Amadeo de Saboya y la Bendición Apostólica (y II)

quisiéramos contraernos al inexplicable hecho de que los Sumos Pontífices preconciliares adoptaran dos actitudes bien diferentes para con los distintos intrusos liberal-«católicos»

Su Santidad el Papa Pío IX

Finalmente, el 11 de febrero de 1873 Amadeo entregó a su Primer Ministro un escrito de renuncia, y al día siguiente partió con los suyos de vuelta hacia Turín. A los pocos meses, María Victoria, a través del Arzobispo de la capital piamontesa Lorenzo Gastaldi, imploró de nuevo al Papa su Bendición para ella y toda su familia. Fechada el 25 de agosto de 1873, la contestación del Sumo Pontífice, en conformidad con sus anteriores comunicaciones al respecto, fue de este tenor: «Alteza Real. Monseñor Arzobispo de Turín me ha comunicado un deseo muy loable de Vuestra Alteza, esto es, de recibir la Bendición Apostólica. Con mucho gusto correspondo al deseo mismo, bendiciéndole a usted y a sus hijos. Querría que también su consorte pudiese participar de la misma bendición, mas desgraciadamente las leyes [sic] firmadas en España me retienen la mano, y la Iglesia misma, en daño de la cual fueron publicadas ciertas leyes, declara que fueron para ella motivo de lágrimas, y no puede bendecir a aquel que las sancionó. En cuanto a mí, deseo de todo corazón que sea quitado de en medio todo impedimento a fin de que yo pueda abrazar y bendecir a su consorte el Príncipe, pero, como ve, eso depende de él, o, mejor dicho, depende de aquella Gracia celeste que Dios concede a quien humildemente la pide, y acompaña la demanda con las debidas condiciones. Nuevamente le bendigo, y me alegro de la recuperada salud» (Cárcel Ortí, op. cit., p. 301, n. 121).

El 6 de septiembre, María Victoria escribía al Papa diciéndole que oraba por su marido para que Dios le iluminara sobre el pasado, y le hacía saber que parecía mostrar buenas disposiciones. Al fin, el 5 de diciembre, Amadeo de Saboya suplicaba al Santo Padre la reconciliación con la Iglesia a través de esta epístola que pasamos a copiar íntegra: «Beatísimo Padre: Deseando vivamente reconciliarme con Dios, y con la Iglesia Católica, recurro humildemente a Vuestra Santidad, como ya recurrió en mi nombre el Monseñor Arzobispo de Turín, para obtener esta reconciliación, rogándole absolverme de mis faltas de las que me reconozco culpable, sea por haber prometido con juramento la actual Constitución de España, que contiene no pocas ofensas a los derechos de nuestra S. Religión, sea por haber sancionado varias leyes [sic] y permitido que en mi nombre, como Rey [sic] de España, se diesen varias providencias contrarias a la doctrina y a los derechos de la Iglesia Católica. En disminución de mi culpa observo a Vuestra Santidad que rechacé, hasta donde me fue posible, aquella Corona [sic], y que finalmente me sometí a tomarla, constreñido por circunstancias para nada voluntarias a mí: sin embargo, estoy sinceramente arrepentido de todo el mal de que yo haya sido causa; de ello pido perdón a Dios, y suplico a Vuestra Santidad darme la absolución: declarándome pronto a poner aquel reparo que, en las difíciles y delicadísimas circunstancias en que me encuentro, pareciere a Vuestra Santidad más conveniente. Implorando su Bendición Apostólica, me precio de suscribirme, con el más profundo obsequio de Vuestra Beatitud, humildísimo devotísimo hijo Amadeo de Saboya» (p. 302, n. 123).

