Cuatro testimonios sobre el período hispánico en el río de la Plata

la verdad suele colarse por alguna rendija

Buenos Aires en la época virreinal

Alexander Gillespie, capitán de la Real Armada británica y Comisario de Prisioneros durante la invasión inglesa al Río de la Plata en 1806, publicó doce años más tarde en Londres, Gleaming and remarks collected during many months of residence at Buenos Ayres and within the upper country.

Allí Gillespie brinda una interesante visión del territorio que contemplaron aquéllos invasores. Más allá de sus reflexiones generales teñidas todas con el lastre del protestantismo y del crudo retrato sobre la adhesión a los ingleses de gran parte de quienes integraron la primera junta de gobierno en 1810, nos importa ahora destacar el clima social, el tejido tradicional, que percibió en la ciudad y en el interior.

Grande debe haber sido su sorpresa, ya que a pesar de ser uno de los derrotados, estar a punto de caer muerto dos veces, constatar la animadversión popular y la acción del clero en su contra, guiado por el obispo Benito Lué y Riego (1753.1912) destacara la el floreciente comercio y especialmente la amabilidad y el respeto que se respiraba en las familias, la valentía, la hombría de bien y la bonhomía natural de la mayoría de la población. Además el trato amable y el celo por la educación religiosa para con los sirvientes, como no había observado en ningún otro lugar del mundo.

En 1825, otro inglés, George Thomas Love, fundador un año más tarde de periódico British Pocket, señalaba algo parecido. A pesar de que ahora el sistema político combatía a la religión, y la juventud letrada aplaudía con entusiasmo en el teatro a un actor que representaba a Voltaire, el pueblo sencillo se mantenía en sus costumbres y respetaba al clero. Subrayaba Love que esa actitud era merecida, ya que «en otros tiempos .cuando un malhechor era azotado en la calle, bastaba la presencia de un sacerdote pidiendo misericordia para que cesara el castigo. Si esto ocurriese en Inglaterra nuestros ladrones indultados le dedicarían plegarias». (Cinco años en Buenos Aires, 2014)   

En 1876, en el marco de un debate con el dirigente católico José Manuel Estrada  (1842-1894), quien en 1871 en la convención constituyente de la provincia de Buenos Aires deslizara una severa crítica a la evangelización española, fray Mamerto Esquiú (1826-1883), ya bastante desilusionado de la deriva republicana, reprodujo prácticamente las observaciones anteriores sobre la sociedad en la época hispánica.

Señalaba Esquiú «sentimos que el paso del tiempo haya ejercido una influencia tan despótica sobre el ánimo ilustrado del autor que haga un juicio tan duro de un pasado que si no tiene el brillo y la actividad del presente, lo aventaja con mucho en moralidad, en suavidad de costumbres y sobre todo en el amor y respeto que era como el alma de la familia (…). Moralidad superior, adhesión profunda a la Fe reconocería quien leyera la historia de Santa Rosa de Lima y de sus contemporáneos Santo Toribio de Mogrovejo, San Martín de Porres y otros. Quito nos. Presenta una María Ana de Jesús Paredes, México entre otros un Sebastián de Aparicio. ¿Y no desembarcaba en estas mismas orillas del Plata un San Francisco Solano apóstol de Sud América? ¿Qué decir sobre los obispos y sobre el nunca bien ponderado fray José de ¿San Alberto? Desde Córdoba hasta Cochabamba su memoria es todavía como una senda de luz, las anécdotas de su vida son rasgos de heroísmo evangélico; difícilmente se hallara un hombre más pobre en medio de cuantiosas rentas y nadie en el antiguo Virreinato del Plata ni en sus nuevas repúblicas que haya fundado a su propia costa más obras de beneficencia y precisamente en materia de educación» (Alberto Ortiz, El padre Esquiú, Córdoba, 1883, tomo II, p. 84 y ss.)

En 1899 el dirigente político Juan Garro (1847-1927) recordaba que Pedro Goyena, (1843-1892) otro militante católico del ochenta, quien si bien criticaba el sistema comercial y financiero español, distinguía en las sociedades el alma y el cuerpo. El alma en la etapa hispánica «no estaba enferma, era enérgica y luminosa como que recibía luz y vida del cristianismo» (Juan Garro «Noticia biográfica», Obras Completas de José Manuel Estrada, 1899).

La leyenda negra sobre las que se edificaron las repúblicas liberales hispanoamericanas es porosa; la verdad suele colarse por alguna rendija.

Horacio M. Sánchez de Loria

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