El carlismo siempre ha defendido los fueros (II): la sublevación de Riego

el entonces emergente nacionalismo vasco y el foralismo liberal, igual que algunos hoy desde otras trincheras, negaban interesadamente toda relación del tradicionalismo español con la defensa de los fueros

Esta es la segunda entrega en que reproducimos algunos fragmentos seleccionados de la obra «El Partido Carlista y los Fueros» que el periodista, político y abogado carlista D. Eustaquio de Echave-Sustaeta (1872-1952) dio a las prensas en contestación al entonces emergente nacionalismo vasco y al foralismo liberal, que, igual que algunos hoy desde otras trincheras, negaban interesadamente toda relación del tradicionalismo español con la defensa de los fueros. En esta segunda parte el tema es la defensa de los fueros por los realistas en tiempos del Trienio Liberal.

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Desde que al regresar de Francia Fernando VII en el año 1814 derogó el régimen constitucional, no cesaron los liberales de conspirar para hacer una revolución. Al fin, dieron el paso sedicioso el general don Rafael del Riego y otros jefes militares el día 1 de Enero de 1820, sublevándose al grito de ¡viva la Constitución! El plan de los liberales, acordado en la logia masónica de Cádiz titulada Tade Sabanie, les dio el resultado apetecido. El grito de Riego repercutió en Madrid, y el día 7 de Marzo de 1820 se vió precisado Fernando VII a dar un Decreto diciendo estaba decidido, en vista de la voluntad del pueblo a jurar la Constitución. No se satisfizo el populacho de Madrid con esa Real promesa.

El historiador Juan Rico en su obra Historia Política y Parlamentaria de España refiere: «Gracias a los esfuerzos de algunos individuos de la Grandeza, fue contenida la muchedumbre en las escaleras del Palacio Real, logrando ante sus representantes, que eran seis desconocidos, que el Rey mandase la instalación del Ayuntamiento constitucional. Instado y empujado el Rey por la plebe, y en presencia de seis comisionados populares, que daban la ley en aquellos momentos, juró en el Salón de embajadores la Constitución del año 12, aparentando serenidad y regocijo, pero sintiendo en su alma el dardo de la violencia, y grabando en su mente con rojos caracteres el recuerdo de tanta tropelía y tanto escándalo».

Puestos los revolucionarios en el camino de la violencia, obligaron a toda la Familia Real a realizar actos de adhesión constitucional, imponiendo el jurar la Constitución, que lo hicieron todos, por evitar mayores males. Desde entonces el Rey y la familia Real quedaron prisioneros del Gobierno liberal, y Fernando VII firmaba lo que sus ministros le exigían. Así lo declaró el Rey en su manifiesto dado en el Puerto de Santa María el 1 De Octubre de 1823, diciendo:

«Bien públicos y notorios fueron a todos mis vasallos los escandalosos sucesos que precedieron, acompañaron y siguieron al establecimiento de la democrática Constitución de Cádiz en el mes de Marzo de 1820; la más criminal situación, la más vergonzosa cobardía, el desacato más horrendo á mi Real Persona y la violencia más inevitable, fueron los elementos empleados para variar esencialmente el Gobierno».

Y termina el Rey en su manifiesto diciendo: «Son nulos y de ningún valor los actos del Gobierno llamado constitucional que ha dominado á mis pueblos, desde el día 7 de Marzo de 1820, hasta hoy 1 de Octubre de 1823, declarando, como declaro, que en toda esta época he carecido de libertad, obligado á sancionar las leyes y á expedir las órdenes, decretos y reglamentos que, contra mi voluntad, se meditaban y expedían por el mismo Gobierno».

Sirva lo dicho en descargo a la familia Real de Fernando VII, que se vió obligada a jurar la Constitución de 1812. Cuando la violencia interviene en un acto personal éste es nulo de origen; y cuando se obra por el imperio de una ley que se rechaza en el fuero interno, el acto no es voluntario y exime de responsabilidad.

(…)

Ahora veamos qué pasó en Navarra con el triunfo de la revolución de 1820. Triunfante el régimen Constitucional en Madrid, fueron abolidos los fueros por segunda vez, y se convirtió el glorioso Reino de Navarra en simple provincia, como las de Santander o Murcia.

El día 29 de Mayo de 1820, se instaló en Pamplona la Diputación Provincial, jurando en manos del Jefe Político interino don Pedro Clemente Sigués, guardar la Constitución de 1812, sin aludir en el juramento para nada a los Fueros. Aquella Diputación dio en el mismo día, una alocución al país ensalzando el sistema constitucional, y en seguida destituyó a los Síndicos de la antigua Diputación del Reino, diciendo que no eran éstos compatibles con la Constitución.

