La inteligencia artificial y la estupidez natural

La máquina podrá predecir la próxima palabra de una frase, pero jamás podrá entender por qué el hombre, en un acto de libertad inexplicable, decide romper la estructura

I. El nuevo ídolo: una máquina que piensa, pero no sabe por qué

En su inagotable búsqueda de la perfección, el hombre moderno ha decidido construir algo que piense por él. No satisfecho con haber despojado a la educación de la capacidad de razonar, ahora ha creado un cerebro de silicio que lo hace más rápido y sin errores gramaticales. Esto, naturalmente, ha sido celebrado como el mayor avance de la humanidad, lo que resulta curioso, ya que la historia del progreso parece resumirse en la creación de máquinas que primero alivian la carga del hombre y luego terminan gobernándolo.

Antes, el hombre tenía manos y usaba herramientas para trabajar. Luego inventó máquinas para que hicieran el trabajo por él. Finalmente, descubrió que, a pesar de poseer herramientas y máquinas, seguía trabajando más que nunca. Ahora, el hombre tiene una mente y ha inventado una inteligencia artificial para pensar por él. Y pronto descubrirá que, pese a ello, sigue sin entender absolutamente nada.

El problema no es que la inteligencia artificial piense; el problema es que el hombre moderno ha dejado de pensar.

II. Cuando las máquinas superan a sus creadores en todo, excepto en sabiduría

Nos dicen que la inteligencia artificial ha superado al hombre en múltiples habilidades: en lógica, en cálculo, en velocidad de procesamiento. Pero lo más preocupante no es que las máquinas sean más inteligentes que los hombres, sino que los hombres se han vuelto más mecánicos que las máquinas.

El gran peligro de la inteligencia artificial no es que las máquinas empiecen a pensar como los hombres, sino que los hombres empiecen a pensar como las máquinas. Que reduzcan la verdad a un algoritmo, la moral a una estadística, el arte a una función programable y la vida a un conjunto de datos.

Porque, aunque la inteligencia artificial pueda escribir poemas, jamás comprenderá la poesía. Aunque pueda diseñar una pintura, jamás verá la belleza. Aunque pueda procesar libros enteros, jamás sabrá qué es la verdad. Porque todo lo que hace está basado en patrones, y el alma humana es la única cosa en el universo que no sigue un patrón.

La máquina podrá predecir la próxima palabra de una frase, pero jamás podrá entender por qué el hombre, en un acto de libertad inexplicable, decide romper la estructura y decir algo completamente absurdo, pero verdadero.

La inteligencia artificial puede simular el conocimiento, pero no puede poseer sabiduría.

III. La diferencia entre el hombre y la máquina: un alma inmortal

El hombre moderno, con su obsesión por medir todo en términos materiales, ha olvidado la única diferencia que importa entre un ser humano y un algoritmo: el alma inmortal.

Una máquina puede producir información, pero solo un hombre puede producir sentido. Un sistema de inteligencia artificial puede predecir tendencias, pero solo un hombre puede decir qué es justo o bueno. Un robot puede obedecer comandos, pero solo un hombre puede amar.

La razón por la que la inteligencia artificial es tan atractiva para el mundo moderno es que el mundo moderno ya ha reducido al hombre a una máquina. Desde hace siglos, la educación ha tratado al niño como una hoja en blanco que debe ser programada. La política trata a las masas como unidades de producción. La economía ve a los hombres como consumidores predecibles. La psicología moderna los reduce a un conjunto de reacciones químicas.

Cuando el hombre deja de verse como una criatura hecha a imagen de Dios, no tarda en verse como un conjunto de circuitos biológicos. Y, en ese contexto, la inteligencia artificial no es más que la culminación de esta idea: una versión más eficiente de un ser humano inútil.

Pero la verdad es que la única diferencia real entre el hombre y la máquina es la misma que ha existido siempre: el hombre fue hecho para la eternidad, y la máquina para el desguace.

IV. La paradoja suprema: una máquina que todo lo sabe y nada comprende

Nos dicen que la inteligencia artificial puede responder cualquier pregunta. Que tiene acceso a todo el conocimiento del mundo. Pero nadie parece notar la paradoja fundamental: sabe todo, pero no entiende nada.

Es exactamente la clase de inteligencia que el mundo moderno ha promovido: una acumulación de datos sin ninguna capacidad para llegar a la verdad. El hombre moderno, igual que su máquina, cree que pensar es repetir información. Cree que la lógica es la verdad. Cree que la eficiencia es la virtud.

Y así, ha creado una inteligencia que imita su propia necedad. Una mente brillante que puede jugar al ajedrez mejor que cualquier campeón, pero que jamás podrá explicar por qué un abuelo juega ajedrez con su nieto solo para verlo sonreír.

El mundo moderno ha logrado su mayor hazaña: construir una mente perfecta que es perfectamente estúpida.

V. El problema de la inteligencia artificial es la estupidez humana

Lo más trágico de la inteligencia artificial no es que supere al hombre en velocidad o precisión, sino que el hombre ha comenzado a imitarla. Ha dejado de buscar la verdad para buscar respuestas rápidas. Ha dejado de meditar para procesar datos. Ha dejado de escribir historias para generar contenido.

Y lo más absurdo es que los hombres temen que las máquinas los reemplacen, sin darse cuenta de que el verdadero problema es que los hombres ya han comenzado a reemplazarse a sí mismos.

Pero la historia siempre ha sido la misma. Cada vez que el hombre pone su confianza en una nueva torre de Babel, termina descubriendo que la torre estaba hecha de aire.

VI. Solo Dios puede dar inteligencia a la máquina y al hombre

El problema con la inteligencia artificial no es que piense, sino que no sabe por qué piensa. No hay una máquina en el mundo que pueda responder la pregunta más simple de todas: “¿Por qué existo?”

Y, en el fondo, esa es la única pregunta que importa.

Las máquinas podrán escribir libros, pero nunca escribirán un Evangelio. Podrán calcular probabilidades, pero nunca elegirán el sacrificio. Podrán aprender todas las lenguas del mundo, pero nunca pronunciarán una oración.

Porque, al final, la diferencia entre el hombre y la máquina no es la memoria ni la lógica ni la eficiencia. La diferencia es la misma de siempre: uno ha sido creado para amar, el otro para obedecer. Uno fue hecho para vivir, el otro para apagarse. Uno puede buscar a Dios, el otro ni siquiera sabe que existe.

El hombre moderno ha construido su propia imagen de Dios en la forma de una inteligencia artificial. Pero, como todas las imágenes falsas, tarde o temprano quedará en el olvido.

Porque el único que puede dar inteligencia verdadera es el que la creó en primer lugar.

Y, hasta el día en que el hombre moderno recuerde eso, seguirá fabricando máquinas con la esperanza de encontrar en ellas lo que ha perdido en sí mismo.

Óscar Méndez

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