Misterios dolorosos por los Mártires de la Tradición IV: la coronación de espinas

«Nos llevan al cielo» le dijo nuestro mártir el beato Antonio Tort a su hija, cuando se lo llevaban para matarlo

«La coronación de espinas», por A. van Dyck

Continuamos con la meditación del tercer misterio del rosario por los Mártires de la Tradición, organizado por las margaritas hispánicas. Aquí está el texto correspondiente y, en este enlace, el vídeo.

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La coronación de espinas se hizo en el patio interior del cuerpo de guardia, había allí 50 miserables, el pueblo estaba alrededor y, rodeando el edificio, mil soldados romanos. Todos ellos, con sus risas y burlas, excitaban el ardor de los verdugos de Jesús, como los aplausos del público excitan a los cómicos en el circo.

Le quitaron a Jesús los vestidos del cuerpo, cubierto de llagas, y le pusieron una capa vieja colorada de un soldado, que no le llegaba a las rodillas. Lo sentaron brutalmente y le pusieron la corona de espinas alrededor de la cabeza, y la ataron fuertemente por detrás. Estaba hecha de tres varas de espinas bien trenzadas, y la mayor parte de las puntas estaban vueltas hacia dentro. Habiéndosela atado le pusieron una caña en la mano, para burlarse. Le quitaron la caña de las manos y le pegaron en la corona con tanta fuerza y violencia, que los ojos del Salvador estaban inundados de sangre. Se arrodillaron delante de El, le hicieron burla, le escupieron en la cara y le abofetearon gritándole: ¡Salve, rey de los judíos!

Esta visión de la coronación de espinas es de la beata Ana Catalina de Emerick. Meditar este misterio de dolor con esta visión, ofreciendo el rosario por los Mártires de la Tradición, nos ayuda a entender de dónde salía la maldad y miserabilidad de los torturadores y asesinos de tantos de nuestros mártires, así como la maldad y la miserabilidad de las turbas que aplaudían y jaleaban cuando se les estaba martirizando. «Si esto hacen con el leño verde, ¿qué no harán con el seco?».

Pero también nos ayuda a entender de dónde sacaron la fuerza para ser fieles hasta el martirio y hasta la muerte, muriendo muchos de ellos perdonando a sus verdugos, ofreciéndose por la salvación de España y gritando ¡viva Cristo Rey!

«Madre, nunca fue tan fácil ir al cielo», afirmó el mártir cristero San José Sánchez del Río cuando le dijo a su madre que se unía a los cristeros. «Nos llevan al cielo» le dijo nuestro mártir el beato Antonio Tort a su hija, cuando se lo llevaban para matarlo.

Cuando escuchaba de pequeño a mis abuelos contar las aberraciones y sacrilegios que los enemigos de la Fe hicieron con las imágenes sagradas de mi pueblo, y cómo después humillaron a las buenas mujeres que en la noche fueron a recoger lo que pudieron salvar del incendio, o cómo vejaron y torturaron al párroco del pueblo vecino, y cómo después obligaron a limpiar su sangre a las mujeres piadosas de esa parroquia, a pesar de la dureza de los relatos, lo que más me espantaba y asustaba era que había una multitud riéndose y aplaudiendo.

Pero mis mayores me contaban también que había muchos buenos católicos escondiendo imágenes de santos, objetos sagrados, además de ocultando sacerdotes y religiosas, y mientras sucedían esas calamidades, ellos, en sus casas, ocultos, de rodillas y en voz baja, rezaban rosarios y vía crucis. Llorando e implorando auxilio al cielo.

Pidamos la intercesión de la Virgen Dolorosa, sola y afligida al pie de la cruz, para que nos ayude a permanecer fieles dando testimonio hasta el final, imitando a las santas mujeres siguiendo a Cristo, apoyados en el ejemplo de nuestros mártires. Bendita y alabada sea la pasión de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima madre, sola y afligida al pie de la cruz.

¡Viva Cristo Rey!

Rvdo. P. Vincent Pérez

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