
En este día de los Mártires de la Tradición recomendamos la lectura del «saluda del capellán» de la revista «Pelayos».
***
Mi muy querido pelayo, esa boina roja que llevas con hidalguía te personifica[1]. Para ti no es una prenda vulgar, ni un objeto profano. Simboliza tu comunión en pensamientos y sentimientos que te han transmitido hombres de acrisolada nobleza; mártires la tiñeron con su sangre, hombres que tienen mucho de héroes y de santos. La llevas con dignidad, con tanto respeto como el que se merece tu escapulario o el santo rosario. Estas deben ser las razones por las que, desde lugares lejanos, desde las antípodas ideológicas, han saltado las alarmas cuando han avizorado tu boina colorada. ¡Están sobre ascuas! Es lo natural cuando no utilizas ningún camuflaje, ni pretendes mimetizarte con los mundanos. De pie, como una estatua, en medio del albero, la fiera brava ha visto tu capote, le irrita la muleta, va por ti ¡torero!, por tu valentía y tus lances, por tu gracia y tu arte, como un condenado a muerte eres espectáculo para el mundo, de hombres y los ángeles[2] en medio de la plaza y no detrás del burladero. Han visto sobre tu frente esa boina que bendijo el capellán y que, en fecha señalada te fue impuesta por el Abanderado o sus delegados; la recibiste hincado como cuando se arma un caballero dispuesto a la defensa del Altar y el Trono, de la viuda y el huérfano[3].
Te analizan como si fueras víctima de una ideología más y te cuelgan los adjetivos peyorativos de moda, con los que no aciertan a describirte quienes no entienden que el compromiso que has heredado de tus mayores es toda una vocación a llevar a todos los espacios de la geografía, «plus ultra», la llama sagrada, el espíritu de la Tradición que vivifica. Tú le das continuidad en el tiempo a la más bella de todas las historias y, como fiel heredero de tu estirpe, de esta saga, has comenzado a escribir tu capítulo.

Su propaganda y sus construcciones ideológicas te consideran víctima de un pasado nostálgico y, por ende, un perdedor. Escudriñan textos y dibujos de tu revista y llegan a acusarte de incongruente, porque la recibes en formato digital. Según ellos, yo debería cerrar el Windows 10 y tú abrir la ventana de tu casa para descodificar las señales de humo que te envío desde más allá del horizonte, porque consideran que ser tradicionalista implica ser cavernícola. Se asombran de que los diseños de Mónica Caruncho no tengan el formato manga y hallan en ellos poco en común (gracias a Dios) con los dibujos animados de la tele, porque tú no eres ni Pokémon virtual ni esponja boba absorbiendo basura. Debo confirmar que así es aquello que han observado y sería oportuno advertir que, si nos escucharan, no oirían ni rap, ni rock and roll, ni hip-hop, ni cuartetazos, ni reggaetón. En cambio, oirán los dulces acentos de la tierra en fogones alegres a la luz de la luna llena y los sones marciales de la guerra en airosas cabalgatas, porque «el canto nos une». Te sabes obligado: en todos los actos de tu vida tienes como ideal la nobleza, y con esta meta en perspectiva, te mantienes alejado de la frivolidad y la cursilería que todo lo pringan y envilecen. Pelayo, ¡se han enterado de que eres un clásico!, y lo bueno de ser clásico es que nunca pasarás de moda, triste destino del «bluejeans» deshilachado.
Pelayo, eres piedra viva[4] con la que Señor construye la muy real y mística Ciudad de Dios, la que nada tiene en común con la civilización artificial de esta era digital que todo lo avasalla. De lo primero que se te pretende privar es de la libertad de los hijos de Dios[5], que, como bien nos enseñó don Quijote, «la libertad, amigo Sancho es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. Con ella no puede igualarse los tesoros que encierra la tierra y la mar encubre. Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida[6]». Pero para los emancipados de Dios y la realidad solo existen libertades ficticias, libertades de perdición.
Estos ideólogos no comprenden el amor que tienes por tu Dios y tu prójimo, por lo que celosamente conservas esa boina, que es símbolo de un legado sagrado, a la vez que generosamente lo compartes. ¡Que nada teman!, ¡no pierdan la paz!, ¡nada les vas a robar!, solo defiendes lo que te pertenece. Y de paso recuérdales, para que lo tengan en cuenta, que cuanto más se comparten las riquezas espirituales, tanto más se multiplican, y si las conocieran de verdad, como tú, de verdad las amarían. Esto está siempre presente en la cruz de San Andrés de tu bandera, que tan bien simboliza esa idea, pues lleva impreso el signo de multiplicación, que nada tiene en común con el de la división dialéctica y metódica de los que militan bajo la bandera de «el que divide».
