El año del Nacimiento de N. S. Jesucristo (II)

Un primer problema para los estudiosos se plantea cuando se trata de definir a qué se refería exactamente Dionisio con la expresión «Anno Domini»

«Adoración de los pastores», de Guido Reni, 1642.

A la vista de estas últimas, si se retrotrae la fecha de la fundación de Roma hasta el inicio de su 1er año, se podrá observar que éste se verificó en abril del mismo año juliano-civil en que se iba a iniciar, tres meses después, el cuarto año de la sexta Olimpiada, y de esta forma llegamos al dato fundamental de la Cronología varroniana. Asimismo, desde el consulado conjunto de Pío y Ponciano hasta el año juliano-civil en que empezó a imperar Diocleciano transcurrieron 46 años (están bien identificados sus respectivos cónsules sucesivos), por lo que en abril de dicho año principió el 1037º de la fundación de Roma. Aquí comenzó el año primero de la era diocleciana o de los mártires, usada –como dijimos– por los alejandrinos en sus Tablas Pascuales. Aunque ese Emperador inició su andadura en noviembre, el Patriarcado de Alejandría comenzó a contar los años dioclecianos desde el 29 de agosto, día del año nuevo en el Calendario civil alejandrino. En fin, hasta el inicio del 248º diocleciano pasaron otros 247 años; así pues, en el mes de abril de este último año juliano-civil se verificó paralelamente el inicio del 1284º de la fundación de Roma.     

Un primer problema para los estudiosos se plantea cuando se trata de definir a qué se refería exactamente Dionisio con la expresión Anno Domini al aplicarla al año 532 en correspondencia al 248º diocleciano. ¿Era el año en que Cristo incoaba su 532º año, o el año en que Cristo cumplía su 532º aniversario? Es importante remarcar al respecto que, en el cómputo de los años, no existía en la Antigüedad grecorromana el año cero: se considera que el año 1º comienza el mismo día en que tiene lugar el acontecimiento que se toma como punto de referencia para la cuenta anual, y los sucesivos aniversarios se siguen contando por años incoados (para hacernos una idea, se puede pensar, por ejemplo, en la forma en que los Papas han proseguido fechando sus documentos hasta hoy, en donde numeran los años tomando como pauta el comienzo de sus pontificados). Sin embargo, en la Cronología dionisiana, a medida que se fue difundiendo desde Roma por los Reinos cristianos a lo largo de los subsecuentes siglos, el Anno Domini pareciera haber sido interpretado como año cumplido de Cristo dentro del año juliano-civil en cuestión (o, si se prefiere, en una posible explicación alternativa, como año incoado contando a partir de la fiesta de la Circuncisión, quizá pretendiendo hacer coincidir el inicio del Anno Domini con el inicio del propio año juliano-civil). En cualquier caso, de acuerdo con la Cronología dionisiana, el primer año de la era cristiana se corresponde con el año juliano-civil dentro del cual Nuestro Señor cumplió su primer aniversario, y no el año de su Encarnación y Nacimiento propiamente dicho. En consecuencia, según el cómputo dionisiano, Jesucristo habría nacido el 25 de diciembre del año 1 a. C., o, lo que es lo mismo, el año juliano-civil en cuyo mes de abril principiaba el 753º de la fundación de Roma, o en cuyo mes de julio principiaba el cuarto año de la 194ª Olimpiada. Por consiguiente, el año 532 A. D. es el año juliano-civil en cuyo mes de abril se incoa el 1285º año de la fundación de Roma, y en cuyo mes de diciembre se cumple el 532 del Nacimiento de Cristo. ¿Fue ésta realmente la intención de Dionisio al fijar su famoso año 532? Sea cual fuese su pensamiento, lo cierto es que ésta fue la interpretación final con la que sería recibida su nueva Cronología en la Cristiandad, y así quedó establecida hasta el día de hoy.

Por otro lado, también se plantea la cuestión de cómo llegó Dionisio a la conclusión de que el año con que iniciaba su Tabla Pascual era justamente el 532 después de la Encarnación de Cristo. Los estudiosos han estado igualmente indagando sobre esta incógnita, proponiendo las posibles fuentes de las que pudo servirse el monje escita para su cálculo, pero las soluciones presentadas no pasan de meras conjeturas. Lo único indudable es que Dionisio sólo nos legó su resultado, llevándose a la otra vida las operaciones utilizadas al efecto.

(Continuará)

Félix M.ª Martín Antoniano    

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