El buen carlista

BAJO EL PSEUDÓNIMO DE «UN ERMITAÑO» QUEDARON ESTAMPADOS ALGUNOS ARTÍCULOS EN LA «BIBLIOTECA POPULAR CARLISTA» DEL P. JOSÉ DOMINGO CORBATÓ, PERSONAJE GENIAL DEL CARLISMO DEL REINO DE VALENCIA

Padre Corbató

Bajo el pseudónimo de «Un ermitaño» quedaron estampados algunos artículos en la «Biblioteca popular carlista» del P. José Domingo Corbató, personaje genial del carlismo del Reino de Valencia.

Nacido en 1862 en la localidad castellonense de Benlloch. A los doce años se alistó como voluntario en el ejército de D. Carlos participando en la tercera guerra carlista. A los 17 años ingresó en la Orden de Predicadores en el noviciado de Corias (Asturias) y a los 24 fue ordenado sacerdote. De salud frágil y gran temperamento, no lo tuvo fácil en la orden dominicana y supo granjearse, ya desde el noviciado, muchos enemigos, entre ellos el que sería su provincial, que llegó a suspenderle a divinis. Tras un largo periplo se instaló en la localidad castellonense de Vila-Real mientras seguía su actividad publicista con mayor libertad. Allí fundó un periódico carlista ―La voz del Maestrazgo― del que fue el alma hasta su desaparición. Conseguida una capellanía en la ciudad de Valencia a la que se trasladó a vivir, fundó un nuevo periódico ―El Valenciano― que tuvo también una corta vida pues acabó fundiéndose con El Criterio.

En 1894 publicó su primer libro, titulado «León XIII, los carlistas y la monarquía liberal», obra que le valió estar encarcelado por delitos de imprenta. El detonante fue la consideración de que la obra contenía la afirmación, calumniosa para la dinastía liberal, de que algunos de sus principales miembros estaban afiliados a la masonería. Este fue el motivo por el que el fraile fue conducido en carruaje cerrado a la cárcel de San Gregorio de la que fue liberado gracias a la intercesión del marqués de Segarra, militar legitimista. La causa judicial se alargaba, al mismo tiempo fue expulsado de la Orden de Predicadores y el miedo a un resultado negativo del juicio, convencido como estaba en que la decisión estaba tomada, fue convenciéndole de que tenía que buscar una salida, quizá, aconsejado por sus más fieles amigos carlistas, trasladarse a Venecia donde Carlos VII había establecido su corte en el exilio.

Cuando fue a ejecutarse la condena, Corbató había huido a París, pasando previamente por Venecia, donde estuvo exiliado durante once años hasta el indulto general del gobierno liberal de 1899. Sobrevivió durante su exilio parisino a duras penas. Ejerció como sacerdote, escritor y traductor, gracias a la protección de legitimistas franceses y españoles

Ese mismo año de 1899 Corbató publicó un folleto titulado acerca de los «consejos del cardenal Sancha» ―Cardenal Primado de Toledo que exigía a los católicos reconocer el régimen de la Restauración― el cual le acarreó numerosos problemas, intentó retractarse de algunas de las afirmaciones y ello le distanció de los jefes carlistas. En esta obra escribió un párrafo sublime que revela las intenciones del cardenal Sancha y la ágil pluma de nuestro autor, párrafo que merece la pena ser trascrito ―y la obra ser estudiada si queremos comprender las distintas etapas de que componen el «ralliement español»―:

«―¡Que la obediencia a la autoridad impide combatir a los gobernantes injustos! Si eso se dijera en un pueblo de imbéciles y esclavos, tendría su excusa; pero que se diga y se sostenga como dogma católico y bajo pena de pecado mortal en esta España que tiene dos reyes en los altares, y precisamente esos dos reyes, San Hermenegildo y san Fernando, levantáronse en armas contra otros dos reyes que por añadidura eran sus propios padres, eso es… es… ¡no quiero decirlo por respeto al Cardenal!»

