
Y así volvemos al interrogante del principio: ¿qué fiabilidad tiene nuestra Cronología dionisiana? ¿Está en concordancia con la realidad histórica, de manera que podamos sostener que este 25 de diciembre Jesucristo cumple en efecto 2024 años? La mayoría de los cultivadores de la crítica histórica continúan profesando como verdadera fecha del Nacimiento del Señor el año 5-6 a. C. Ésta fue la hipótesis que expuso el teólogo protestante Emil Schürer en su más conocida obra Geschichte des Jüdischen Volkes im Zeitalter Jesu Christi, estampada por vez primera en 1890 (presentada como una segunda edición reelaborada de su manual Lehrbuch der neutestamentlichen Zeitgeschichte, de 1874), y que alcanzaría su definitiva cuarta edición en tres tomos entre 1901-1909. Este crítico alemán básicamente se apoya en las afirmaciones del famoso historiador judío Flavio Josefo. Éste, en sus Antigüedades Judías, apunta (Lib. XIV, Cap. 14, §5) que el Senado de Roma designó a Herodes (apodado «El Grande») Rey de Judea en el año en que fueron cónsules Cneo Domicio Calvino y Cayo Asinio Polión, el cual se corresponde con el 40 a. C. de nuestra Cronología dionisiana. Ahora bien, el mismo Josefo anota igualmente después (Lib. XVII, Cap. 8, §1) que Herodes, cuando murió, había reinado 37 años desde su nombramiento, de lo cual deduce Schürer que el año de su fallecimiento fue el 4 a. C., mismo año en que se incoaba su 37º como Rey. Y si a esto le sumamos 1 ó 2 años más para dar cuenta del episodio de la Matanza de los Santos Inocentes, cuando Cristo ya había nacido, entonces nos da como año del Nacimiento de Nuestro Señor el 5 ó 6 a. C.
Como se ve, la postura de Schürer depende en última instancia de la confianza que se quiera otorgar a las noticias facilitadas por Josefo. Sin embargo, hay que subrayar, en relación a esto, que no faltan tampoco historiógrafos que ponen en evidencia las numerosas inexactitudes o contradicciones comprobables, históricas o cronológicas, en que incurre con frecuencia, en general y consigo mismo, dentro de sus obras conservadas, este escritor judío (siempre y cuando consideremos que esos errores y discrepancias se deban –por las razones que sean– al mismo autor, y no traigan causa más bien de las sucesivas transmisiones de su corpus literario, el cual nos ha llegado en su versión original griega a través de diversos manuscritos medievales que asimismo divergen significativamente entre sí). En fin, aun estimando que Flavio Josefo hubiese manejado justamente y sin motivaciones interesadas las fuentes de las que se sirvió, cabría también la posibilidad de que hubiese desconocido el hecho de que los tres hijos sucesores de Herodes (Arquelao, Antipas y Filipo) antedataron el comienzo de sus respectivas etnarquías o tetrarquías, quedando por esta circunstancia viciada sin querer la interpretación que hiciese de los datos cronológicos referidos al padre.
En definitiva, esta propuesta histórico-crítica para la determinación del año del Nacimiento de Cristo no muestra pruebas sólidas o suficientes que induzcan a abandonar la tradicional instituida por Dionisio. Más digna de atención nos parece, por el contrario, la tesis disidente que deriva de uno de los libros litúrgicos de la Santa Iglesia: hablamos del Martirologio Romano, y, en concreto, del texto correspondiente a la Calenda de Navidad, a la cual ya tuvimos ocasión de referirnos en su versión tradicional en nuestro artículo «La Calenda de Navidad del Martirologio Romano».
La Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, por el Decreto Victoriam paschalem Christi, de 29 de junio de 2001, promulgó la primera edición del Martirologio Romano revisado conforme al espíritu del Concilio Vaticano II. Tres años después, la misma Congregación, por el Decreto A progenie in progenies, de 29 de junio de 2004, publicó la segunda edición. En la Calenda de Navidad, la reforma consistió fundamentalmente en eliminar, al fecharse el Nacimiento de Cristo, el año concreto que se asignaba a varios de los acontecimientos históricos relatados, sustituyéndolo por una genérica expresión temporal indeterminada o menos precisa. Sólo cuatro fechas específicas se salvaron de esa modificación, apareciendo igual que en las ediciones preconciliares, a saber: la Semana 65ª según la profecía de Daniel; la Olimpiada 194; el año 752 de la fundación de Roma; y el año 42 de Octavio Augusto.
Dejamos a un lado la fecha del profeta Daniel, y nos centramos en las otras tres, y, sobre todo, el año de la fundación de Roma en que el Martirologio Romano sitúa el Nacimiento de Cristo. Como se puede observar, difiere en un año del que dictamina la Cronología dionisiana: mientras que ésta pone la primera Navidad en el 753º Ab Urbe Condita, el Martirologio marca el 752º. Esto queda confirmado por el año de reinado del Emperador Octavio al momento de nacer Cristo: Octavio comenzó a regir –pactando un Triunvirato con Lépido y Marco Antonio– en noviembre del año juliano-civil en que fueron cónsules ordinarios Cayo Vibio Pansa y Aulo Hircio; ahora bien, esto se corresponde con el año 43 a. C. según la Cronología dionisiana, pero el Martirologio lo coloca, en cambio, en el 42 a. C. De poco nos sirve, por lo demás, el dato de la Olimpiada, demasiado amplio en este caso, ya que cuadra con las dos Cronologías: mientras que en la dionisiana coincidiría –como vimos– en el mismo año juliano-civil en que da inicio el cuarto año de la 194ª Olimpiada, en el Martirologio, por su parte, concurriría en aquel en el cual arranca el tercer año de dicha Olimpiada.
Por lo tanto, si la Cronología del Martirologio fuese la correcta, eso significaría que esta Nochebuena celebraríamos, en realidad, no los 2024 años cumplidos de Nuestro Señor Jesucristo, sino los 2025 años. ¿Cuál de las dos Cronologías es la acertada: la dionisiana o la del Martirologio? Que lo decida el lector. En todo caso, la diferencia entre ambas no deja de ser de apenas un solo año.
Félix M.ª Martín Antoniano
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