
La historia cuenta que para 1852 el Coronel Manuel Fernández de Córdoba ─partidario, se dice, del poeta conservador Julio Arboleda─ buscaba refugio cerca de San Pablo (en el actual Nariño), pues lo acechaban sus perseguidores. Entretanto, descubrió a orillas del río Mayo un nicho que le pareció muy a propósito para plasmar un homenaje a la Madre de la que era devoto.
Sorteando las dificultades del paisaje, pintó en medio de la roca una imagen de la Virgen que la representaba de cuerpo completo y mirando hacia el abismo que formaba el río, con el rosario en una mano, mientras con la otra sostenía al Niño Jesús.

Con el pasar de los años los vecinos edificaron una rústica capilla que congregaba a cada vez más feligreses, frente a la cual los viandantes se detenían a encomendar sus intenciones, o simplemente se descubrían antes de continuar su camino.
A tal punto llegó la fama de la pintura que incluso las monjas betlemitas de San Pablo llegaban al nicho a rezar sus devociones. En esas estaban la Madre Rosa María Guerrero y la Hermana Angélica el 6 de enero de 1911, cuando la recitación del rosario de la tarde fue interrumpida por una visión que sobrecogió a la superiora.
Según el relato de la propia religiosa, mientras rezaba escuchó tres campanadas que venían de lo alto, donde estaba ubicada la imagen de la Virgen. Cuando miró hacia arriba contempló una aparición de Nuestra Señora con el Niño en sus brazos, «de una belleza y de una hermosura inexplicables». Por puro natural instinto bajó la mirada, pero cuando la fijó nuevamente en la pared de roca sólo vio la pintura. Terminado el rosario, se sentó no lejos de allí a rezar el oficio del Sagrado Corazón, cuando escuchó nuevamente las campanas. La Hermana Angélica, sin embargo, no había visto ni oído nada.
Desde entonces las romerías no hicieron sino aumentar, en pareja proporción con los favores recibidos, lo que hacía imperiosa la construcción de un templo más grande. A pesar de la inicial oposición del señor arzobispo de Popayán, Dr. D. Maximiliano Crespo, se comenzaron las labores en 1927, pues el prelado, habiendo encontrado por intercesión de la Virgen de la Playa el anillo pastoral que había perdido, dio por fin la feliz autorización al presbítero Aquilino Zambrano.
La obra concluyó en 1952 bajo la dirección del cura párroco don José Antonio Bolaños, quien cambió el nombre de la advocación de «La Peña» a «La Playa» con el fin de evitar equívocos con otras devociones. La imagen, por su parte, ha sufrido varias intervenciones debido al paso del tiempo, por lo que desafortunadamente no se conserva hoy la representación original, de la que queda sólo la Virgen de medio cuerpo y el Niño.
Su fiesta se celebra el 15 de agosto en medio del regocijo y de las muestras de amor de los sampableños, que ven en la Virgen de la Playa a su madre y protectora, como quizá la vio desde el primer momento el Coronel Fernández de Córdoba.

Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas
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