El Reino Unido ha abandonado definitivamente la Comunidad Europea. Y desde las instancias de Bruselas, sus discípulos y adláteres, nos han bombardeado con el mantra del craso error cometido por los británicos. No hay mayor mal que abandonar la redefinida Europa.
Pero la isla ha conseguido un buen acuerdo comercial sin necesidad de pertenecer a la UE ni renunciar a su independencia: un nuevo status comercial manteniendo una libertad de maniobra considerable. Y así como la inteligencia les ha llevado a este punto, también es de esperar que esta nueva situación les convierta en un Taiwán (Formosa) a 14 millas de eso que llaman Europa.
Ahora se le presenta a la economía británica una oportunidad de reconstruir su industria, desarmada tras años de falta de competitividad, estimulada sin cortapisas extranjeras y con la libertad ya citada. Puede exportar todo lo que quiera a la Unión Europea, en un muy buen marco de flexibilidad.
Un ejemplo sencillo y evidente, que recogen las publicaciones salmón: podría importar coches de cualquier país, Turquía, India o Japón y añadirles los suficientes componentes en el Reino Unido y reexportarlos a la UE. Es más, podría enviar esos componentes a las plantas extranjeras para ser ensamblados allí y luego enviar directamente los automóviles a la Unión.
Las ventajas que se le abren desde este momento son enormes. Máxime si tenemos en cuenta dos realidades: una primera es que sigue siendo la capital de transacciones en euros. Y su capacidad fiscal le da opción a convertirse, respecto a la UE, en un paraíso fiscal. Porque ya lo es de los países de Próximo Oriente o Asia.
Una segunda: incrementa el interés de los inversores por su capacidad de reducir la fiscalidad, convirtiéndola en captadora de talento e iniciativas.
Pero lo paradigmático es que el propio capital europeo es el más beneficiado por este Brexit al tener un nuevo campo de oportunidades y crecimiento.
Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza