
El relativo olvido de Pereda como una de las cimas de la novela realista y de costumbres española del s. XIX resulta llamativo, si se compara con otros escritores como Galdós o Pardo Bazán. Sin duda, entre las causas está su adhesión al carlismo y su fe tradicional de cristiano viejo, como solía decir, así como sus críticas punzantes al liberalismo. De ambas cosas hay buenas muestras en toda su obra. No obstante, su carácter fue siempre amable y amistoso con personajes de ideas opuestas, como el mismo Galdós, que calificó a Pereda de «buen castellano de Polanco, sectario del absolutismo y muy deseoso de que resucite Felipe II», pero elogiándole a reglón seguido como hombre “de costumbres en extremo sencillas, de trato amenísimo, llano y familiar”.
Pereda es reconocido universalmente como autor de ideas tradicionales y coherente con su fe católica, pero como ha sucedido con Valle-Inclán, suele sugerirse su apartamiento del carlismo después de sus años de fervor más combativo. Igual que Valle-Inclán, también fue Pereda diputado carlista, elegido por el distrito cántabro de Cabuérniga en 1871. Esta actividad política le resultaba penosa, pues fue siempre «refractario por naturaleza a las lides y enredos parlamentarios y amante hasta el fanatismo de la paz del hogar y de los goces de la familia», como dijo su amigo Gumersindo Laverde. Es por ello que abominaba habitualmente de la política, pero entendiendo por ella la política maquiavélica, de partido, parlamentaria y caciquil. Su experiencia le sirvió para escribir Los hombres de pro, un retrato ácido del sistema electoral del liberalismo, en el que aún llegó a moderar sus críticas antiparlamentarias por consejo de Menéndez Pelayo. Este acentuado rechazo hacia el parlamentarismo le hizo apartarse de la política activa, pero nunca de su adhesión al carlismo, como a veces se ha sugerido.
El tradicionalismo le venía a Pereda en la sangre, por pertenecer a una familia aristocrática, vinculada al Santo Oficio y defensora del antiguo régimen. Después de la Revolución de 1868, llamada Gloriosa por los liberales, Pereda inicia su periodo políticamente más combativo. Los acontecimientos políticos le causaron grandes sufrimientos, hasta el punto de escribir ese mismo año que «bajo la atmósfera política que nos asfixia es imposible que se excite la imaginación, sino es para lo triste y lo sombrío». Decide entonces iniciarse en la militancia política, y tanto él (vocal) como su hermano Manuel (vicepresidente) y su cuñado Inocencio Gutiérrez figuran en la Junta provincial carlista de Santander en 1870. En una carta de ese año a Laverde justifica su iniciativa diciendo: «el figurar yo en la junta es a causa de las muchas almas tímidas que hay por aquí, que estando con nosotros en la idea no se atreven a contárselo al cuello de su camisa. Por la misma razón figura en la misma junta mi hermano Manuel. La situación que atravesamos no admite espera ni contemplaciones; o nos devora la canalla, o la arrollamos. Este es el dilema, y por eso no he vacilado en arriesgar un poco las costillas». También formará parte de la dirección del semanario satírico El Tío Cayetano y colaborará frecuentemente con La Monarquía Tradicional, ambos periódicos carlistas de Santander. En éste último, ante las tentaciones posibilistas de muchos católicos, escribió con gran firmeza en marzo de 1870: «No hay que hacerse ilusiones: o D. Carlos VII o la gran catástrofe». Precisamente en julio de ese mismo año viajaría con Fernando Fernández de Velasco, presidente de la Junta carlista santanderina y amigo íntimo durante toda su vida, a visitar al rey legítimo en Vevey (Suiza). El hispanista e historiador de la literatura Boris de Tannenberg recogió en L’Espagne littéraire estas palabras de Pereda con la impresión que le produjo el monarca: “puedo asegurarle que es un español de raza, un español de los viejos tiempos; me lo imagino como un compañero admirable de Cortés y de Pizarro”.
