Seguimos en pleno franquismo, Sr. Sánchez (I)

absoluto alejamiento de Franco, desde el principio, respecto a los genuinos objetivos del 18 de julio, y su simultánea incursión en la misma sustancial maldad liberal-republicano-constitucionalista de los regímenes anteriores a él

Los tres sucesivos Presidentes de la República liberal-constitucionalista fundada por Franco, y retocada por Juan Carlos. (Pazo de Meiras, 8 de agosto de 1975)

El Presidente Pedro Sánchez inauguró el pasado 8 de enero el primero de una serie de actos que se celebrarán –si Dios no lo remedia– a lo largo de este año con motivo del cincuenta aniversario de la muerte del Dictador Franco. Ya que una de las supuestas finalidades de los eventos organizados consiste en examinar y divulgar la verdad de la Historia española desde los tiempos de la espantada del segundo Alfonso en 1931 hasta nuestros días, creemos que sería oportuno insistir algo más en esa verdad histórica en orden a debelar la falaz dialéctica entre franquismo y juanco-felipismo (delatada en nuestro grupo de artículos «Agenda franquista y Agenda 2030») que se viene potenciando por unos y otros en el escenario cultural actual, falsedad a la que quiere contribuir no poco el Sr. Sánchez a juzgar por el contenido del discurso dado en el susodicho acto inaugural.

Fecha fundamental que ha de servir de criterio a la hora de enjuiciar los acontecimientos históricos de estos últimos 90 años, es la del 18 de julio de 1936. En los preparativos del Alzamiento jugaron el papel protagonista, por un lado, un sector del Ejército liberal que, no obstante, providencialmente se encontraba capitaneado por un militar de familia carlista, el General José Sanjurjo; y, por otro lado, la comunión de católicos-realistas españoles, encabezados por el anciano Rey de España Alfonso Carlos I. Las negociaciones para el Alzamiento las llevaron a cabo sus respectivos delegados: el General Emilio Mola, en nombre de Sanjurjo; y el entonces Príncipe D. Javier de Borbón y Manuel Fal Conde, por cuenta del Monarca Católico. La discrepancia fundamental que surgió en las conversaciones radicaba, en última instancia, en la finalidad que habría de darse al Alzamiento, cuestión naturalmente primordial. Puesto que las fuerzas del Frente Popular, lideradas por el PSOE y el Partido Comunista, pretendían –como ya intentaron antes en 1934– arrumbar el sistema existente para implantar en su lugar la llamada «dictadura del proletariado», Emilio Mola abogaba simplemente por un pronunciamiento que restableciera el «orden» constitucionalista de 1931. En cambio, los representantes del Rey insistían, como es lógico, en favor de la única solución que siempre habían venido sosteniendo desde que se instalaran la iniquidad y la anormalidad en el solar español en 1833: la restauración de la legalidad católico-monárquica conculcada por la Revolución, con la concomitante restitución a su dueño legítimo de la efectiva potestad política detentada por los subsecuentes usurpadores. Insistencia que se significaba con la férrea defensa de la bandera bicolor, el símbolo de la Monarquía Católica española.

Para salir de este impasse, el General Sanjurjo intervino con una misiva, fechada el 9 de julio, que dirigió a ambas partes, en la que daba toda la razón a los legitimistas, autorizándoles a salir con la enseña monárquica y añadiendo: «Desde luego, e inmediatamente, habrá que proceder a la revisión de todo cuanto se ha legislado [sic], especialmente en materia de religión y social, hasta el día, procurando volver a lo que siempre fue España» (M. Ferrer, Historia, Tomo 30 (II), p. 101. El subrayado es nuestro). El sentido inequívoco de estas expresiones lo confirmaba Fal Conde en una carta de 16 de julio enviada al Rey Alfonso Carlos en la que, entre otras cosas, le manifestaba: «Hemos mirado mucho el contenido de la carta [de Sanjurjo]. Representa la garantía que esa persona [= Sanjurjo] nos merece, puesto que él precisamente será el Presidente. Miramos, además, que el contenido tiene un plan muy hermoso, y, sobre todo, se arroga una misión provisional. Consideramos que Ocaña [= Sanjurjo], cuando entregó la carta a nuestro comisionado [= Antonio Lizarza], le dijo que su propósito era dar paso al Régimen definitivo con todas nuestras esencias, y que, en cuanto a la persona, él jamás consentiría a los romanos [= alfonsinos], a cuyo Jefe [= Alfonso] detesta, y que para él no había más persona [= Rey] en su día que quien fuera nuestro Jefe [= el Rey o Regente legítimo], porque así era justo ante el fracaso de los romanos [= las Repúblicas isabelina y alfonsina]» (Tomás Echeverría, Cómo se preparó el Alzamiento. El General Mola y los carlistas, 1985, p. 180. Los subrayados son del texto original).

Así pues, quedaba bien claro cuál era la esencia del pacto fundacional del 18 de julio. Ahora bien, los trágicos fallecimientos del General Sanjurjo el 20 de julio de 1936 y del General Mola el 3 de junio de 1937, echaron al traste las únicas garantías personales que podían avalar el ulterior efectivo cumplimiento de los compromisos acordados. El nombramiento, el 1 de octubre de 1936, del General liberal Francisco Franco, como máxima autoridad militar y civil provisional dentro del campo alzado, sería el trampolín que le serviría para, con un golpe de mano, y aprovechando los avatares de la guerra, autoerigirse en Dictador vitalicio. El decreto de 19 de abril de 1937 de creación del Partido Único, y los decretos de 30 de enero de 1938 y 8 de agosto de 1939 de autoconcesión de omnímodas atribuciones, le sirvieron de cobertura para la espuria operación. El absoluto alejamiento de Franco, desde el principio, respecto a los genuinos objetivos del 18 de julio, y su simultánea incursión en la misma sustancial maldad liberal-republicano-constitucionalista de los regímenes anteriores a él, quedando de este modo sellado como un mero eslabón más de la cadena revolucionaria, obligaron a los católico-realistas, justamente por fidelidad a ese mismo 18 de julio, a tener que reconocer la consiguiente ilegalidad e ilegitimidad de esa Dictadura. Así se lo hizo saber, sin más remedio, el Rey de España Javier I –heredero de D. Alfonso Carlos tras su fallecimiento el 29 de septiembre de 1936– por vez primera en las dos entrevistas que mantuvo con el General en diciembre de 1937, cuando en ellas el Monarca Católico, siendo ya el último superviviente de los principales actores del pacto del 18 de julio, y en consecuencia custodio e intérprete auténtico de su verdadero contenido, le manifestó su obligada oposición al invento del Partido Único, así como en general a la torcida y desviada orientación que el militar gallego venía fomentando en el terreno sociopolítico desde su accesión al Poder fáctico.

Félix M.ª Martín Antoniano      

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