
La paz en la guerra de Ucrania ocupa los espacios informativos, casi todos loritos sistémicos (en expresión de Juan Manuel de Prada), adoctrinando en la sinrazón y en el olvido que somos lacayos ignotos de un imperio, el de USA, que es quien decide el inicio o el fin del conflicto.
En este caso, el cambio de rumbo político de la metrópoli, más inclinado al dominio comercial que al militar (consecuencia del primero), y dado que su familia (al contrario del senil Joe Biden) no tiene negocios en Ucrania, a lo que hay que sumar que ese territorio ya ha llegado al máximo de endeudamiento posible (las armas no son gratis, gratis son los muertos ucranianos), el fin del conflicto se impone. El comediante Volodímir Zelenski, reacio a pasar al segundo Acto de esta tragicomedia, se está aprendiendo el nuevo papel de colaborador con el guion marcado por Trump.
Pero en esta obra teatral —sangrienta: las cifras varían, pero parten una cifra no inferior al millón de ucranianos muertos— esos que se autodenominan Unión Europea, imbuidos de ideología woke, se autoperciben como actores principales. Ignoran la realidad de su papel de bufón; esto les lleva a esos cantos desafinados de amante despechada, que no tienen en cuenta a la hora de formalizar relaciones.
Por todo ello se vuelve necesario repasar los acontecimientos desde su origen en los que, ni cuentan ni pintan.
Allá por 1991, cuando se desplomó la URSS, Mijail Gorbachov y George Bush (republicano) firmaron un acuerdo que establecía la no extensión de la jurisdicción de la OTAN hacia el este de la Alemania unificada. Pero llegó el lujurioso demócrata Bill Clinton y unilateralmente decidió violar el acuerdo, entrando en 1999 en la OTAN, República Checa, Polonia y Hungría. El dirigente ruso, el alcohólico Boris Yeltsin, protestó. Y nada pasó. El conflicto no se produjo al considerase que aún estaban lejos de las fronteras rusas. George W. Bush, republicano y reelegido, incorpora Eslovaquia, Estonia, Letonia, Lituania, Bulgaria, Rumanía y Eslovenia.
El nuevo dirigente (y actual) de Rusia, Putin, denuncia la situación. Y nada pasó. Vista la situación, Putin plantea su incorporación a la OTAN. Y nada pasó.
En 2008 se inicia el proceso para incluir en la OTAN a Ucrania y Georgia. Es decir, a las puertas de Rusia, a unas pocas horas de misil de Moscú (recordemos la Crisis de los misiles de Cuba, y su similitud con esta nueva situación). Pero esta vez, Rusia invade Georgia por Abjasia y Osetia (7 de agosto de 2008).
Dos años más tarde, USA instala misiles en Rumanía y Polonia. Al mismo tiempo gana las elecciones de Ucrania, Viktor Yanukovic, neutral ante la OTAN y Rusia.
Año 2014. Ucrania arrienda Sebastopol por 25 años, a Rusia. Pero ese mismo año USA apoya el golpe de estado (Golpe del Maidán) que derroca a Yanukovic (más de 200 muertos). El nuevo dirigente, el comediante y humorista Zelenski, decide eliminar todo rastro de rusos en Ucrania, para lo que usó el Batallón nazi Azov (ya de sobra conocido por su crueldad y crímenes).
Se firma el Tratado de Minsk II —el primer acuerdo, conocido como Protocolo de Minsk, pretendía detener la contienda de forma inmediata, mientras que el Minsk II surgió como respuesta a ese fracaso—. Este segundo pacto contó con la mediación de Francia y Alemania y la ratificación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Además del alto al fuego, el acuerdo promulgaba la concesión de un estatus especial a las regiones de Donetsk y Lugansk, regiones rusoparlantes. Pero Zelensky lo viola, con el apoyo de USA, y masacra a la población rusa del Donbás.
Joe Biden, año 2022, decide que sus misiles se pondrán en territorio ucraniano.
El resto, ya es historia conocida.
Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza
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