
Como podemos ver, la palabra liberalismo siempre señalaba a un proyecto común que compartían todos los colores de la modernidad, a pesar de que este fondo común se haya hecho menos explícito a causa de que, en el último siglo, se haya restringido el uso de este término para designar solo a algún color en concreto (por ejemplo, en España y Argentina solo se usa para la derecha, así como en Estados Unidos solo se usa para la izquierda, si bien la derecha también se hace llamar classical liberalism). Por lo tanto, solamente aquel que rechace el liberalismo en su totalidad, ese proyecto común que la derecha defiende tanto como el progresismo, será el único que realmente pueda decir que es «políticamente incorrecto». Sin embargo, lamentablemente, muchos católicos defienden celosamente que el deber de todo cristiano es sumarse a las filas de la derecha sistémica, rasgándose las vestiduras si no se les da el voto.
Lo que el católico derechista suele alegar es que (ciñéndonos a nuestro ejemplo inicial) resulta preferible que el Estado no subvencione las operaciones «transgénero» a que sí lo haga, por lo que lo más cristiano que podemos hacer es volcarnos en que la derecha liberal tenga éxito. No obstante, esto supone ignorar cómo funciona la maquinaria del liberalismo. No existe una opción anticristiana y una opción menos anticristiana, ya que tanto la derecha como la izquierda son necesarias para la destrucción del orden moral. En primer lugar, la izquierda actúa de manera revolucionaria: declara que la libertad e igualdad de los «trans» es incompatible con el «cisheteropatriarcado», exigiendo subvenciones para sus operaciones, multas para pronombres mal dichos y la deconstrucción de la familia tradicional en las universidades. En segundo lugar, la derecha actúa de manera conciliadora: declara que la libertad e igualdad de los «trans» sí es compatible con la pervivencia de familias tradicionales, convenciendo a todos de que es posible evitar esas medidas revolucionarias y aun así respetar el transgenerismo. Por tanto, el único motivo por el que la derecha consigue cancelar la revolución es porque le promete a la izquierda que ya ha aprendido a convivir con todas las opciones de vida. Así, la propuesta intelectual de la derecha solo sirve para consolidar que el «transgenerismo» sí es una alternativa igual de aceptable que cualquier otra. La izquierda se abre paso de manera conflictiva, mientras la derecha afianza sus avances sin necesidad de aplastar al «opresor», puliendo así el trabajo de la izquierda.
En definitiva, la única opción del sistema es un mismo anticristianismo que, al tiempo que señala a su enemigo y le declara la guerra abierta, también le intenta convencer engañosamente de que no perderá nada si acepta una coexistencia bajo sus términos. Solo saldremos de este bucle cuando los católicos tomemos conciencia de que no hace falta buscar una causa política fuera de la tradición, ya que siempre ha habido una a la que están llamados a sumarse: la restauración del Reinado Social de Cristo, que el tradicionalismo español siempre ha abanderado.
Marco Benítez, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia)
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