
Aunque ya no sorprende a nadie el hecho, sí sorprende que la prensa española haya dado estos días titulares como el que encabeza estas líneas, junto a información detallada sobre la población inmigrante en España. No sabemos si se deberá al aparente cambio de signo ideológico a nivel global tras el triunfo de Trump, dado que este tipo de información sensible suele ser más bien ocultada. No obstante, hace tiempo que las encuestas reflejan que la inmigración masiva está entre los problemas que más preocupan a los españoles. Es normal que aparezcan así movimientos y partidos políticos populistas que hacen bandera de la lucha contra la inmigración masiva, generalmente adscritos a la derecha sionista y tendentes a avivar el miedo a la islamización de Europa, mientras aprovechan para establecer paralelismos falaces que favorezcan los apoyos al Estado pirata de Israel. Estos movimientos aglutinan a personas bien pensantes que creen que hay que luchar contra la inmigración ilegal y a otros elementos más viscerales, identitarios o racistas. Los primeros ignoran que, como en otros ámbitos, es la oligarquía financiera la que hace ley de su capricho en materia de inmigración, con lo cual, exigir una inmigración legal es tanto como no decir nada. Los segundos simplemente hacen el juego a los partidos populistas y defienden (en España menos que en otros países europeos) posturas racistas y biologicistas inadmisibles para un católico. Todo ello, para que los partidos en cuestión, si les dejan, acaben haciendo lo que mande la voz de su amo. El problema es que los católicos se encuentran habitualmente entre la tentación populista y la postura filantrópica fomentada por las jerarquías eclesiásticas actuales, que nada tiene que ver con una visión realista y verdaderamente católica.
Lo primero que debemos decir es que el tratamiento de la inmigración como problema no tiene nada que ver con el rechazo de las personas inmigrantes. Nunca enseñó esto la Iglesia, sino al contrario, la existencia de un derecho natural a la migración y un deber de socorro material y espiritual hacia quienes sufren las tribulaciones y calamidades del exilio. Todo esto lo expone con claridad Pío XII en la constitución apostólica Exsul familia. Pero añade también el pontífice, después de un repaso histórico de la maternal solicitud de la Iglesia por los emigrados, que hay «motivos que impulsan a una nueva regulación», entre ellos el «creciente número de inmigrantes». Y dice «creciente número» en 1952, cuando la inmigración era en casi todo el mundo un fenómeno limitadísimo si se compara con la actualidad. En 1946, en palabras dirigidas a M. R. Carusi (Dept. de Justicia de USA) dice también Pío XII: «no es sorprendente que un cambio de las circunstancias haya traído cierta limitación a la inmigración del extranjero. En esta materia se debe consultar no sólo los intereses del inmigrante, sino el bienestar del país». Esto último es de plena actualidad, aunque sea olvidado y negado por el clero modernista, que sólo predica el credo masónico y filantrópico de las fronteras abiertas destinado a mentalidades ingenuas. No deja de recordar Pío XII, sin embargo, que al aumentarse las restricciones no se olvide la caridad cristiana. Pero hoy es evidente que la inmigración masiva, que se permite y se fomenta, no sólo no tiene en cuenta el bienestar del país, sino que se hace más bien a expensas suyo. Y cualquier persona con un mínimo de madurez intelectual sabe que tampoco mira a los intereses del inmigrante, sino a los intereses oligárquicos y de las élites capitalistas.
Es un hecho que las patronales demandan cada vez más inmigración, porque ven en ella mano de obra barata útil para alimentar su avaricia, que es la ley de un sistema capitalista inmoral y condenado en términos inequívocos por la Doctrina Social de la Iglesia. Pasan inadvertidos, pero es sencillo revisar la hemeroteca para comprobar que son constantes los titulares de prensa en los que se dice que la patronal (como las multinacionales) pide, exige o demanda regularizar miles y miles de inmigrantes porque hace falta mano de obra (barata) en la construcción, en la hostelería, en el campo, en geriátricos y otros tantos sectores. Aunque las causas son más complejas y son síntoma de una sociedad enferma, es evidente que sobre todo falta gente dispuesta a hacer esos trabajos con los sueldos y condiciones que se ofrecen. Y no se recuerda lo suficiente, cuando cada día suben los precios de los alimentos y los bienes más básicos, que la negación del sueldo digno y justo al trabajador es uno de los cuatro pecados que claman al cielo, tanto como el agravio al forastero, a la viuda o al huérfano. Ambos son el pan nuestro de cada día, por no mencionar los otros dos.
Nadie puede dudar de que la inmigración actual implica una serie de problemas complejos que impiden darle la misma consideración que a la inmigración de antaño. Ya nadie puede dudar que la inmigración es un arma política de múltiples dimensiones, que incluyen el chantaje y la guerra híbrida. Las migraciones de las que habla la Exsul familia de Pío XII se parecen muy poco a las de hoy, dirigidas por verdaderas mafias de nuevos negreros y esclavistas al servicio de la plutocracia. Entre los fines de quienes la dirigen no se puede desdeñar el propósito de debilitar las naciones, hacer a sus poblaciones heterogéneas e incapaces de una cohesión que las permita alzarse contra los nuevos poderes tiránicos y totalitarios que se apoyan en nuevas técnicas de control social. Conviene al poder actual que la inmigración sea de las razas, culturas y religiones más variopintas, según la máxima del «divide y vencerás» (o del solve et coagula). Ya no sólo en busca del debilitamiento, sino incluso de la destrucción de naciones enteras mediante el reemplazo, no sin la colaboración culpable de dichas naciones, que han optado por no tener hijos o matarlos en el seno materno. Y esta destrucción se dirige más todavía contra aquellas naciones como España, que son las más odiadas por los poderes imperantes. Así pues, es necesario entender que es de derecho natural la autoconservación, no sólo de los individuos, sino también de las colectividades. Para abordar el problema de la inmigración masiva actual, que amenaza con convertirse en suplantación, es evidente que no sólo es obligatorio mirar por el bienestar del país, como demandaba Pío XII, sino incluso por su supervivencia. Elías de Tejada, después de su crítica al racismo desde sus fundamentos filosóficos, afirma, sin embargo, que la raza «constituye uno de los factores más importantes en la formación de los pueblos» y que es «uno de los ingredientes físicos de la Tradición, y la Tradición es el substratum histórico por el que los pueblos se distinguen» (El racismo: breve historia de sus doctrinas). Bien es cierto que no es un fin en sí mismo, pero sin ese sustrato físico no existe historia común ni patria, pues ésta es la tierra de los padres y la comunidad de los vivos con sus antepasados. Y pese a que los españoles han abandonado la Fe de sus padres, el día que hagan memoria les será más fácil recobrarla. Pero si sobre el territorio de la vieja España hay más marroquíes que asturianos, y más aún si llegara a haber más marroquíes que españoles, difícilmente España podrá ser España ni recobrar la Fe católica, que por encima de toda realidad material de raza o territorio es lo que nos dio un lugar destacado en la Historia.
Enrique Cuñado, Círculo Tradicionalista Enrique Gil y Robles de Salamanca
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