Se refieren a ti como un ser anacrónico. Les gustaría ver tu boina en la vitrina de un museo, alimentando polillas. En realidad, vives unido con vínculos de real y mística Comunión, que te permiten trascender las modas, las doctrinas peregrinas[7] y te dan la posibilidad de ser tú mismo dentro del plan de amor de Dios. Has de permanecer erguido ante los ataques frontales, sesgados u oblicuos, al margen de la masificadora igualdad, multiplicando los talentos que Él te ha confiado, dentro del concierto armonioso de todas las creaturas que cantan las glorias del Creador y acatan la voluntad del Padre.
Te pasan por el escáner de la eficacia, del producto, del mercado, porque, pelayo, te consideran una pieza de una maquinaria para sacrificar a voluntad, pues piensa el ladrón que todos son de su condición. Son los mismos que ponen todo su empeño en asimilar el carlismo a una ideología más de las tantas que ya huelen a rancio. Estás injertado en el olivo secular que a través de los siglos ha sobrevivido a incendios, a sequías prolongadas y a talas salvajes. El olivo vive porque sus raíces se adentran en lo más profundo de aquellas glorias que narra nuestra historia, recibiendo su fuerza vital de la sangre, con la que heroicas generaciones de mártires vivificaron la geografía de la patria. Boinas rojas nuevas que han florecido como brotes primaverales, amapolas silvestres de un nuevo verano luego de un invierno muy, pero que muy largo; por eso, en ti, pelayo, han vislumbrado renuevos de una Tradición pujante de esperanza.
En esta época desestructurada y deconstruida con un individualismo feroz que cultiva un borrado selectivo de la naturaleza humana, aplican a rajatabla el solve et cuagula de la alquimia anticristiana, objetivo último de los «hijos de la viuda» y sus secuaces. Hemos comprobado que están atónitos y les parece extraño que aún subsistan niños pelayos y margaritas, Santiagos y Claras, porque no les cuadra en la hoja Excel de casillas idénticas ni en sus categorías ideológicas, y mucho menos en su perversa estrategia. Tú, pelayo, y tú, margarita: recibís en vosotros el espíritu de la Tradición que vuestros mayores os quieren transmitir, el cual os sustrae al influjo caótico del wokismo, que, pervirtiendo el orden natural, socava el sustrato de la gracia. Estáis en el mundo, no en una burbuja hermética, pero no sois del mundo[8], por eso el pelayo mira al mundo de soslayo. Estáis llamados a ser pequeña hoguera (que no fuego fatuo) en un día que se vuelve noche por el eclipse de la inteligencia, y en unos hogares donde cada vez es más fría la caridad.
Vuestra boina es la brasa de un rescoldo, sobre la que el Espíritu sopla. Renace, resucita, se aviva el fuego que Dios trajo al mundo[9] y desea que incendie de caridad nuestra sociedad apagada. Ya se están sumando más y más boinas, que como brasas encendidas se están acumulando sobre más cabezas[10].
Hoy muchos niños se creen originales simplemente porque se dejan amasar en el igualitarismo mundialista. Si te distinguen entre la masa y te destacas dentro de ese amasijo, es porque no te pareces a ningún otro. Tú eres auténticamente original, sin necesidad de parodiar a nadie. No digo esto para adularte, ni para alentar el prurito de no estar en sintonía con los estereotipos impuestos por los «influencer» patrocinados, ni para que lleves la contraria a la manera revolucionaria, ni para que alardees porque vas contracorriente. De hecho, sigues la corriente que corre por tus venas y que te viene por herencia natural y el legado del Espíritu heredado fluye por los cauces de tu alma. Los críticos que escudriñan tus dichos y gestos, tus actos y textos, se dan cuenta de que tú sí eres original, porque a tus orígenes te refieres. Te remites a ellos, sin parodiar a nadie. Porque quieres lo que Dios quiere, eres y serás tú mismo en la tierra y en el cielo, irrepetible.
Los dones de Dios son como Él, infinitos, no se reitera ni duplica: no hay entre sus creaturas una igual a otra. Él, que es generoso y admirable en sus dones, te ha confiado ciertos talentos de los cuales espera una fiel multiplicación. Uno de ellos es el legado que con humildad recibes y lealtad trasmites, el cual no va en detrimento de tu personalidad, sino que la agiganta. No la empobrece, sino que la enriquece. Con respeto a tu pasado, proyectas el futuro, ya que el pasado no te retiene sino que te impulsa; no te debilita sino que te fortalece. La Comunión te protege del liberalismo individualista, que diluye, disgrega y atomiza. Por esto no será jamás el espíritu de la Tradición quien preconice una eventual alienación, sino más bien la inicua revolución. Vosotros todos, pelayos y margaritas, aparentemente sois pequeñitos, pero en realidad sois gigantes.
