
Meditaciones provenientes del libro Arco iris de paz, cuya cuerda es la consideración y meditación para rezar el santísimo rosario de Nuestra Señora, que recoge las consideraciones escritas por el P. Fr. Pedro de Santa María y Ulloa, O.P.
***
Considera cómo habiendo llegado al huerto les dijo a los discípulos que se sentasen allí en una parte algo retirada y oculta, mientras su divina Majestad iba más adelante un poco a hacer oración, y entresacó a Pedro, Juan y Diego; y apartado de los demás como un tiro de piedra, con poca diferencia, se los llevó consigo, y empezó su Majestad a temer, turbarse y entristecerse; y arrojando dolorosos suspiros, llenos de horror, turbación, pavor y espanto, se volvió a los tres discípulos, y con grande fatiga y ansias, con voz tristísima y dolorosa, les dijo: acompañadme y velad conmigo, porque tengo tan triste el corazón que me quiero caer muerto: poco me falta para quedar muerto ahí entre vosotros; no me dejéis solo; estad conmigo y velad: para que veáis cómo la Divinidad cerró todas las puertas de consuelo y alivio a aquella divina alma, según la porción inferior, dejándola como si el Señor fuera puro hombre, como uno de nosotros, en cuanto al miedo, temor, espanto, pavor, tristeza y congoja. De manera que como si tú te hallaras por delante con la muerte y tanta máquina de tormentos, como el Señor había de padecer, y te hallaras solo, sin que persona alguna del mundo, del cielo ni de la tierra te socorriese ni ayudase, era fuerza que padecieses terrible temor, espanto y pavor; así has de considerar a tu Señor, que todo lo miraba presente y junto con tan grande desamparo, que, como dijo por su Profeta, no hacía sino volver a una y otra parte los ojos, y no había quién le consolase. Acompáñale tú, no le dejes solo, que por tu causa está tan afligido: mira que es terrible su desamparo y fatiga, y se conoce en que pide a sus discípulos no le dejen solo: no puede haber mayor señal de miedo y temor, ni mayor falta de amor y compasión que dejarle solo y no acompañarle. Acompáñale la vez que te tocare el ejercicio de esta consideración: arroja de ti el sueño y la pereza, y vela aquella noche por el que se desvela por ti, y así le agradarás, como si en la misma ocasión que padecía le acompañaras.
Considera cómo el Señor, con la pena y congoja, se apartó un poco de los tres discípulos, como siete u ocho pasos; y el ponerse tan cerca fue para que ellos le viesen y oyesen: y como dice el Evangelista (Luc. 22), se hizo fuerza para arrancarse de entre ellos, por la grandeza del miedo y temor, y juntamente por el mucho amor que les tenía. Púsose de rodillas el Redentor de nuestras almas, como dice Beda (Tract. de loc. Sanct. cap. 6), en la concavidad de una peña, sobre piedra viva, y empezó su oración con estas palabras: Padre mío, no hay cosa imposible a vuestro infinito poder; y así, si es posible, pase de mí este cáliz; mas no se haga mi voluntad, sino la vuestra. Como si dijera: Padre mío, a quien amo con todo mi amor, atended a que soy vuestro Hijo, e Hijo único, pues no tenéis otro, y ved la grande aflicción y congoja en que me tiene puesto esta dolorosa muerte que me espera, pues sólo la memoria de ella y su representación me quiere quitar la vida. De los padres es propio dolerse y compadecerse de los trabajos de sus hijos, porque los aman: Yo bien sé que me amáis con todo vuestro amor, y así compadeceos de mí, y puesto que todo cuanto queréis podéis, libradme de este trabajo y peligro en que me hallo, solo y sin consuelo. Esto os pido, Padre amoroso, si es posible, que si no, no quiero cosa que no sea de vuestro agrado: vuestra voluntad se haga y no la mía. Así clama aquel Señor, según la parte inferior, a su Padre eterno. Haz cuenta que le ves estar de rodillas en aquella pena, y que oyes con tus oídos sus humildes, amorosos y tiernos clamores: que ves aquel divino semblante triste y afligido, robado el color, y cubierto de un sudor frio; y ve notando todo lo que ves. Lo primero, que se hinca de rodillas sobre la dureza de una peña viva, y no sobre la yerba de la tierra, que por ser de huerto estaba blanda: para enseñarte que el alma que trata de oración ha de escoger la dureza y aspereza, y dar de mano a las blanduras de la carne. Lo segundo, que se pone con reverencia y de rodillas, aunque era fuerza que le causase dolor el estar una hora con ella en una peña dura, para que tu oración sea reverente, y no sentada, como lo hacen algunos con poca necesidad. Lo tercero, en que repite dos veces la palabra Padre, que como dicen los santos, fue para explicar el afecto amoroso y tierno amor con que amaba, veneraba y reverenciaba como tal Hijo a tal Padre; para enseñarte que el trato de la oración es trato de amor, y que cuando fueres a ella, has de recoger todos tus afectos, y ponerlos sólo en tu Padre, que es Dios. Lo cuarto, al principio engrandece el poder de su Padre, confesándolo por omnipotente, para enseñarte dos cosas. La primera, que tu oración ha de empezar por las divinas alabanzas; y la segunda, para que conociendo tú al Señor por omnipotente y poderoso, y conocido juntamente que es tu Padre, hagas tu oración llena de confianza y amor. Lo quinto, que se conforma en todo con la voluntad de su Padre, y en esa conformidad y humilde resignación, cierra y concluye su oración: para enseñarte que tu oración ha de ser humilde, resignada, conforme a la divina voluntad; de manera que te has de desnudar de todo punto de ti mismo, de tu propio deseo y voluntad, sólo con la ansia de que el Señor cumpla en ti su altísimo beneplácito y su santísima voluntad.
Deje el primer comentario