
Tras La Septembrina de 1868, y la consiguiente incorporación de los neocatólicos a la Comunión, comenzó a generalizarse entre los legitimistas la denominación de «tradicionalistas». Así, por ejemplo, utilizaban el nombre de «minoría tradicionalista» para referirse a su grupo en el Parlamento. La Comunión de la época se percató de que esta nueva denominación encerraba un nuevo peligro: podía dar lugar a una interpretación de la Tradición en donde el aspecto jurídico-legítimo pasara a un segundo plano, y se estableciera como misión primordial la defensa pública de un corpus teorético-doctrinal identificado con una pretendida «verdadera esencia» del régimen tradicional español.
El peligro de esta nueva visión radicaba en que cualquier grupo o persona, que estuviera descontento por cualquier motivo con la respectiva autoridad legítima, se ampararía siempre sobre una acusación infundada de heterodoxia doctrinal de la Comunión para fundamentar su rebelión o separación.
Pero, a su vez, existía otra deriva peligrosa con el uso del término «tradicionalista». Puesto que la Comunión sería primariamente una depositaria de unos «principios» o «máximas» doctrinales de la Tradición política española, podrían surgir otros grupos o asociaciones que afirmaran ser los verdaderos depositarios de esa Tradición teórica. Y, así, cualquiera podría considerarse como un supuesto defensor genuino de las esencias tradicionales patrias —y, por tanto, autodenominarse a sí mismo o a su grupo como «tradicionalista»—, o considerar a tal o cual pensador como genuinamente «tradicionalista».
Elías de Tejada se dio cuenta de este peligro, y comenzó una sana tarea revisionista en los años cincuenta y en los años sesenta —en polémica con el grupo de la llamada Generación del 48—. Acabó centrándose en esta labor de una manera más general y directa en los años setenta, y que sólo su temprana muerte pudo cortar. La réplica de los pseudo-tradicionalistas siempre era la misma: «es un abuso de la Comunión querer identificarse ella sola con la defensa de los principios sociopolíticos tradicionales españoles. Hay otros grupos que también tienen derecho a denominarse ‘tradicionalistas‘. En el fondo todos somos ‘tradicionalistas’ y defendemos lo mismo», etc.
Vicente Marrero, con su «línea áurea», es un ejemplo claro de esta actitud. En una nota a pie de página en su artículo «De diálogo en diálogo» (Punta Europa, nº 90, Oct.1963) dice: «No falta un sector de tradicionalistas –en especial aquél en donde se coloca el Profesor Elías de Tejada– que se niega, más por prurito alicorto de partido que por otros motivos más elevados, poco menos a que distingamos tradicionalismo cultural de carlismo político. De las duras críticas que nos han hecho hasta salen malparados los nombres de Menéndez Pelayo, Balmes, Jovellanos, Maeztu…».
La Comunión es, primariamente, defensora de la ley y el derecho. Esto no tiene nada de ideológico, caprichoso, arbitrario o «partidista». En consecuencia, es también contrarrevolucionaria, es decir, opuesta a todo lo que suponga violación de la ley y el derecho. Cualquier supuesto «tradicionalista» que hubiese acatado o aceptado cualesquiera de las sucesivas «legalidades» revolucionarias de estos últimos 188 años sería objetivamente revolucionario, aunque subjetivamente no quisiera serlo.
Desde los albores de la Revolución, no han faltado publicistas revolucionarios moderados que, falsificando el verdadero sentido e interpretación de los cuerpos jurídico-legales tradicionales españoles, se han erigido en supuestos oráculos de los mismos. No es superflua la labor encaminada a desenmascarar a esos impostores y recordar el genuino sentido del derecho tradicional, nunca legalmente abrogado, de los Reinos españoles en general y de la Monarquía en particular. Es un deber seguir la estela debeladora iniciada por don Elías de Tejada y volvernos a los publicistas realistas de la primera generación, desechando las contaminaciones de origen doctrinario-moderado o ultramontano que hayan podido surgir por el camino.
Félix M.ª Martín Antoniano, Círculo Tradicionalista General Calderón de Granada