ADVERSUS CHRISTUS REX: La conspiración para suprimir la proclamación de la Realeza de Cristo

el judaísmo rabínico se desarrolló como una manera de preservar la identidad judía en ausencia de templo y sacrificios. Esta nueva religión se centraría ahora en el Talmud

Reproducimos para nuestros lectores un interesante artículo que Josué Luis Hernández escribió para el prestigioso The Remnant sobre la animadversión a Cristo Rey en los medios anglosionistas. El autor es un querido amigo del Círculo Juan Vázquez de Mella, cuyo nombre ya ha aparecido en estas páginas y de nuevo presentamos a los lectores. Agradecemos su traducción a Daniel Alejandro Rodríguez Guerra, del gremio de traductores San Jerónimo, del Círculo Tradicionalista Camino Real de Tejas.

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«Y decían á Pilato los pontífices de los Judíos: No escribas, Rey de los Judíos…» (Juan 19, 21).

En medio de un silencio ensordecedor frente a un número creciente de muertes que ya asciende a decenas de miles, la masacre de cristianos en Siria y la destrucción de nuestras antiguas iglesias, la preocupación más urgente en la mente de muchos parece ser la supresión de la frase «Cristo Rey».

El santo tiempo de Cuaresma ha llegado una vez más y, al encaminarnos hacia los acontecimientos dramáticos que componen la Sagrada Pasión y muerte de Nuestro Señor, los sucesores de aquellos que, hace dos mil años, en aquel primer Viernes Santo, declararon no tener otro rey que el César, están una vez más conspirando contra la Realeza de su Mesías.

En medio de un silencio ensordecedor ante un número creciente de muertes, que sigue ascendiendo a decenas de miles (de las cuales la gran mayoría son mujeres y niños inocentes), la masacre de cristianos en Siria y la destrucción de nuestras antiguas iglesias, la mayor preocupación de muchos parece ser la supresión de la frase «Cristo Rey», no sea que ofenda a aquellos que están representados por un Estado-nación actualmente inmerso en una guerra desenfrenada contra todo un pueblo. Mientras continúa sin oposición la innombrable matanza de inocentes, parece que la guerra también se ha declarado contra el Príncipe de la Paz.

El Network Contagion Research Institute (NCRI), una organización dirigida por judíos y dedicada a identificar «grupos de odio» y combatir la «desinformación» (como el escepticismo frente a la vacuna contra el covid), publicó recientemente un informe irónicamente titulado “Thy Name in Vain: How Online Extremists Hijacked ‘Christ is King” (Tu Nombre en vano: cómo los extremistas en línea secuestraron ‘Cristo Rey’), en el que se sugiere que la expresión «Cristo Rey» se ha convertido en un insulto antisemita.

Sin embargo, esto no comenzó ahora. Durante la Semana Santa del año pasado, los acontecimientos comenzaron a parecerse inquietantemente al drama sagrado representado en las liturgias de nuestras iglesias, cuando los cristianos fueron testigos de una serie repentina e histérica de ataques contra la declaración de la Realeza de Cristo, encabezados por algunas de las voces prominentes del gigante mediático conservador The Daily Wire. La indignación, sospechosamente abrupta, supuestamente se dirigía contra un uso «antisemita» de la frase en un tuit enviado un año antes por una de sus entonces colaboradoras. El incidente en cuestión había ocurrido meses atrás cuando, después de ser públicamente difamada por un colega por expresar preocupación por la guerra de Israel en Gaza, la supuesta culpable, Candace Owens —en un esfuerzo por evitar una disputa pública—, publicó un tuit en el que citaba el pasaje evangélico: Bienaventurados los pacificadores. Su intento de abordar el escándalo con tacto solo fue recibido con mayor hostilidad por parte de su colega, a lo cual Owens respondió tuiteando: Cristo Rey.

El colega, sin embargo, resultó ser Ben Shapiro, un judío ortodoxo, y la supuesta autora de la ofensa terminaría perdiendo su puesto como presentadora de un pódcast en la empresa. Como se mencionó, la preocupación respecto al uso de la frase no fue expresada sino hasta varios meses después del tuit inicial. No fue sino hasta el comienzo de la Semana Santa de 2024, luego de su despido, que comenzó la andanada de críticas.

