En 1962 el publicista Jean Madiran, figura eminente del catolicismo tradicional francés, dio a la imprenta un pequeño libro con el encabezado La Cité Catholique aujourd´hui en réplica a un opúsculo que acababa de editar un tal Alfred de Soras S. J. bajo el título Documents d´Eglise et options politiques. Points de vue sur «Verbe» et sur «La Cité Catholique». La obra de Madiran apareció traducida al castellano al año siguiente por iniciativa de la Fundación Speiro con el rótulo de Críticas a la Ciudad Católica.
El texto hostil de Soras culminaba una campaña de hostigamiento de un sector creciente de la Iglesia francesa contra las ideas y la labor fomentadas por La Ciudad Católica de Jean Ousset, campaña que venía desarrollándose desde prácticamente la muerte de Pío XII. «Ya van tres años –se lamentaba Madiran en el preámbulo de su libro– que clérigos y seglares reclaman públicamente el encarcelamiento de los dirigentes de La Ciudad Católica, sin recatarse además de presionar a las autoridades eclesiásticas para que les pongan en entredicho» (ed. trad., pp. 13-14). Los cargos que se vertían contra esa asociación católica se reducían a la acusación de ser «integrista», término seguramente importado del vocabulario político español en donde tenía una significación bien precisa, pero que resultaba bastante vago trasplantado al ámbito francés (el propio Madiran trataría de especificarlo un par de años después en su ensayo L´intégrisme: historie d´une historie).
Del volumen de Madiran nos interesa destacar, dentro del Capítulo denominado «La Revolución y la Contrarrevolución», el epígrafe titulado «El pecado original puesto en plural», expresión con la que el autor ha querido sintetizar la esencia del novedoso fenómeno impolítico revolucionario que permea toda nuestra época contemporánea. «Lo que reprochamos a la Revolución –afirma Madiran, en polémica con Soras y los de su cuerda– es el haber inaugurado un sistema sociológico, ideológico y jurídico en el que pertenece a los hombres darse a sí mismos su ley moral. No es la democracia política; tampoco es la idea de que es bueno codificar y proclamar explícitamente los derechos intangibles del hombre y del ciudadano… y de la familia, y de la sociedad civil, y de la Iglesia». «La cuestión que tenemos siempre planteada –añade poco después–, pero que se esfuerza por esquivar, [es] la de una sociedad actualmente fundada sobre la voluntad del hombre y ya no sobre la voluntad de Dios» (op. cit., p. 152. Los subrayados son suyos).
Madiran señala que ya había expuesto con detalle previamente esta cuestión en los Capítulos IV y V de su tratado On ne se moque pas de Dieu, impreso en 1957. Es por ello que pasa a considerarlo ahora de manera resumida. «Decimos –comienza aseverando el publicista católico– que la originalidad de la Revolución de 1789 es el haber PUESTO EN PLURAL EL PECADO ORIGINAL. En singular –aclara a continuación–, querer darse a sí mismos la ley es exactamente el pecado de Adán, según su clásica descripción» (op. cit., p. 153. Las mayúsculas son suyas). Para ilustrar esta descripción se sirve de dos textos de Santo Tomás. En el primero, el Aquinate, al responder al interrogante de si consistió la soberbia del primer hombre en desear ser semejante a Dios, realizaba entre otros el siguiente aserto: «el primer hombre pecó sobre todo al desear la semejanza con Dios en cuanto al conocimiento del bien y del mal, como la serpiente le sugirió, es decir, el poder determinar, con su propia naturaleza, lo que era bueno o malo» (Suma Teológica, II-II, q. 163, a. 2. Ed. trad. B.A.C.). En el segundo, el Doctor Angélico, tratando acerca del mismo asunto, manifiesta entre otras la siguiente afirmación: «No pecó apeteciendo la semejanza de la dignidad natural que recibió en la creación, sino porque él mismo apeteció sobre esto otra semejanza, a saber, que así como Dios rige y gobierna todo por la luz de su naturaleza, así también el hombre gobernara lo sometido a él y a sí mismo por la luz de la razón, sin la ayuda de una luz exterior» (Comentario a los Libros de las Sentencias, Lib. II, Dist. 22, q. 1, a. 2, ad 2. Ed. trad. EUNSA).
(Continuará)
Félix M.ª Martín Antoniano
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