De la cuestión sobre si el liberalismo es o no es pecado

Pido al lector que contemple detenidamente los frutos del liberalismo, y se pregunte si es o no es lo que llamamos pecado; o, al menos, si le conviene o no continuar por su camino.

Retrato del Pbro. Félix Sardá y Salvany

No te alarmes, pío lector, ni empieces por ponerle ya desde el principio mala cara a este librejo. Ni sueltes con espanto el papel, que por muy abrasadas y candentes que estén hasta el rojo blanco las cuestiones que en él ventilemos tú y yo en familiar y amistosa conferencia, no te quemarás los dedos con ellas, pues el fuego de que ahí se trata es metáfora y nada más. Fèlix Sardà i Salvany.

Pues sí, pío lector, el mismísimo Sardà i Salvany ya nos aconseja bien en la primera acometida de su famoso libro que cito en cursiva. Por eso, como hace él, yo le suplico que antes de que deseche este articulejo, si se pregunta por qué planteo en el título tal aparente duda con la obra del autor catalán, siga leyendo, porque a continuación se lo explico.

En los tiempos que corren parecería como que la frase «el liberalismo es pecado» haya perdido su fuerza debido a la normalización de este y, quizás, a la poca insistencia de nuestros pastores en tratar de ordenar nuestro comportamiento frente al error. Dicho de otra manera, el hombre postmoderno se muestra indiferente hacia lo que sería evitar el pecado, y si a esto le sumamos el poco empeño de la clerecía en la necesidad de mantener vivo el sacramento de la confesión, los hombres de nuestro tiempo podrían haber perdido la diligencia para evitar pecar o, en su caso, purificarse.

Así, hablando con un amigo sobre el tema, este me hacía notar la falta de fuerza de esta asociación entre liberalismo y pecado. Y es que quizás, pío lector, en algo tenga razón, pues en el siglo XIX alertar de que el liberalismo es pecado removía las conciencias, pero, en nuestros tiempos, ahora que esta hidra repugnante de infinitud de cabezas ha adormecido la moral, para muchas almas, ser alertadas del pecado puede resultar hasta un atractivo.

El otro argumento que esgrimía el dialogante era que este discurso podía estar bien en un clérigo del XIX, pero que no es para nada adecuado a los tiempos que corren de broncanos, reguetones, «disneis» y demás. Puede que también tenga algo de razón y no sea descabellado adaptar el discurso al contexto –salvaguardando su esencia, por supuesto–, en lugar de de dar por perdidas a las almas que piensan que el concepto de pecado es divertido o que la definición de las cosas y los límites de los conceptos es absolutamente cambiante según el contexto (no sé a qué me suena esto si no es a nominalismo, el pérfido abuelito del liberalismo actual).

Entonces, llegados a este punto, si usted, pío lector, es de aquellos a quienes no les gusta, o no les remueve, que les hablen de pecado; o piensa que hay que variar el discurso sólo teniendo en cuenta el contexto, independientemente de la verdad; si es de esos, trataré de actualizar el mensaje intentando no perder su esencia. Le pido, pues, que contemple detenidamente los frutos del liberalismo, y se pregunte si es o no es lo que llamamos pecado; o, al menos, si le conviene o no continuar por su camino. Veamos.

El liberalismo es mentira, ausencia de verdad, engaño, equívoco, trampa, embeleco, argucia e invención. Pues sí, pío lector, leyendo las obras de Maquiavelo, Bentham o Stuart Mill llegará al relativismo utilitarista. Eso es, que lo bueno y verdadero se definen por su utilidad, por el interés particular, y no por ser cierto o verdad. Entonces, pío lector, tenemos la primera hija, la mentira. Juzgue usted mismo.

Es analfabetismo funcional. Es pensar confusamente que ir al colegio equivale a saber, o que ver Netflix es ganar criterio y capacidad de discernir. Es, pues, no entender que se puede saber de muchas formas, sobretodo atendiendo a la realidad que nos rodea y no a planteamientos e ideas a priori. Juzgue usted mismo.

Es adoración fanática de algo que no es nada más que un método. Pregúntele a Descartes, o a Rousseau mismo… (¡o a Karl Popper!) por qué articulan todo un discurso, o sea, su obra, en torno a la nada, al método de obtener el conocimiento o tomar decisiones, y lo venden como fórmula infalible para delimitar lo que está bien y lo que no, lo que es científico y lo que no; y obvian que la Verdad y el Bien se basan en la adecuación del conocimiento a la naturaleza del objeto, independientemente de como se obtienen. Esto, pío lector, es fanatismo religioso formalista. Juzgue usted mismo.

