
Continuamos con la meditación del segundo misterio del rosario por los Mártires de la Tradición, organizado por las margaritas hispánicas. Aquí está el texto correspondiente y, en este enlace, el vídeo.
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El segundo misterio de dolor es la flagelación del Señor atado a la columna. Pilato, queriendo satisfacer a la gente, les puso en libertad a Barrabás y les entregó a Jesús para que lo azotaran y lo crucificaran[1]. Para meditar este misterio y hacer una composición de lugar nos ayuda mucho la secuencia de la película de Mel Gibson que puso en nuestra retina las escenas de la flagelación muy bien representadas. Los estudios sobre la sábana santa manifestaron tres tipos de lesiones causadas por la flagelación, que se corresponderían con tres instrumentos o flagelos diferentes, siendo la herida más frecuente la de unas bolitas de plomo unidas por una banda o tira de cuero, situadas en el extremo de varias cuerdas. También la sábana santa nos señala que Jesús recibió cerca de 300 azotes, algo brutal, que tendríamos, con María, que saborear y meditar en nuestro corazón, para que no se quede simplemente en una foto sino en una escena en la que yo de alguna manera saboreo ese dolor y terrible sufrimiento del Señor.
En la encíclica Quas primas núm. 25 el papa Pío XI, hablando de que la antorcha de la verdad de Cristo Rey no acaba de inundar todo el mundo, explica que en parte eso es por la apatía y la timidez de los buenos, que se retiran de la lucha o no se inflaman por el fuego del apostolado. Quiero que nos fijemos en estas palabras «la apatía de los buenos». Apatía es una palabra que viene del griego y significa no experimentar el dolor, como que no me afecta o no me preocupa, que no manifiesto interés o no me siento interpelado por lo que sucede: esto es ser una persona apática. La apatía de los buenos… Viendo la flagelación del Señor atado a la columna tenemos que pedirle a María Santísima que cada uno de estos azotes sea como un golpe a nuestro corazón, a nuestra alma para que despierte de esa apatía. ¿Qué estoy haciendo por la realeza de Cristo? ¿Estoy entregando mi alma, mi corazón y todas mis fuerzas? Nos dice Jesús en el evangelio que hay que amarle con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el ser. Hagamos ese examen de conciencia, que los golpes de la flagelación del Señor nos hagan reflexionar y despertar, que nos hagan salir de mi apatía. Y para eso quiero leerles algunos párrafos de la vida de Manuel Irurita, obispo de Barcelona y mártir en la Cruzada de 1936, de un libro que se titula «Un obispo de antes del Concilio». Su autor es un sacerdote ya fallecido que se llamaba José Vidal Torrens y era un carlista de pro.
«Con juicio humano podemos imaginar que el doctor Irurita pudo presentarse en el tribunal divino con la ofrenda total del cumplimiento de sus deberes episcopales. No hizo carrera humanamente ni tampoco fue un vivo en diplomacias ni siquiera para escapar de la muerte. Pero su tumba en la catedral de Barcelona es una invitación constante a no pactar con los enemigos de Cristo, cosa difícil de entender en los tiempos en que muchos pastores rinden sus saludos a los herejes, que se dedican a robar la fe de las almas que tienen encomendadas. ¿Signos de los tiempos? Sí, en la historia hay otro personaje a quien Dios permite actuar: el demonio. Y nadie podrá negar que todo católico, de la jerarquía que sea, también puede ser su instrumento».
Más adelante dice:
«Aquí está la diferencia entre la santidad de los prelados que se abrazan al martirio y los cristianos que padecen cualquier otro tipo de comodidad. Los resultados están a la vista. Prelados del corte del doctor Irurita encontrarían los medios sobrenaturales de salvar a los sacerdotes y al pueblo de Dios. Seguramente no harían muchas de las cosas que ahora se hacen ni utilizarían el lenguaje neologista de nuestros días, pero con espíritu sobrenatural sabrían adaptar el evangelio para los hombres de hoy. Santificarían y se santificarían, porque el alma del mártir sirve para esto; lo que no lo da es el parlamentarismo, la burocracia y la atrofia de la propia conciencia. Para que en todos los tiempos el doctor Irurita sirviera de viril prueba de una caridad heroica que apoyada en el Santo Sacrificio de la misa supo vivir su sacerdocio hasta la última gota de su sangre; y para que en lo sucesivo, cuando a los cristianos nos corresponda la obra tenebrosa del Anticristo y de los mercenarios, imitándole a él pidamos al Espíritu Santo la prudencia de la cruz y la fortaleza del martirio, quizá el martirio del ridículo, de la marginación, del sarcasmo y de la ironía, para no ceder ante los nuevos ídolos y sus nuevos pontífices que acomplejados les inciensan y les piden su lenguaje, les prestan sus fuerzas y se ríen a sus maquinaciones. Para esta hora, venerar la memoria del obispo mártir de Barcelona, el santo doctor Manuel Irurita Almandoz, es una gracia de Dios, una delicadeza de María, pues queremos ser herederos e hijos de los mártires y no comparsas de Judas y su escuela apostólica».
Rvdo. Padre Juan María Sellas
[1] Mc. XV, 15.
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