Como es bien sabido por los lectores de La Esperanza, la mejor filosofía es la que parte de la evidencia y del sentido común, incluso aunque estos contradigan a los parámetros procedentes del mundo racionalista de las grandes abstracciones.
Un caso bien claro de esta contradicción, más frecuente de lo que parece, emerge cuando analizamos la estructura del crecimiento económico de España. Este es el primer paso para discernir, con posterioridad, los principios que sustentan dicha estructura de crecimiento, a saber, su verdadera filosofía del crecimiento.
Desde los tiempos del tardofranquismo, se nos ha habituado al consumo de grandes cifras macroeconómicas como referente para lucir las políticas económicas del régimen de turno. Hasta tal punto ha llegado el reduccionismo que se nos dice que «España va bien» si el Producto Interior Bruto (PIB) nacional crece por encima de unas determinadas tasas que el sistema considera satisfactorias, y por debajo de las cuales nos encontramos en «recesión».
Hoy, se nos sigue hablando en los mismos términos cuando la divergencia entre la realidad y tales términos es, posiblemente más grande que nunca. Se llega, incluso, a afirmar impúdicamente, que España es la «locomotora» de Europa[1], sobre todo desde el fin de la denominada «crisis Covid».
Por esa razón, cabe analizar la composición de ese crecimiento del PIB a fin de poder relativizar el dato con fundamentos racionales. El primer elemento de análisis es la población: España crece incorporando mano de obra extranjera a espuertas. Pero se trata de una mano de obra cuya cualificación sabemos sobradamente que s baja o muy baja y que, en muchos casos, consume más recursos de los que genera. Por otra parte, casi 400.000 españoles, muchos de ellos de alta cualificación profesional, emigran cada año[2]. Primera señal de alerta.
El segundo elemento es el peso radicalmente creciente del sector público en el PIB, hasta el punto de que la mitad del crecimiento económico actual se atribuye al conjunto de las múltiples administraciones públicas en las que se organiza políticamente España[3]. Crecimiento que no se podría ni medianamente sostener, a pesar de la astronómica deuda pública, si no fuera por el constante crecimiento de la presión fiscal, especialmente cebada con la contribución de las clases medias, con el efecto de la inflación como principal coadyuvante recaudador. Inflación que, además, es alentada por la escasa productividad de gran parte del gasto e inversión realizadas por los poderes públicos. Segunda señal de alerta.
Por último, están las grandes corporaciones, el crecimiento de cuyos beneficios anuales sobrepasa, con mucho, el de las pequeñas y medianas empresas que, en cambio, constituyen el núcleo duro de la vida económica de los españoles de a pie[4]. Por el contrario, la creación de empleo no se corresponde con la evolución de tales beneficios. Tercera señal de alerta.
Con estos tres elementos justificando en gran medida el crecimiento económico, podemos fácilmente comprender la razón por la cual crecemos más como economía mientras nos empobrecemos como ciudadanos. Es más, se llega al absurdo de que, para crecer más como país, es necesario que cada uno de nosotros tenga menos, es decir, empobrecerse. La razón es que ese crecimiento estadístico es patrimonio de unos determinados sectores, y no se comunica a los individuos, de manera que no puede hablarse, realmente, de un crecimiento para el bien común. No se trata, como decían los romanos, de la preferencia de ser pobre en un imperio rico antes que a la inversa, porque ni el ciudadano es rico, ni la nación lo es. Se trata de que pierden los individuos y las familias, y pierde la nación: en términos puramente económicos, pierde competitividad por culpa de la inflación y el bajo valor añadido de su economía; pierde fuerza laboral capacitada por falta de ocupación para ellos; y pierde calidad de vida por la presión agobiante de los impuestos y los precios de la vivienda.
Lo anterior conduce necesariamente a la conclusión de que la verdadera filosofía del crecimiento de la economía española es remover cantidades ingentes de dinero en forma de transferencias del sector público al privado, y viceversa; al mismo tiempo que concentrar la riqueza en unos pocos sectores y empresas, que crecen a base de mejorar su productividad, mientras la clase media sufre cada día más las estrecheces de una economía que no garantiza la prosperidad material de la nación y condena a la mera subsistencia a capas cada vez más amplias de la población.
Gonzalo J. Cabrera, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia).
[1] https://www.eleconomista.es/economia/noticias/12956744/08/24/espana-se-consolida-como-la-locomotora-de-europa-con-un-crecimiento-del-pib-del-08-en-junio.html
[2] https://www.libremercado.com/2024-01-23/exodo-fuga-de-talento-cerebros-trabajadores-emigran-al-extranjero-espanoles-aumenta-numero-pedro-sanchez-ivie-bbva-7087636/
[3] https://www.elconfidencial.com/economia/2024-11-17/la-mitad-crecimiento-pib-espana-depende-consumo-publico_4004682/#:~:text=Este%20dinamismo%20de%20la%20econom%C3%ADa,En%20concreto%2C%20el%2055%25.
[4] https://forbes.es/economia/460697/el-ibex-35-aporto-alrededor-del-10-del-pib-nacional-y-el-71-de-los-empleos-en-2023-segun-cnmv/
https://www.eleconomista.es/industria/noticias/13092335/11/24/las-empresas-del-ibex-ganan-un-10-mas-pese-a-que-mantienen-planos-sus-ingresos.html#:~:text=Retail-,
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