Pío IX correspondió al Duque de Aosta, el día 12, con este breve y jubiloso mensaje: «Alteza Real: La carta de Vuestra Alteza me ha procurado una consolación grande. Se digne Dios confirmar lo que fue obrado por Él, y, protegiendo siempre a V. A. y sus cosas, la libere de todo mal, especialmente ahora y en este tiempo que ve cubierta de mil males casi toda la Tierra. También a este fin dirijo mis plegarias al Señor, y con efusión del corazón comparto la Bendición Apostólica a usted, a S. A. la Duquesa su consorte, y a toda su familia» (pp. 302-303, n. 124). A su vez, señala Cárcel Ortí que «al Arzobispo de Turín fueron transmitidas por la Sagrada Penitenciaría Apostólica las facultades necesarias para absolver a Don Amadeo de todas las censuras canónicas en que había incurrido durante su reinado [sic] en España, y desde ese momento quedó reconciliado con la Iglesia» (p. 303). En efecto, en carta de ese mismo día 12, enviada a Monseñor Gastaldi, el Papa le escribía, entre otras cosas, este aviso: «Escribo a S. A. el Duque de Aosta. Me regocijo con él, y lo abrazo in osculo sancto. El Cardenal Penitenciario Mayor le comunica a usted con una carta suya todas las facultades necesarias, también subdelegables». (Pietro Pirri S. J., Pio IX e Vittorio Emanuele II dal loro carteggio privato, Tomo III, Volumen 2, 1961, p. 336).

Siete meses más tarde, un corresponsal del diario parisino Le Monde informó de la feliz noticia, que apareció publicada en su número de 15 de julio de 1874. Al instante se hizo eco la Prensa francesa y del resto de Europa, incluidos los periódicos liberales-italianistas, quienes exigieron enseguida al Gobierno de Víctor Manuel un desmentido oficial de semejante acto «escandaloso». Además, coetáneamente, el diario florentino La Gazzetta d´Italia estampó, en su ejemplar del 14 de julio, unas supuestas declaraciones de Amadeo de Saboya que echaron más leña al fuego. En ellas el Duque de Aosta terminaba manifestando al entrevistador, entre otras cosas, lo siguiente: «¿Qué va a ser de España ahora? […] No creo yo que los carlistas triunfen tan pronto. Es evidente, sin embargo, que se hallan mejor organizados y capitaneados que las tropas del Gobierno [sic, existente en Madrid]. Mi opinión es que se verá España dentro de dos años en manos de los carlistas, a no ser que intervenga alguna potencia extranjera. Una intervención de esta naturaleza traería lamentables resultados. Los españoles detestan a los extranjeros. No puedo ni debo decir más; mi carrera pasada me impone una actitud reservada que V. comprenderá y apreciará debidamente» (versión castellana tomada del semanario bruselense Gaceta Internacional. Revista hispano-americana, nº de 2 de agosto de 1874, p. 11).

El Presidente del Consejo de Ministros, Marco Minghetti, tomó de inmediato cartas en el asunto, y, con fecha 25 de julio, remitió la siguiente nota al Prefecto de Turín, Conde Vittorio Zoppi: «He preguntado a S. M. el Rey si [yo] podría hacer desmentir la carta al Papa que se atribuye al Duque de Aosta y que ronda los periódicos. S. M. el Rey me responde ignorar completamente esta carta, creída una invención, empero me da encargo de tomar información de ella directamente de S. A. y desmentirla lo más solícitamente posible. No teniendo cifra con S. A., le ruego quiera acudir en persona al mismo, y obsequiarle en mi nombre, y preguntarle si me autoriza a ello, de lo que le estaré agradecidísimo. Estaría bien al propio tiempo desmentir una conversación que se le atribuye sobre los carlistas españoles. Confío en su habilidad» (Pirri, op. cit., pp. 337-338).

Tras entrevistarse con el Príncipe, éste expidió al Conde, firmado el día 27, un autógrafo que rezaba así: «Señor Prefecto. Después de su coloquio conmigo, he sabido que, además del artículo relativo al discurso sobre España, al cual he creído el Gobierno solamente aludía, os ha salido un otro, donde se habla de una carta mía al Santo Padre. Respecto a esta última, le ruego hacer saber al Gobierno que, siendo esta carta mía de carácter en absoluto particular y privada, no tiene ningún derecho a mezclarse en ella, teniendo yo la libertad de mis acciones, para aquello que me refleja privadamente, excluida por supuesto la política. Se puede, por tanto, quitar el carácter político de la carta, si tal carácter le ha sido dado, pero no ya la carta. Guste los sentidos de mi afectuosa estima. Suyo afmo. Amadeo de Saboya» (ult. op. cit., p. 338. Los subrayados son del manuscrito original).

