A la sombra del águila y el dragón

No todo es malo, porque el megapuerto puede conseguir, de manera accidental, el acercamiento del bloque económico de las naciones hispanas del Pacífico, incluyéndose la lejana Filipinas, aunque sea penosamente como tributarios de un poder ajeno o de otro

Foto de la estructura portuaria en Chancay. Imagen: OjoPúblico

Hace menos de un par de semanas se dio por concluida la reunión anual del foro APEC (siglas para «Cooperación Económica Asia-Pacífico»), en la que se deliberó respecto a diferentes proyectos económicos de los diferentes países del bloque, entre los cuales Perú es país miembro. Además de fraguarse tratados favorables en comercio con países asiáticos, otro de los evento digno de subrayar fue la presencia directa del mandatario de la China Popular, Xi Jinping, debido a la inauguración de un ambicioso proyecto que corre bajo los gastos de Pekín, siendo ese un megapuerto ubicado en Chancay. Un proyecto que augura la intensificación de la relevancia comercial de la costa central como históricamente lo fue el Callao desde el periodo virreinal.

Pekín no tiene interés alguno en el altruismo al sur global —permítanme esta concesión conceptual para nuestro contexto económico—, ya que busca un modo de no pasar por las barreras económicas estadounidenses y, además, asegurar el lado occidental del Pacífico, el cual, desde comienzos del milenio, ha dirigido una notable infiltración económica en Hispanoamérica, sin despreciar partido o país. Prueba de ello es la presencia de una comitiva militar en nuestras fiestas patrias más recientes o también la presencia de pesqueros que ilegalmente depredan nuestro espacio marítimo.

El hito de Chancay no ha dejado de estar exento de controversia, ya que su exclusividad la tiene la empresa china constructora Cosco Shipping, que ha buscado evitar ser fiscalizada de cualquier modo posible. La controversia ha llegado a los tribunales civiles de Chancay, ya que el Ministerio de Transportes y Comunicaciones está principalmente detrás de la búsqueda para anular el monopolio de la empresa china, demostrando su naturaleza fáctica de enclave.

A pesar de la irrupción de vientos orientales, tampoco hay que dejar de prestar atención a las oberturas dadas desde Washington, quienes han visto con preocupación los desarrollos del megapuerto. Comenzando con el hecho de que su influencia en el país sigue siendo notable, de un modo «amigable», con la construcción de un puerto espacial en Talara con dinero estadounidense, la modernización de las líneas ferroviarias limeñas con vehículos donados por la administración Biden —que, aunque son desfasados, en términos técnicos son mejores que nuestra precaria infraestructura—. O, de un modo más agresivo, la futura administración Trump, buscando castigar con aranceles a las mercancías que pasarán por Chancay o financiando una expansión de puerto en Chile para contrarrestar los beneficios económicos del proyecto.

Aunque se ha hablado de la coyuntura presente, también es necesario comentar o hacer observaciones de estas oberturas en la política doméstica. Nuestro gobierno, a pesar de las sucesivas crisis políticas, ha recibido leves golpes económicos, por lo que posiblemente el megapuerto contribuya con la inercia material; no se puede decir lo mismo de la ciudad, ya que aquella prosperidad que consigamos será pagada por la sucesiva gentrificación tanto de elementos locales como asiáticos en la ciudad, tal vez acelerando el proceso de megalópolis desordenada de Lima. Lo mismo se puede decir de la infiltración económica china, que, si el precedente de Chancay de dar la vista gorda se intensifica, podría tener efectos negativos.

No todo es malo, porque el megapuerto puede conseguir, de manera accidental, el acercamiento del bloque económico de las naciones hispanas del Pacífico, incluyéndose la lejana Filipinas, aunque sea penosamente como tributarios de un poder ajeno o de otro.

El filósofo católico Wagner de Reyna narraba en sus memorias de cuando le destinaron como embajador a la Yugoslavia de Tito, un sitio neutral donde pudo ver superficialmente los movimientos de los Estados Unidos y la Unión Soviética como actores de la guerra fría. Podemos aplicar sus palabras como conclusión a la situación de nuestra patria, con las dos nuevas potencias intentándose influenciarnos, con la diferencia de que es en nuestra propia casa.

Maximiliano Jacobo de la Cruz, Círculo Blas de Ostolaza.

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