(…)

El segundo periodo constitucional exacerbó el horror de Navarra al liberalismo; al oír el nombre de Riego, las gentes se sentían presas de una especie de furor epiléctico; hubo que prohibir de real orden las aclamaciones y vítores al general liberal; con todo, no se logró evitar colisiones, entre las que merece recordarse la del 19 de Marzo de 1822, pues en Pamplona el paisanaje atacó al regimiento llamado Imperial Alejandro, que se distinguía por su espíritu revolucionario, persiguiéndole a cuchilladas y tiros hasta dentro de la misma iglesia parroquial de San Saturnino. Tal era el odio que el pueblo navarro sentía contra la Constitución y el liberalismo porque venía por segunda vez a matar los amadísimos Fueros de Navarra.

Hagamos resaltar bien el hecho de que, no habiéndose suscitado la guerra civil carlista hasta Octubre de 1833, resulta que, trece años antes de salir los carlistas al campo, ya habían los liberales abolido los Fueros de Navarra por segunda vez. Sirva esto de réplica a los que, echándoselas de muy fueristas, cometen la tontería de decir que por las guerras carlistas se han abolido los Fueros, pues la Historia nos dice que, 21 años antes del primer levantamiento carlista, la Constitución de 1812 abolió los fueros de Navarra por primera vez, y después, el año de 1820 los abolieron los liberales por segunda vez.

Ahora veremos cómo logró Navarra restaurar el régimen Foral.

La restauración de los Fueros se debe a la campaña de los realistas, levantados en armas en muchos sitios, especialmente en Navarra, Vascongadas y Cataluña. ¿Cuál fue el objetivo de la campaña de los realistas de Navarra? El siguiente: derrocar el régimen constitucional, reponiendo a Fernando VII como Rey soberano, ambas cosas como medio de restaurar los Fueros de Navarra. Lo probaremos documentalmente, pues estos asuntos, como dice el adagio, con verlo basta.

Asumió la representación de Fernando VII, (prisionero del Gobierno liberal) la Regencia de Urgel, que fue una Junta formada en la plaza militar de Cataluña llamada La Seo de Urgel, compuesta por el Marqués de Mataflorida, el Obispo de Tarragona y el Barón de Eroles. Esta Regencia dirigió un Manifiesto a todos los súbditos de Fernando VII, y entre otras declaraciones hace ésta pertinente al Régimen Foral: «Los Fueros y privilegios que mantenían a la época de esta novedad (la Constitución) confirmados por Su Majestad, serán restituidos á su entera observancia».

Y el Barón de Eroles en su Manifiesto a los Catalanes les decía: «Queremos una ley estable por la que se gobierne el Estado; para formarla no iremos en busca de teorías marcadas con la sangre y desengaño de cuantos pueblos las han aplicado, sino que recurriremos a los fueros de nuestros mayores, y el pueblo español congregado como ellos, se dará leyes justas y acomodadas á nuestros tiempos y costumbres bajo la sombra de otro árbol de Guernica. El Rey, padre de sus pueblos, jurará como entonces nuestros fueros y nosotros le acataremos debidamente».

Pero, donde se ve el espíritu foral en toda su magnitud, es en la documentación de la campaña realista de Navarra. El cronista de la División navarra, don Andrés Martín, cura párroco de Ustárroz, intervino activamente en el levantamiento popular, en los preparativos militares, y asistió al triunfo final, publicando en 1825 su precioso libro Historia de la guerra de la División Real de Navarra contra el intruso sistema llamado constitucional y gobierno revolucionario. «El día 11 de Diciembre de 1821 —dice— formará época memorable en los anales de Navarra. Entonces fue cuando los católicos realistas de este Reino salieron al campo diciendo como los Macabeos: «Más vale que moramos en la guerra, que ver tantos males como padece nuestra gente». Entonces juraron defender, hasta morir, los intereses de Dios, los derechos del Rey y las leyes patrias del suelo natal».

El grito del alzamiento era «Religión, Rey y Fueros» y con esta bandera Santa realizaron los realistas navarros proezas mil, hasta verla triunfante. Pero la descripción de esta epopeya merece capítulo aparte: en el próximo publicaremos las proclamas fueristas del alzamiento, verá el lector desfilar a los caudillos realistas don Santos Ladrón de Cegama, don Tomás Zumalacarregui y otros, que después inmortalizaron sus nombres en la guerra carlista de los siete años; y finalmente, expondremos las consecuencias del triunfo, la restauración del régimen foral, lograda por los realistas, los predecesores del carlismo, que por segunda vez salvaron los Fueros del nobilísimo Reino de Navarra.

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