensible, Cristo es Rey. A pesar de todas las conspiraciones siniestras de los ángeles caídos y de los hombres rebeldes que tienen al diablo por padre, Cristo sigue siendo Rey y todo el cielo y la tierra, y el infierno de abajo, están sometidos a su cetro y a su gobierno. No hay excepciones. No hay reino oculto o autónomo que quede fuera o escape a Su jurisdicción. Cristo es Rey de reyes y Señor de todos.

Concluyo mi reflexión con la siguiente propuesta. En medio de la avalancha cada vez más frenética de los medios de comunicación en relación con el actual ciclo político, apelo a todos a resistir la tentación de dejarnos arrastrar por el espectáculo. Elijamos, en cambio, permanecer anclados en la verdad y la realidad de la realeza social de Cristo. Hagamos uso, cuando debamos, de las acciones correctivas disponibles a través del actual marco institucional. Pero hagámoslo con sobriedad, negándonos a convertirnos en un peón barato dentro de la despiadada maquinaria del Leviatán o a conceder a las actuales elecciones una importancia que sencillamente no tienen.

Si queremos superar por fin nuestra impotencia actual, debemos empezar a reimaginar radicalmente nuestra forma de entender la política. El cambio sísmico de percepción necesario para reorientar adecuada y eficazmente nuestro enfoque hacia el orden temporal sólo empezará a tener lugar una vez que hayamos conseguido redirigir nuestra atención lejos de Washington y de vuelta hacia aquellas cosas sobre las que realmente tenemos poder e influencia. Teniendo, presumiblemente, nuestras vidas y hogares en orden, debemos a partir de ahí proceder a reconstruir nuestra arruinada mancomunidad. Reconstruir nuestros barrios, reconstruir nuestras ciudades e instituciones desde los cimientos, al tiempo que creamos nuevas asociaciones y estructuras sociales por el camino. En resumen, reconstruir la civilización. Es decir, reconstruir la Cristiandad.

Sin embargo, es un error crítico creer que primero debemos pedir permiso antes de empuñar la espada temporal y cumplir el papel que nos corresponde como laicos. Es a esta misión de sacralizar la sociedad a la que hemos sido llamados. Asimismo, debemos resistir enérgicamente el impulso de actuar sólo dentro de los límites de nuestro marco político actual y, muy especialmente, de aceptar los insidiosos presupuestos liberales que conlleva, que no son sino los barrotes de hierro de una celda creada con el propósito de contener la amenaza de un cristianismo galvanizado. Para ello, despertemos en nosotros el noble deseo de abrazar nuestro sagrado deber y, con él, despertemos también los peores temores de nuestros (seguramente indignados) amos políticos, mientras nos ceñimos para iniciar una nueva y largamente esperada reconquista bajo el estandarte de nuestro legítimo Rey.

Viva Cristo-Rey

Josué Luis Hernández

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