Españoles en América. Gonzalo de Tapia, protomártir de Méjico (I): el contexto histórico

La misión era algo más que la predicación ambulante y la administración de los sacramentos

Cuando se descubrió América, España era la nación europea que tenía mayor experiencia colonizadora y civilizadora de territorios. Además de la conquista romana y la labor de los monasterios medievales, España contaba con la repoblación de la península durante la Reconquista, y recientemente la conquista de Canarias, que fue un ensayo general de la conquista de América.

En el nuevo territorio, grande y diverso, España tuvo que adoptar un método mixto y variado que fue perfeccionando con el tiempo, desde la colonia comercial de la época de Colón en las Antillas, hasta el predominio de la iniciativa individual en Tejas, ya a finales del siglo XVIII, pasando por instituciones como la encomienda y la misión protegida o no por una guarnición. Instituciones que tenían una larga historia en Europa y que hubo que modificar para adaptarlas al nuevo entorno.

A veces el conquistador abría paso al colono y al misionero. Otras veces era el misionero el que se adentraba él solo cientos de kilómetros en territorio indígena y preparaba el camino al conquistador y al colono. En este contexto nace la institución fronteriza de la misión.

La misión era algo más que la predicación ambulante y la administración de los sacramentos. Era una residencia en territorio indígena, autoabastecida e independiente de la ciudad. Donde los indios eran nómadas, la sedentarización era el primer paso para civilizarlos. Donde ya eran sedentarios y conocían la agricultura, el pueblo que fundaba el misionero era un factor de progreso; en él los indígenas aprendían todos los oficios. La misión no surgió de la noche a la mañana. Fue el resultado de muchos ensayos y fracasos, y durante todo el dominio español no dejó de perfeccionarse.

Franciscanos, dominicos, agustinos, jerónimos y otras órdenes acompañaron a los conquistadores desde el primer momento. La Compañía de Jesús era de fundación reciente y todavía tenía pocos miembros, por eso llegó más tarde a América. En el siglo XVI aquellas órdenes estaban ocupadas en las ciudades y los pueblos, mientras que a los jesuitas, que llegaron después, les tocaron las partes marginales y más duras de las nuevas tierras, donde vivían las tribus más lejanas que rara vez eran visitadas.

Los primeros jesuitas españoles desembarcaron en Florida en 1566. Habían ido allí enviados por el General de la Compañía, San Francisco de Borja, a petición del conquistador Pedro Menéndez de Avilés al rey Felipe II. Fue el primer ensayo, que acabó con la matanza de los misioneros por los indios semínolas. También acabó trágicamente un intento de colonización en Virginia. Esta primera experiencia sirvió para aprender la forma correcta de tratar a los indígenas, lo que se tuvo en cuenta poco después en las misiones mejicanas. Más tarde la experiencia de Méjico se aprovechó en las reducciones de Paraguay, entre otros lugares del continente, y en las misiones de Extremo Oriente.

Inglaterra y Francia copiaron de los españoles la institución de la misión, pero a su manera y a menor escala. Es conocida la actividad de los jesuitas franceses en Canadá y Luisiana, y de los puritanos, cuáqueros y otras sectas en las primitivas colonias del este de EE.UU.

La misión llegó a ser un puntal del dominio español en América. La expulsión de los jesuitas en 1767 y la clausura de las escuelas misionales llevó en sólo una generación a la ruina de grandes territorios y a la independencia de Hispanoamérica. Pero esa es otra historia.

En el siglo XVI todos los misioneros eran españoles. En el siglo XVII vinieron también de Italia, y en el siglo XVIII de Alemania. Los misioneros eran los maestros más eruditos de los colegios europeos. Para ir a ultramar pasaban una selección rigurosa. Además de estudiar teología y humanidades debían dominar muchos oficios manuales y tener capacidad de adaptación a otras formas de vida.

Pero la mayor parte de la eficacia del misionero no se debía a sus cualidades personales sino a la organización de la que era miembro. El religioso de una orden tiene un ideal más grande que el suyo personal, y dispone de unos medios que sobrepasan sus facultades individuales al proceder de las habilidades de muchos hombres que forman la maquinaria de la orden.

Además durante el período de las fundaciones se hacía difícil la vida regular de los monasterios europeos. Las grandes distancias, los escasos medios de comunicación y la naturaleza de los ministerios entre gente que no entendía las normas europeas, causaban una relajación aparente en el cumplimiento de la regla de las órdenes. El cumplimiento de esta regla tenía más importancia de lo que parece para el desenvolvimiento de una misión, en la que no bastaba con las cualidades personales del misionero.

En 1572 los jesuitas llegan a Méjico, más tarde que las otras órdenes. Méjico era distinto de Florida, ésta era un territorio salvaje y Méjico tenía una antigua civilización. Por eso aquí actuaron de otra manera. Primero fundaron un colegio en la capital como base permanente. Este colegio fue el centro de la actividad de los jesuitas en Méjico durante 200 años, hasta la disolución de la Compañía. Después fundaron colegios en otras ciudades, extendiendo las líneas poco a poco antes de ir a fundar misiones en los territorios aún no conquistados. En esos colegios pasaban una fase de adaptación los misioneros que llegaban de España, a la vez que recibía su formación el clero indígena. En el momento en que los jesuitas están a punto de dar el salto hacia las misiones de la frontera es cuando aparece en escena el leonés Gonzalo de Tapia.

Francisco Javier Mielgo Álvarez, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta