Los emigrados carlistas en el Río de la Plata y su legado: el clero

HISTORIA DE ALGUNOS ECLESIÁSTICOS DE RAÍCES CARLISTAS QUE FORMARON PARTE DE LA HISTORIA ECLESIAL Y POLÍTICA DEL RÍO DE LA PLATA DESPUÉS DE SU INDEPENDENCIA

Fray Simón de San Miguel, religioso dominico de origen navarro carlista

«La campana, rajada, con voz de vieja llamaba a misa. Adentro, el cura, un vizcaíno carlista cuadrado de cuerpo y de cabeza, hombre de pelo en pecho y de cuchillo en la liga, se disponía a oficiar pomposamente en el altar, objeto de la fiesta».

Este peculiar fragmento de «Sin rumbo», novela del escritor y político liberal decimonónico argentino Eugenio Cambaceres, presenta una escena curiosa pero no extraña para el público lector de la obra, seguramente consciente de sus repercusiones en el ámbito tanto eclesiástico como político nacional. Un sacerdote español, partidario de la causa de la tradición y la dinastía legítima, exiliado en el Río de la Plata y ejerciendo su labor pastoral en la campaña bonaerense, era un tipo humano lo suficientemente reconocible como para ser objeto de mofa por parte de Cambaceres y el resto de la llamada «Generación del 80» de Argentina; rabiosamente positivista y laicista.

En efecto, mucho se ha escrito de las esplendorosas historias del Padre Jarauta y el Cura Santa Cruz y sus sacrificios en servicio de Dios y las Españas continuada en el exilio en las antiguas Nueva España y Nueva Granada respectivamente; pero quizás no se ha prestado suficiente atención a los sacerdotes tradicionalistas emigrados al Río de la Plata y su legado si bien más silencioso, no por ello menos significativo.

Empezando por los veteranos de la primera Carlistada, el más destacado entre los partidarios de D. Carlos exiliados al Plata, fue probablemente el carmelita descalzo vizcaíno Fray Domingo Ereño. Ejerciendo primero como capellán de los ejércitos carlistas durante la guerra de los siete años, al cruzar el Atlántico se halla envuelto en otra guerra civil, ahora en tierras uruguayas: la llamada «Guerra Grande» entre los «blancos» y «colorados».

Tomará entonces Fr. Domingo partido por el caudillo blanco Manuel Oribe (personaje complejo con sus claroscuros al igual que su homólogo y aliado argentino Juan Manuel de Rosas, pero del cual no se puede dudar su ferviente devoción y respeto a la Iglesia), a cuyo ejército  en guerra contra los colorados atrincherados en Montevideo, aportará un batallón de voluntarios vascos (otros carlistas emigrados) sustentados espiritualmente por él mismo. Después de la derrota oribista, sufriría en 1853 el segundo destierro de su vida por parte del presidente Giró, contra quién se levantó en armas para restaurar a Oribe al poder.

El legado más visible de Fr. Ereño en la Banda Oriental es la parroquia de San Agustín, erigida por él en 1847 por pedido del General Oribe para servir a la creciente población de Villa Restauración, capital de su gobierno y hoy en día barrio de Montevideo rebautizado como Villa Unión.

Durante su exilio en tierras argentinas, el cura vizcaíno se asienta en la provincia de Entre Ríos bajo el amparo de su señor absoluto y líder de la Confederación Argentina Justo José de Urquiza, cuya causa federal apoyará en su lucha contra los liberales centralistas del Estado secesionista de Buenos Aires. Con un caudillo de carácter mucho menos íntegro y piadoso que Oribe como lo era Urquiza, el fraile carmelita emprenderá la misión de corregir los vicios imperantes tanto en la corte del reyezuelo entrerriano como entre el gauchaje de la provincia, fruto de la escasez de clérigos y la actitud licenciosa de los caudillejos locales.

El Pbro. Ereño con su hábito coral de Canónigo

Tras muchos años de labor eclesiástica y educativa como canónigo de la Catedral de Paraná y vicerrector y profesor del Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, Fray Domingo terminaría sus días en Buenos Aires en 1871 como víctima de la epidemia de fiebre amarilla, tras distanciarse de Urquiza por tener noticia de su rendición ante las fuerzas porteñas en la Batalla de Pavón de 1861 que supuso el fin de la Confederación (acto que quizás remitió su memoria a más de dos décadas antes, a la similar traición del General Maroto que supuso la derrota de la causa carlista).

Sus restos fueron trasladados el año siguiente a Uruguay para depositarse en la iglesia de San Agustín fundada por él, donde permanecen hasta el día de hoy.

Poco después, entraría a la historia el navarro Francisco Antonio San Miguel Zabalza, joven piadoso de Sangüesa (Navarra) siempre dispuesto a servir a la Iglesia y a la Tradición desde su niñez, quién tomaría armas por D. Carlos VII con apenas 18 años al estallar la Tercera Guerra. Tras finalizada la lucha, se trasladó junto a su familia a la República Argentina (por aquellos años abierta a la inmigración europea) en 1889, concretamente al pueblo de San Vicente en el interior de la Prov. de Buenos Aires.

Allí, servirá a quién fuera un viejo amigo y correligionario suyo, el cual ahora ejercía como cura párroco del lugar, el Pbro. Benito Sola del Río. Antiguo capitán navarro del ejército legitimista, al finalizar la Tercera Guerra emprendería la carrera eclesiástica, y se radicaría también en tierras rioplatenses.

Habiendo sufrido una serie de graves infortunios en un corto periodo de tiempo, incluidas las muertes sucesivas de toda su familia y la pérdida de gran parte de sus bienes, Francisco Antonio tomaría la decisión de tomar el hábito dominico como hermano lego en el Convento de Santo Domingo de Buenos Aires; asumiendo el nombre de Fray Simón de San Miguel y profesando sus votos solemnes en 1894. El humildísimo Fr. Simón se ganaría entre sus hermanos de religión fama de santidad por estar imbuido de la suma de todas las virtudes, llegando inclusive a hablarse de milagros atribuidos a su intercesión.

Después de más de cuarenta años de servicio al claustro como sacristán, Fray Simón de San Miguel tendría su cristiana muerte tras recibir los últimos sacramentos el 21 de Julio de 1936. A pesar de no haberse podido aún abrir una causa de beatificación, la venerable memoria de su santidad se conserva hasta el presente entre los frailes del Convento de Santo Domingo.

Don Dionisio R. Napal

Es claro que la mayoría de los emigrados carlistas al Río de la Plata no fueron ni clérigos ni religiosos, más una buena parte de sus vástagos (formados en un ambiente católico fuerte) sí. De entre estos, destacaron figuras como don Dionisio Napal, oriundo de San Isidro e hijo de carlistas navarros afamado por su amplísima labor en defensa de la Doctrina Social de la Iglesia contra las ideas disolventes del liberalismo y el socialismo en el país; por medio de su prédica entre los círculos de obreros católicos y como vicario de la Armada Argentina. Llegaría a ser el locutor oficial del Congreso Eucarístico Internacional de 1934 celebrado en Buenos Aires, en el contexto del resurgir de la militancia social y política católica de las décadas de los 30 y 40 en Argentina.

Otro bonaerense de estirpe navarra carlista fue José Cruz Munárriz Goñi, también vinculado a las FFAA argentinas al ser Vicario General del Ejército en los años 50. Su medio-hermano Pedro Muñagorri Goñi, fue también sacerdote, y ocupó la Vicaría General de la Diócesis de Corrientes y Misiones en la década del 30.

S.A.R. recibiendo la bendición del recién ordenado don José Ramón García Gallardo; La Reja, 16 de Diciembre de 1990

En la actualidad, el ejemplo vivo más notable de este aporte carlista a la Iglesia en el Río de la Plata es el (ya reconocido por los lectores) don José Ramón García Gallardo, FSSPX, Capellán de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón. Proveniente por vía masculina de un linaje tradicionalista iniciado por su bisabuelo paterno Hermenegildo García Sanz, un indiano originario de Derroñadas de Soria que construyó su hacienda y dejó descendencia en la Pampa y Patagonia Argentina, y descendiente del patriciado criollo argentino por el lado de su madre María de Jesús Gallardo (R.I.P.); don José Ramón encarna en su persona el entroncamiento entre la tradición peninsular y rioplatense.

Tal entrelazamiento, como se puede concluir a partir de lo visto, se halla sutilmente a lo largo de toda la historia de estas naciones hermanas.

Celedonio Blázquez de Vera  

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