En virtud de esta respuesta, se insertó en el número de 27 de julio de la Gaceta Oficial del Reino de Italia una escueta nota que decía así: «no subsiste en absoluto una carta de carácter político que, según algunos periódicos, S. A. R. el Duque de Aosta habría dirigido a S. S. Pío IX; y es una mera invención la conversación que un corresponsal de periódico refiere haber tenido con S. A. R. en torno a las cosas de España».

En lo concerniente a la segunda parte de la nota, hemos podido ver que Amadeo, en su escrito, pasa por alto la cuestión acerca de sus supuestas declaraciones dadas al corresponsal de La Gazzetta d´Italia, por lo que, si de verdad existió este desmentido, entonces debió habérselo comunicado verbalmente al Prefecto en el encuentro que mantuvieron. En todo caso, sean auténticas o no esas declaraciones, al menos mostraban una visión ecuánime o imparcial hacia los leales católico-realistas, con los que en cambio no se prodigaban palabras afectuosas desde sectores de los cuales hubiera podido esperarse una mayor deferencia. Se podría citar, como botón de muestra, uno de los despachos, de 17 de junio de 1871, enviado a Roma por Bianchi –encargado oficioso de la Nunciatura, a quien mencionamos al principio–, en que el Presbítero lanzaba la clásica acusación del ultramontanismo tradicionalista o preconciliar de «la manía de los carlistas, de mezclar siempre la política con la Religión». (Citado en Cárcel Ortí, op. cit., p. 263).

En fin, el historiador Cárcel Ortí concluye apuntando que «las relaciones posteriores entre Pío IX y Amadeo de Saboya fueron muy cordiales, como demostraron los frecuentes intercambios de cartas y regalos, pero ya no pertenecen a nuestra historia» (ult. op. cit., p. 304).

Este sucinto repaso a los años de aventura política de Amadeo, suscita múltiples reflexiones. Aquí sólo quisiéramos contraernos al inexplicable hecho de que los Sumos Pontífices preconciliares adoptaran dos actitudes bien diferentes para con los distintos intrusos liberal-«católicos» que fueron presidiendo casi todos los sucesivos sistemas constitucionalistas habidos en el ámbito español. Es como si se hubiera promovido una especie de acepción de personas consistente en que, si una de ellas aceptaba ponerse al frente de un Estado revolucionario de tipo extremista o progresista, habría de cosechar la más viva resistencia por parte de la Santa Sede; pero si, en cambio, encabezaba un Estado revolucionario de tendencia moderada o conservadora, entonces no surgiría ningún problema serio, y las relaciones pasarían a ser más fluidas y hasta amigables con estos personajes, a quienes se trataría incluso de disculpárseles. Y lo cierto es que, de haber Repúblicas liberales con las que estuviera más justificada la confrontación de los Papas, ésas deberían ser las de la segunda clase, debido a su mayor peligrosidad, por ser más efectivas en la inoculación –sin prisa, pero sin pausa– del virus revolucionario en las comunidades políticas españolas.

Ya pusimos en su día un ejemplo de esta insondable contradicción pastoral pontificia en el artículo «El sepelio de Humberto de Saboya (y IV)». Pero fue Miguel Quesada, en el párrafo final de su artículo «Las tres almas del carlismo y sus corolarios (I)», quien la retrató nítida y gráficamente de este modo: «La sucesión de bendiciones a los enemigos de Dios y del Rey, con el paulatino y escandaloso asentimiento de la actitud integrista, parece no haberse detenido desde entonces; escándalos, en definitiva, cuya aparición supone un puñal adicional en el cuerpo cada vez más débil de la Cristiandad política. Antes, bendiciendo fácticamente las “monarquías” revolucionarias, hoy bendiciendo fácticamente los atentados contra la institución natural matrimonial».

Félix M.ª Martín Antoniano

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