
1.La obligación que vincula una Ciudad con el Ser divino es fuente de estabilidad, pues nulla civitas, nulla domus stat sine Deo. Si sustituye el Ser por el devenir, en cambio, queriendo liquidar la obligación, instaura en su seno un movimiento permanente de disolución. Dado que la estabilidad no es característica propia de un elemento accidental, sino de un fundamento, atacando el principio se ataca lo fundamental.
La inestabilidad es crónica en los sistemas sociales y políticos surgidos del devenir, esto es, del no ser. Estos sistemas, bajo diversos nombres, afectados por el movilismo que describe cabalmente Romano Amerio en el cap. XVII de su Iota unum, son objeto constante de crisis. Son sistemas de perturbación, sin paz en las esencias, constantemente atacadas; son sistemas de autoliquidación.
Como explica José Miguel Gambra en la introducción de La sociedad tradicional y sus enemigos, pp. 9 y 10: «La inestabilidad que se ha adueñado de la sociedad en los tiempos modernos se ha manifestado en las guerras exteriores más universales y sangrientas sufridas por la humanidad […] Hasta el final del llamado “Antiguo Régimen” la historia de las naciones solía centrarse en las guerras que cada una sostuvo con otros pueblos. En cambio, desde los tiempos de la Revolución, las naciones han conocido una intranquilidad interna tan pertinaz y decisiva que, al describir esa época, los historiadores siempre se ven obligados a dejar en segundo plano las contiendas exteriores, no menos numerosas en realidad que tiempos anteriores».
2.Frente a la sociedad del no ser, una sociedad perfectiva procura la virtud de la estabilidad. Para obtenerla y difundirla, en bien suyo, transmite de generación en generación unos principios de estabilidad bien claros e irrefutables. Los encontramos expuestos admirablemente, por ejemplo, en la literatura exhortativa de nuestro Siglo de Oro: libros de emblemas morales, manuales para bien vivir y bien morir, ideas de príncipes político-cristianos, historias de ciudades y crónicas de gesta, conciones sacras… todo un saber de fundamentos.
Un primer elemento de estabilidad es la práctica de las virtudes: disuadir de la práctica perturbadora de los vicios es una preocupación principal, pues ninguna Ciudad permanece en pie sobre la arena del nihilismo. Esta apelación a la vida virtuosa se ordena sobre un segundo elemento, que es la ordenación al bien común: su precedencia sobre el bien particular es de sentido común, y objeto de la prudencia política.
En la reflexión aurisecular sobre los estados de vida, por ejemplo, junto al interés por las virtudes particulares y la orientación al bien común, prevalece una sana preocupación por la estabilidad de las obligaciones. Pedro de Ledesma, en sus Adiciones a la Segunda Parte de la Summa (1615), trat. 32, cap. 1, p. 2, recuerda que el estado natural de una cosa no es el cambio sino la permanencia en su ser, pues «no es otra cosa sino una buena disposición de todas las partes conveniente a la natural condición de la misma cosa, con una manera de inmovilidad y permanencia». Y saltando, análogamente, al plano moral, concluye: «De la misma suerte, el estado moral o espiritual no es otra cosa sino una buena disposición del hombre en orden a todas sus obras, o a muchas de ellas, con una estabilidad o permanencia, la cual nace en las cosas morales y espirituales de la obligación».
Un tercer principio de estabilidad es la ordenación al fin último, difundida y enseñada en los manuales de piedad. Previniendo el deseo de intranscendencia se previene el deseo de devenir. El movilismo, como señala Romano Amerio en Iota unum, p. 261, «conduce al inmanentismo puro, que introduce en Dios el devenir y borra además la trascendencia del fin».
3.La inestabilidad interior es uno de los grandes males de toda sociedad fundada en la nada. Tras desvincularse del Ser divino, se transfunde al no ser. Y sin virtud, sin primacía del bien común, sin intelección y preservación de los estados de vida, sin orientación al fin, la paz social se derrumba.
Por el contrario, una Ciudad bien sustentada se fundamenta sobre principios estables, enseñados de generación en generación. Su objetivo es perdurar, estar en paz consigo misma, perfeccionarse y conservarse. Su objetivo es la estabilidad.
David Mª González Cea
BIBLIOGRAFÍA
Amerio, Romano: Iota unum, 2003, Madrid, Criterio Libros.
Gambra, José Miguel: La sociedad tradicional y sus enemigos, 2019, Madrid, Escolar y Mayo Editores S. L.
Ledesma, Pedro de: Adiciones a la Segunda Parte de la Suma, 1615, Salamanca, Antonia Ramírez.
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