En 1872 se disuelven las Cortes y vuelve a Santander. Con la Tercera Guerra Carlista, su hermano y muchos de sus amigos sufren el embargo de sus bienes y el exilio, del que él pudo librarse gracias a su renombre y la mediación de algunos amigos liberales. Hay quienes sostienen que entonces comienzan a debilitarse sus ideas carlistas, pero lo cierto es que no sólo permanecerán siempre las ideas, sino que todavía en 1891 será uno de los socios fundadores del Círculo Tradicionalista de Santander de la calle Atarazanas n. 5. Ese mismo año forma parte del comité de la Liga Católica de Santander, adscrita también a la Comunión Tradicionalista y liderada por Fernández de Velasco. Se especuló entonces con que Pereda fuera candidato por Santander, pero no tuvo ánimos para ello. Sin embargo, sí emprenderá otra empresa política presentando su candidatura a senador por las Reales Sociedades Económicas de la Región Leonesa. Que se trataba de una iniciativa carlista y estaba apoyada por la Comunión Tradicionalista lo demuestran sus cartas de esos años, en las que valora el número de compromisarios y adhesiones en las distintas localidades, desde Oviedo hasta León, Palencia, Zamora, Salamanca y Béjar. Y en Madrid se reunió con el catedrático y político carlista Matías Barrio y Mier para distintas gestiones relacionadas con la candidatura.
La identificación de Pereda con el carlismo era evidente en estos años de madurez. En 1892, el Marqués de Cerralbo, cabeza del partido carlista, visita Santander y Santillana del Mar y pasa por el pequeño pueblo de Polanco específicamente para comer con el escritor. Recibe obras y correspondencia de carlistas como Alfredo Brañas, con quien comparte el compromiso con el regionalismo, o el catalán Modesto Hernández Villaescusa, colaborador de La Hormiga de Oro y El Correo Catalán. De éste último elogia su vida consagrada “a la enseñanza y propagación de la buena doctrina religiosa y social” y su obra Recaredo y la Unidad Católica, agradeciéndole el envío. Más significativa aún es la carta que el mismo D. Carlos VII le envía en 1893 para darle el pésame por la muerte de su hijo. Pereda le responde diciendo que no han recibido mayor consuelo que este mensaje, por su «elevadísima procedencia, la hermosura de sus conceptos y la consideración de que, en su paternal solicitud, se acuerda V.M. de nuestra herida, cuando aun tiene abierta en su noble corazón, otra semejante que todos lloramos», refiriéndose a la muerte unos meses antes de Doña Margarita, a cuyo funeral asistió el escritor. En 1895 aparece citando en sus cartas al «inolvidable Aparisi Guijarro” y en 1896 hace campaña de la candidatura a diputado por Valencia del carlista Manuel Polo y Peyrolón, a quien le unió siempre una gran amistad y una mutua admiración. En 1898, a propósito de la obra de su amigo Galdós dedicada a Zumalacárregui, afirma que siempre tuvo a “Don Tomás” por un “hombre de la madera de Hernán Cortés y de otros, muy contados, grandes capitanes, de los que no quedan, ni ha habido en España».
Su adhesión al carlismo fue firme hasta el final de su vida, aunque su pesimismo político se fue acentuando con los años, y más todavía después del desastre político del 98, que le afectó hasta el punto de apartarle de su labor literaria. En una carta a un amigo mexicano en 1903 llegó a escribir: «parece todo esto dejado de la mano de Dios muchos años hace, y solo esta mano es capaz de arreglar milagrosamente, lo que en lo humano no tiene ya arreglo por ninguna parte». En ese año recibe la Gran Cruz del llamado Alfonso XII, lo cual se ha utilizado en ocasiones para demostrar su alejamiento del carlismo. Pero consta en su epistolario, en cartas como la del 4 de mayo de ese año a León Medina, el poco entusiasmo con que recibió la noticia y la condecoración.
En 1906, después de su muerte, se celebró el 26 de abril una sesión necrológica en honor a Pereda en el Teatro Español de Madrid, organizada por el Centro de Defensa Social, en el que intervinieron Menéndez Pelayo, Alejandro Pidal y Mon y Vázquez de Mella. Desde las filas carlistas nunca se dudó de la lealtad del escritor cántabro, y el 23 de enero de 1911, en la inauguración del monumento que se le dedicó en Santander, la Comunión Tradicionalista repartió unas hojas propagandísticas en las que se leía: «Gloria Literaria. Un honor más, tributado por adversarios políticos al escritor montañés, político tradicionalista, José María de Pereda, en la inauguración de su estatua».
Enrique Cuñado, Círculo Tradicionalista Enrique Gil y Robles de Salamanca
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