
Por más que Trump sea un personaje que despierta pocas simpatías, una cosa hay cierta: el electo presidente estadounidense parte de la premisa de que su función es defender los intereses (sean acertados o equivocados) de su país. No le pagan para defender los intereses de la Unión Europea, y menos aún de los BRIC. Es más, si pudiera neutralizarlos, mejor que mejor. Es elemental.
Luego no ha lugar, por ejemplo, a que terceros se quejen de sus políticas arancelarias, al margen del hecho de que algunas de ellas (como la que pretende llevar a cabo con los productos procedentes de México) parezcan poco inteligentes o realistas. Los agricultores españoles no deben manifestarse contra Trump, sino contra la UE y los acuerdos comerciales que nos perjudican a todas luces como economía, y nos dejan a los pies de la competencia en el sector primario. El problema no es que no podamos vender tomates a Estados Unidos por culpa de los aranceles. El problema es que ni nosotros mismos compramos los tomates que producimos.
Lógicamente, el tema no es tan simple. El sector automotriz, que representa aproximadamente el 10% de nuestro PIB, tiene un fuerte componente de exportación a Estados Unidos. Y eso es malo para nosotros, pero ¿quién ha dicho que el libre comercio global tenga que ser un dogma irrenunciable, un axioma indemostrable? ¿es necesariamente reprobable que una nación con elevado grado de autosuficiencia establezca barreras de entrada a productos del exterior, que puede producir fácilmente en su territorio, creando así el empleo y pagando los impuestos en el mismo territorio en que se producen? De esto hará falta hablar en otro momento.
Otra cuestión es la fiscal. Trump se niega a que las corporaciones tengan que pagar un mínimo del 15% en impuesto sobre beneficios empresariales, que se exige sin tomar en consideración si tienen pérdidas para compensar o deducciones por aplicar. Es un atentado a la idea de contribución según la capacidad económica. Un simple órdago que se lanza con la tranquilidad de que las grandes corporaciones siempre tendrán dinero para pagar los impuestos, aunque no lo saquen de sus beneficios.
Por otro lado, Trump se niega a que se vete la inteligencia artificial como se hace en Europa, y planea invertir medio billón (europeo) de dólares en esta cuestión. Que desde el punto de vista del análisis riesgo/beneficio social, aún es incierto, por imprevisible, pero que desde luego, comporta un interés por tratar de recuperar (otra cosa es que lo consiga) recuperar la hegemonía mundial. De nuevo, Trump no está para beneficiar a la UE ni a los BRIC’s, sino para combatirlos.
Por último, otro exhorto de Trump se dirige a la OPEP. Exige que se baje el precio del barril de petróleo. La razón es clara: no hay escasez que justifique la escalada de precios, que obviamente obedece a cuestiones políticas y especulativas.
En fin, puede verse que no se está juzgando aquí la eficacia o conveniencia de dichas políticas para los Estados Unidos. Pero se pone de manifiesto que es mucho mejor depender económicamente de uno mismo (para bien o para mal), que de organizaciones supra-naciones que nos dictan lo que producir, cómo producirlo y para quién producirlo, al más puro estilo soviético. Que no otra cosa es la UE. Y no olvidemos que hay algo peor que el Estado autóctono intervenga la economía: y es que la intervengan desde el extranjero. Pues en esas estamos.
Gonzalo J. Cabrera, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia).
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