Utilizando el adjetivo con el que califican en Andalucía a los niños majos os digo: no perdáis vuestro sabor, «salaos». Sí, sois granitos de sal, de aquella sal que le da sabor a este mundo soso, a esta sociedad insípida, que ha perdido su identidad y substancia y ya la pisotean las gentes… Hemos podido constatar que a más de uno le está llorando el ojo. ¿Le habrá entrado un granito de sal?
Aúllan, luego, tienen hambre. Hambre y sed de la sangre inocente, con la que a lo largo y ancho de la historia, la envidia de los hijos de las tinieblas ha alimentado su odio a la luz del bien y de la verdad. Así sea la intermitente y tímida luminosidad que irradias, como ese bichito de luz que es la luciérnaga, cuyo vuelo fosforescente en esta noche cerrada, parece que les obnubila y despierta ansias devoradoras en sus frías entrañas de batracios. Estos anfibios de sangre fría están al acecho, afilan sus larguísimas lenguas, agazapados en las tinieblas de la ciénaga fétida. La oscuridad que impera es tan densa que aunque sean mínimos tus destellos, no pueden ver otra cosa. Están obsesionados y en lugar de dejarse iluminar se sienten agredidos y en su miopía, encandilados.
Pelayo, los destellos de tu boina evocan los rayos intermitentes de la linterna de aquellos faros, que azotados por las olas, con marea baja o alta, soportan erguidos el embate de las tempestades, la furia de los huracanes y así orientan a los navegantes. Cuando el cielo está nublado y las estrellas son inaccesibles al astrolabio, impiden que los desorientados naufraguen encallando contra la Piedra de Contradicción.
Los partidarios de un Estado totalitario anticatólico están borrando del mapa la patria con sus fronteras, mientras que paradójicamente quieren poner coto y límites al espíritu de una Tradición siempre viva, para someterte al globalismo revolucionario que hace tabula rasa de los sacrosantos fueros. Seguirán simulando sorpresa, disfrazando la indignación con la extrañeza, pero en realidad, no toleran que enaltezcas, ames y defiendas a tu Dios, tu Patria y tu Rey. Rechazan que sea este un lema perenne, aún de actualidad, porque de por sí es atemporal (que no anacrónico). Otros no les interesan tanto como tú, pequeño pelayo, a pesar de que no eres más alto que David cuando se enfrentó a Goliat.
Te odian simplemente porque el Señor te ama más que a nadie, y los Herodes modernos temen por la estabilidad de su reino. Saben muy bien que es a los más pequeños a los que Él prefiere, en cuya debilidad se encuentra la fuerza de Dios; en tu pequeñez humana habita la grandeza divina, por esto intentan alcanzar a Dios cuando te infieren a ti heridas mortales. A los ojos del mundo eres el más pequeño, y el enemigo cobarde que no se atreve con los grandes, quiere verter sangre inocente, apagar tus destellos de purezas celestes; pero si esa sangre es vertida clamará venganza y Él será su Vengador. Da gracias a Dios por tus padres. Ellos no escatiman esfuerzos ni sacrificios para proteger la inocencia y ponerte a salvo de tantos peligros que acechan en este mundo; con el mismo esmero con el que el sacerdote cuida las más pequeñas partículas eucarísticas, donde se encuentra todo un Dios entero, tus padres tienen gran cuidado de esas partículas diminutas del cuerpo místico que eres tú, pelayo.
Tu boina roja brilla sobre tu frente como la llama luminosa del Espíritu de Pentecostés, que con sus dones vino sobre los Apóstoles para fortalecerlos y esclarecerlos en la fe y así, tú también con tu inteligencia iluminada por la gracia, darás testimonio de la Verdad. Aquella llama se encendió no para ocultarla bajo el celemín, sino para que, generosa y apostólica, ilumine a todos los de la casa[11]. Esta llama también es fuego ardiente de Caridad, que inflama de entusiasmo[12] las voluntades en el amor a Dios y al prójimo, dando por ellos hasta la vida.
Tu boina encarnada, por lo que simboliza, tiene un significado que va mucho más allá de su mero color, y por eso horroriza a todos aquellos que pertenecen al linaje del que se escandalizó ante el misterio de la Encarnación y provocó con su non serviam la primera de todas las revoluciones. Su grito siniestro fue haciendo eco a través de los siglos y hoy el liberalismo incoherente se opone a que practiques la fe católica de manera consecuente; que vivas esa fe donde el Verbo se hace carne[13] y no se reduzca a decir «Señor, Señor», sino que acate fielmente la voluntad del Padre[14]. Ella te recuerda cómo debes amar, y como amar es servir, a veces el «fiat» implica también morir. Vive como piensas, y pensarás como vives y así vivirás por aquello que sí merece la pena morir: el sagrado misterio de la Encarnación.