Su vuelta definitiva a Valencia, supuso el abandono progresivo de la ortodoxia carlista y la fundación de un diario ―Luz Católica― en el que Corbató decidió difundir su propio credo político, el españolismo. Éste consistía en un pensamiento de corte tradicionalista que renunciaba al componente dinástico del carlismo con el objetivo de promover la reunión de los enemigos del liberalismo. Esta publicación le llevó a enemistarse con todo y con todos y a distanciarse cada día más de la Comunión Tradicionalista, aunque, como afirmaba siempre que tenía ocasión, seguiría defendiendo sus principios. De hecho, es necesario no valorar la escisión del fraile como una auténtica ruptura ideológica, sino como una desavenencia política y coyuntural, que no resta valor a la mayoría de su obra y sus escritos.

Los últimos años de su vida fueron los más extravagantes y heterodoxos: comenzó a profesar una doctrina mesiánica y providencialista, justificada más en su situación existencial que en un verdadero pensamiento tradicional, fundó una especie de sociedad sacerdotal y seglar, ―Milicia de la Cruz― que tenía como misión la defensa de la Religión y la Patria para la que escribió una regla y se deslizó hacia posturas heterodoxas sobre teología josefina. Murió en 1912 y su féretro fue llevado a hombros por los carlistas de la localidad de Benimámet, donde había fallecido, hasta el cementerio donde fue enterrado. De él, años después, se escribió:

«Espíritu inquieto y batallador, y al mismo tiempo escritor infatigable, sus campañas movieron mucho ruido, pues entusiasta defensor de las ideas tradicionalistas, logró reunir en torno suyo amigos incondicionales, y fue combatido sañudamente por los adversarios de sus ideas políticas».

 

P. Juan María LatorreCírculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia)

*  *   *

Si somos aquí carlistas porque somos católicos, lo cual es una verdad como un templo, pues un buen católico no puede ser indiferente en política y no hay aquí más política católica que la de los carlistas, claro está que ni los malos católicos ni los católicos a medias podrán ser jamás buenos carlistas. Es decir que el buen carlista ha de portarse siempre con Dios, con la Patria y con el Rey cual cumple a un buen católico, a un católico que ni de cerca ni de lejos tenga que ver nada con el liberalismo.

Y decimos que ni de cerca ni de lejos tenga que ver nada con el liberalismo, porque hay católicos que, si bien no profesan las doctrinas y principios liberales, son sin embargo muy decididos partidarios de lo que da aquí vida y aliento a esos principios y doctrinas, y éstos ¿quién lo duda que deben llamarse también liberales? Sí, porque quien quiere la causa quiere el efecto, sin que les valga decir a esos católicos que se han hecho liberales o partidarios de estas instituciones políticas no más para catolizarlas o para pelarlas, como diría el Sr. Pidal, porque el fin no justifica los medios, y de sobra saben ellos y más que nadie el Sr. Pidal que dichas instituciones son de todo punto incatolizables e impelables, según ha venido demostrándolo día por día la experiencia de más de veinte años que hace ya que esos señores comen del presupuesto con aquél tan religioso y patriótico fin.

El buen carlista, pues, debe ser ante todo un buen católico, un católico sin mezcla alguna de liberalismo, un católico que ama a Dios sobre todas las cosas, más que al Rey y más que a sí mismo, y que aun en la política no busca otra cosa sino la mayor gloria de Dios, lo contrario de lo que hacen los católicos liberales, que no buscan en ella más que su medro personal.

Debe creer y practicar asimismo el buen carlista todo cuanto le enseña y ordena practicar la Iglesia católica, y así unido e identificado con ella, bien puede reírse de todas esas otras uniones católicas a que sin cesar le solicitan hombres sin autoridad ni misión alguna y con el sólo y exclusivo objeto de allegar fuerzas para sostener aquí la obra de la masonería, pues «sólo con atender -ha dicho no ha mucho el Emmo. señor Cardenal Monescillo- sólo con atender a que Jesucristo omitió al constituir la Iglesia lo que ahora ciertos hombres mal avisados parece aspiran a introducir en la ordenación y régimen de la misma; y teniendo, por la misericordia de Dios, centro vivo de unidad y unión de los católicos bajo la dirección de sus Prelados, y viviendo en congregación continua al abrigo de la parroquia y de la escuela cristiana, no es menester acudir a extraño llamamiento, pues ya lo hace clamorosamente la campana parroquial»

Mas, como quiera que sin la frecuencia de Sacramentos y la práctica de las virtudes cristianas es muy difícil si ya no moralmente imposible vivir como Dios manda y como debe vivir un buen católico, también el buen carlista deberá acercarse a la sagrada Mesa con la mayor frecuencia posible, previa siempre una buena y santa confesión, y practicar todas y cada una de las virtudes cristianas según se lo consientan su estado y profesión. ¡Ah, no! No sería buen carlista el que se avergonzara de ser un buen católico, un católico practicante y fervoroso, un católico sin miedo a la muerte cuando se trata de defender los intereses de Dios y los de su santa Iglesia, y exento al mismo tiempo de todo temor mundano.

También para con la patria deberá portarse el buen carlista cual cumple a un buen católico, haciendo y procurando que sean buenas y cristianas las leyes con que es gobernada, para lo cual deberá abstenerse de dar jamás su voto a un liberal, probado como está que nada que huela a liberalismo puede ser bueno y provechoso para los pueblos. Sí, no tiene España peor enemigo que el liberalismo; al liberalismo debe todas sus desgracias e infortunios; es el liberalismo el que la ha desacreditado y empobrecido; nunca, pues, el buen carlista llegará a odiar bastante al liberalismo. Y como el buen carlista debe estar siempre dispuesto a dar hasta su vida en defensa de la patria, así deberá soportar también con resignación cristiana las privaciones y sacrificios que ese tan sagrado deber le impone, pidiendo a Dios sin cesar y trabajando sin tregua ni descanso dentro de la legalidad para arrancar cuanto antes a esta nación desventurada de las garras del liberalismo, es decir, para darle mejores instituciones políticas que las que en mal hora le impusiera un día la masonería.

Constituye la patria española, no ya tan sólo la tierra que poseen y pisan los españoles, sino que también y más que todo sus leyes y costumbres, no por cierto las leyes y costumbres que ha introducido aquí el régimen liberal y en virtud de las cuales podría creer cualquiera que no era esto más que una prolongación del Riff, sino aquellas otras leyes y costumbres que hicieron un día de España la señora de ambos mundos, la más rica, la más honrada y la más respetable y respetada de todas las naciones.

Deberá, pues, el buen carlista suspirar siempre por esas leyes y costumbres, y tenga, tenga, sí, siempre por el mayor enemigo de su patria al que a su restablecimiento se oponga.

Y un buen católico ¿cómo deberá portarse con su Rey? Cuando el Rey es legítimo aunque no pueda reinar de hecho, por haber usurpado otro su autoridad, si no ha renunciado a su derecho ni a ello le obliga el mayor bien de la sociedad, todo buen católico deberá guardarle la misma fidelidad, el mismo amor y el mismo respeto como si de hecho reinara; a él deberá obedecer asimismo en todo lo que no sea obstáculo al buen régimen y gobierno del usurpador, pues de lo contrario resultaría perjudicada la sociedad, y ya se sabe que el Rey es para la sociedad y no la sociedad para el Rey; no podrá hacer nada, absolutamente nada que pueda retardar su advenimiento al trono, antes deberá hacer todo lo posible -salvo siempre el mayor bien de la sociedad- para que justicia sea hecha y pueda recuperar cuanto antes la autoridad que el usurpador le tiene detentada. Y como quiera que el buen carlista, hemos dicho, ha de ser ante todo un buen católico, pórtese con D. Carlos como aquél se portaría con el Rey legítimo, y no dude que le habrá de premiar Dios un día en el cielo cuanto por Dios, por la Patria y por el Rey haga aquí ahora en la tierra.

UN ERMITAÑO

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