
En alguna sobremesa carlista reciente se propuso la idea de que el ritmo de la realidad terrena, con sus estaciones y tiempos, de algún modo refleja el ritmo de la realidad espiritual. Así pues, marzo, el mes históricamente dedicado al reinicio de las guerras, también marcaría un reinicio de la batalla espiritual. Viviendo en Méjico, el ambiente se tiñe color Cuaresma con las jacarandas y bugambilias, y en años recientes entablamos combate contra el 8M feminista e infanticida, que arremete contra los templos y toda paternidad.
Respaldan esta tesis temporal los santos cuya memoria nos propone la Iglesia para estos días, sobre todo aquél que recibe el título de Defensor de la Iglesia: San José. Un santo de contrastes, carpintero de oficio y personaje casi sin líneas en la Biblia, es llamado por la Iglesia nada menos que Terror de los Demonios y Protector de la Santa Iglesia. No es azar sino Providencia encontrar a ese santo en esta época del año.
El carlista, que, como cristiano, se sabe en un mundo hostil y se sabe parte de la Iglesia militante, no puede dejar pasar ese llamado a convertirse en un «milite», un caballero cristiano. Tal llamado exige nobleza de espíritu y fortaleza del cuerpo puestas al servicio de la verdad, de la Iglesia y, claro, si hiciera falta, de su Rey legítimo y de su Patria.
Se ha descrito a los pueblos hispánicos como aquellos que con más ahínco encarnaron el ideal del caballero cristiano. Que supieron apropiarse de la caballería cristiana, síntesis de la belicosidad bárbara, la disciplina romana y la fe católica, a tal grado que fue «evangelizadora de la mitad del orbe, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma». Esta caballería hispánica ha sabido mantener la Cristiandad, aún en su expresión «minimísima».
En su libro sobre El Orden de Caballería, Raimundo Lullio deja muy claro la importancia de la virtud personal y la fe de quien quiera entrar en caballería. Más aún, estas características priman sobre la fuerza física o la capacidad de armas, sin menospreciarlas, toda vez que siendo el caballero justo en sus acciones y diligente en sus deberes, Nuestro Señor le ayudará en la batalla.
Una recomendación básica para aquellos que pretenden entrar en caballería es mirar, cuando escuderos, las virtudes de quienes ya pertenecen a la caballería para imitarlas y, cultivándolas, llegar ellos mismos a ser dignos de formar parte de ella. Para los varones seglares, la devoción a San José puede tomar este molde del escudero que busca imitar al caballero a quien sirve.
La Iglesia nos presenta un listado de títulos y virtudes que le adornan: Honra de la vida doméstica, Terror de los demonios, Protector de la Sagrada Familia, Protector de la Santa Iglesia, José Justísimo… ciertamente, esos títulos no los ganó con la espada, pero tampoco son físicos todos los peligros. Más aún: los peligros más graves no son los que matan al cuerpo, sino aquellos que matan el alma.
Pensar en San José en medio de estos títulos caballerescos puede resultar extraño. Aún al ser representado como Terror de los demonios, no deja de ser un carpintero en ropa común, sin más arma que un lirio cuyo tallo funge de lanza, el cual es un detalle interesantísimo que nos da una pista respecto de la virtud característica de San José y aquella por la que el demonio le teme: la castidad.
El cristiano, y con más razón el carlista, está enrolado en la batalla continua por restablecer el reinado de Nuestro Señor Jesucristo. El frente en que nos ha tocado librar esta batalla exige una vivencia particular de la virilidad. No esa «hombría» comercial de gimnasio y éxito profesional, sino esa otra, verdadera, de sacrificio y esfuerzo: la que crea (procrea) y protege, sostiene en silencio y espera con calma. La que no busca la luz del reflector, sino la corona del Cielo.
La imitación de este santo serviría de antídoto a esas ideologías en defensa del varón que en pretendida oposición al feminismo han pululado últimamente. También serviría para contrarrestar esa ausencia paterna que se siente cada vez más presente en las generaciones de varones que van creciendo en familias disfuncionales, con malos ejemplos o, simplemente, víctimas de una sociedad postmoderna que ya no distingue entre un hombre y una mujer.
Todas las virtudes se pueden aprender intelectualmente e imitar; pero no es sino en el campo de batalla donde se ponen a prueba. Ese campo de batalla cambia – y nos cambia– según la vocación a que seamos llamados, según la misión que debemos cumplir. Algunos deben mostrar fortaleza ante el destierro; otros, humildad ante una misión que los sobrepasa; otros, esperanza en la derrota. Llega a nuestra mente el destierro de los reyes legítimos y sus seguidores; la perspectiva ante un enemigo mayor en número y capacidad de fuego; o la retirada ante un enemigo que hoy ha vencido.
No todos viviremos de cerca estas realidades, pero en cambio, existe otro tipo de combate en que, de una u otra forma, todo varón se encuentra: el combate con uno mismo para pasar de niño a hombre.
Que San José, esposo de la Madre de Dios y diligente defensor de Cristo, nos ayude a vencernos a nosotros mismos y ser, como manda la Ordenanza del Requeté: Caballeros sin tacha, espíritus disciplinados, esforzados en el servicio, celosos de nuestra reputación, voluntarios para el riesgo, intrépidos, excelentes compañeros, incapaces de pactos con sacrificio del ideal, subordinados y puntuales como normas, fuertes, física y moralmente, jamás tibios, siempre imperturbables.
Manuel Soní Rico, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta.
Deje el primer comentario