Hoy la boina que llevas dignamente sobre tu frente la llevó a la tumba un mártir sobre su corazón. En la muerte, esa boina fue semilla sembrada en el surco abierto del sepulcro[15]. Es el último, heroico y supremo gesto de amor coherente y consecuente con la Santa Causa de la Tradición. La boina encarnada, entre las manos frías y sobre el pecho inerte, resplandecía sobre él como en Cristo refulge el Sagrado Corazón incandescente de amor, que no ha cesado jamás de latir allá, en la eternidad, donde ya no perviven ni la fe ni la esperanza, sino que para siempre permanece solo la caridad.
Cuando te quieran amedrentar el cansancio o el miedo, ese mártir anónimo intercederá por ti mostrándole a Aquel al que traspasó Longinos la herida que una bala abrió en su pecho cuando murió por Dios y por vos. Rogará para que no seas tibio ni mediocre, para que no se apague tu fervor en el tedio de la vida cotidiana, ni sea el entusiasmo de hoy, el efímero y fugaz fuego de la paja. No mueren jamás los que mueren en Dios. Aquellos que un día ofrendaron su cuerpo a la Patria, su sangre al Rey y su alma al Señor, viven eternamente. Entre la palma y el lirio, destaca la boina de un martirio.
Tu boina bermeja es corona. No es mayor el discípulo que su Maestro[16], ni el vasallo más que su Rey. Si a Él lo persiguieron, también te perseguirán a ti[17]. Te advierto que, hoy tanto como ayer, la chusma que no quiere que el Señor reine[18] y se opone a que venga a nosotros su reino[19] es la misma soldadesca enfurecida que clavó con furia y crueldad una corona de espinas punzantes sobre las excelsas sienes de Jesucristo. Entonces, la sangre, a borbotones, tiñó su frente y toda su cabeza. De espinas coronaron a nuestro Rey, siéntete honrado de llevar sobre tu frente esa corona bermeja como la sangre divina, ya que, acompañando al Ecce Homo en la humillación y el ultraje, la mofa y el escarnio, compartirás con Él el gozo de su reino. Lo que hoy puede ser motivo de burla, mañana será timbre de gloria.
Pelayo, soldado de Cristo Rey: no temas que el mundo se burle de ti, pues desde el cielo, el Padre Eterno y nuestros mayores te miran complacidos. Cuando te persigan no le niegues jamás ante los hombres[20]. Tu Rey Eterno te reconocerá ante el Padre, así tendrás un lugar en su reino y la boina por corona.
Tu boina bendita es un símbolo santo, prólogo de la aureola que merece el confirmado que milita con lealtad al servicio de Nuestro Señor. Venera en ella la memoria de los mayores. Bésala con amor, pórtala con dignidad, cuídala con esmero, hónrala con tus actos, y descúbrete como corresponde a un caballero al rendir pleitesía al Señor del Sagrario y a Nuestra Señora la siempre Virgen María en el rezo del santo rosario. Soldado de Cristo Rey, cuando Dios te llame a su presencia, llévala al cielo, los ángeles harán con ella tu aureola.
A ti, pelayo, joven testigo de la Tradición más antigua y más acrisolada, te saludo con gran respeto y mucho cariño. Tuyo In Corde Matris, te bendigo a ti y tu boina: que además de protegerte del frío, el sol y la lluvia, sea para ti yelmo de salvación[21].
Rvdo. Padre José Ramón Ma. García Gallardo.
[1] Ordenanza del requeté: «Tú, boina roja, eres soldado de la Fe y de la Santa Causa Tradicional».
[2] I Cor. IV-9
[3] Stg. I, 27: «La religión pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados».
[4] I Ped. II, 4.
[5] Rom.VIII, 21.
[6] De Cervantes Saavedra, Miguel. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, parte II, capítulo LVIII.
[7] Hb. XIII, 9.
[8] Jn. XV, 19; II, Cor. X, 3.
[9] Lc. XII, 49: «Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!».
[10] Pr. XXV, 21-22: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, si tiene sed, dale de beber: así acumulas carbones encendidos sobre tu cabeza y el Señor te recompensará.
[11] Mt. V, 15.
[12] Entusiasmo, etimológicamente hace referencia a ser portador en el alma de un fuego sagrado. Significa «inspiración o posesión divina». La palabra «enthousiasmós» se compone de las raíces griegas éndon (dentro) y Teós (Dios).
[13] Jn. I, 14.
[14] Mt. VII, 21.
[15] Jn. XII, 24: Os aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
[16] Mt. X, 24.
[17] Jn. XV, 20.
[18] Lc. XIX, 14: «Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: «No queremos que este sea nuestro rey”».
[19] Mt. VI, 10.
[20] Mt. X, 32-33: «Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo los reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres».
[21] Ef. VI,17: «Recibid asimismo el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, orando siempre en el Espíritu con toda suerte de oración y plegaria, velando para ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos».
Deje el primer comentario