Es sometimiento, esclavitud, servidumbre y explotación. Pues sí pío lector, consulte las obras de Dickens o del gnóstico materialista Karl Marx para ver la enorme esclavitud que sufre el s XIX ―el gran siglo del liberalismo―, o como lo dibuja el propio Belloc en su «Estado Servil». Vea la realidad actual y qué futuro espera a nuestros descendientes si continuamos por la senda de la usura, el lucro de unas minorías oligárquicas, sus paraísos fiscales en B o las redes de tráfico y explotación. Es evidente que hay esclavitud y habrá más. Juzgue usted mismo.

Es sectarismo gnóstico, supremacismo de unos pocos, maniqueísmo y materialismo nihilista. Léase a Julio Meinvielle o a Voegelin, ellos se lo explicarán mejor. Cábalas y gnosis, pues, campan a sus anchas en nuestros días en cada una de las esferas de nuestra sociedad. Juzgue usted mismo.

Es estado totalitario fascista, estado totalitario comunista, estado totalitario demagógico o ausencia de estado. Pues sí, pío lector, haga un paseo por las obras de don Miguel Ayuso acerca del estado moderno y sabrá por qué lo digo. ¿El siguiente paso?: la maldita «gobernanza» mundial, todavía será peor, pues ya empieza a enseñar sus patitas y lo que muestra no es nada esperanzador. Juzgue usted mismo.

Es desorden de la naturaleza, inundación, incendio, bosque estéril, tala o muerte de árboles frutales, setas venenosas, es plaga de jabalíes, macrogranja contaminante, mildiu, filoxera, lengua azul, son continuas plagas devastadoras y contaminación. Consulte sino a Oria de Rueda en su libro «Naturaleza tradicional» y entenderá a qué me refiero. O más fácil: vaya usted al campo, al monte, al río o al mar y observe. Juzgue usted mismo.

Es guerra y genocidio, selección del más fuerte, eugenesia, aborto, eutanasia. Pues sí, pío lector, siga la pista de los anglosionistas Maltus, Spencer, Darwin, Galton, Sanger, Huxley, Noah Harari y lo entenderá mejor. No hace falta enumerar las guerras de estos últimos siglos, ni las víctimas de todo este tinglado, es suficiente con querer ver la realidad. Juzgue usted mismo.

Es yatrogenia, enfermedad y muerte. Revise los datos de muerte súbita, cáncer o enfermedad inmune de los últimos cuatro años y verá por qué lo digo. El gran Juan Manuel de Prada o Fernando del Pino Calvo Sotelo se lo explican muy bien y ampliamente en sus artículos. Juzgue usted mismo.

Pues bien, pío lector, todas estas cosas son el liberalismo, o al menos no podrá negar que hay una conexión temporal entre el inicio e instauración gradual de la ideología y la manifestación in crescendo de estos males.

Y si estas son sus consecuencias o «derivadas», volviendo al sabadellenc, tenga en cuenta que no querer verlas a causa de un deseo de vida ancha, de la codicia o de la voluntad de medrar, supone seguir «progresando» hacia la nada como si nada ocurriese.  Significa comportarse desviándose de las finalidades concretas y, por extensión, de la finalidad última de un ser humano. Y a este acto, pío lector, es a lo que se le llama pecado, llámele usted como quiera, pero es lo que es.

Por todo lo dicho, pues, concluyo que si piensa que el liberalismo no es pecado quizás tenga razón en un sentido, no es un pecado en minúsculas. Sí, pío lector, en ese sentido el liberalismo no es pecado, sino que es mucho más que eso. Es el pecado en mayúsculas, la senda segura al nihilismo que tantos males esparce y tantas señales nos da.

Es la desviación más peligrosa, pues cualquier concesión que se le haga es tomada por sus fieles vasallos como una victoria, un paso adelante en su objetivo, la conquista de una plaza de la que no piensan retroceder bajo ningún concepto.

Quizás, si no lo quiere razonar, observe y tenga en cuenta solo una idea importante: por sus frutos lo conocerá.

Bearn, a 28 de diciembre de un año del Señor.

Joan Mayol

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