Ahora, un año después, una campaña coordinada similar ha surgido repentinamente, aparentemente de la noche a la mañana y sin provocación evidente, justo al acercarse nuevamente la Pasión del Señor. El Network Contagion Research Institute (NCRI), dirigido por judíos y dedicado a identificar «grupos de odio» y combatir la «desinformación», volvió a reunir un equipo de investigación compuesto casi exclusivamente por judíos —con la excepción de un cristiano declarado y un agnóstico, a saber, el Dr. Jordan Peterson (un hombre que ha hecho toda una carrera hablando de Cristo mientras se niega sistemáticamente a profesar Su Divinidad y Realeza, llegando incluso a rehusar reconocer la existencia de Dios)— y publicó un informe, de nuevo, irónicamente titulado “Thy Name in Vain: How Online Extremists Hijacked ‘Christ is King”. La preocupación por el temor y la reverencia con los que deberíamos acercarnos al Santo Nombre, lamentablemente, no parece extenderse a un mundo mediático y cinematográfico dominado por sus propios compatriotas, donde el nombre de Jesús se utiliza de forma ubicua como una vulgaridad común y donde la blasfemia descarada reina sin freno.

Estamos obligados a adelantarnos al creciente impulso y gritar desde las azoteas que no debemos dañar al judío, sino amarlo. Y porque «el amor perfecto expulsa el temor», no debemos autocensurarnos ni silenciar nuestro sagrado grito de batalla, sino proclamar con fuerza, a plena luz del día, la Realeza del Crucificado.

De forma llamativamente oportuna, tan solo tres días antes de la publicación del informe del NCRI, el Catholic Information Center organizó un evento titulado Católicos y antisemitismo: Enfrentando el pasado, forjando el futuro. El evento fue organizado por The Philos Project, un frente sionista fundado por el capitalista buitre Paul Elliott Singer, quien, por supuesto, también es judío. La conferencia consistió en elogios al Estado de Israel, llamados al culto interreligioso y condenas al antisemitismo —el cual, se decía, estaba motivado por la envidia al éxito e influencia judíos (algo que, aparentemente, puede admitirse si se presenta bajo una luz exclusivamente positiva). A este coro de preocupaciones se sumaron, una vez más, personalidades de The Daily Wire —los instigadores originales de la controversia por Cristo Rey— quienes publicaron una serie de tuits largos, teatrales y acusatorios sobre el asunto.

Lo más inquietante de todo esto —especialmente respecto al evento dirigido por católicos del Philos Project— es el hecho de que el término «antisemitismo» nunca recibe una definición precisa (término curioso desde el inicio, considerando que la mayoría de los semitas son árabes). La creciente ansiedad ante la supuesta amenaza antisemita parece equiparar toda crítica al Estado de Israel, al judaísmo o a los judíos en general con odio y deseo de violencia. Esto es especialmente problemático para los católicos, ya que tenemos una larga tradición teológica que describe una enemistad entre la Iglesia y la Sinagoga —una que, cabe añadir, no es evidente que un documento ambiguo y algunas declaraciones papales tengan fuerza magisterial suficiente para suprimir.

Hay, en efecto, tanta confusión en torno al tema que no solo no hay una comprensión clara o consenso respecto al término «antisemitismo», sino que incluso la categoría misma de «judío» se ha vuelto completamente confusa para muchos. ¿Es judío quien sigue el Antiguo Pacto o simplemente quien tiene ascendencia judía? ¿Son judíos los judíos secularizados? ¿Y los conversos desde el judaísmo? ¿O los conversos al judaísmo? Y más importante aún, ¿qué decir de Nuestro Señor, Nuestra Señora, los Apóstoles y la mayoría de los cristianos del siglo I? ¿Qué es un judío? (¿Tal vez un buen título para un nuevo documental?).

Si miramos el Nuevo Testamento, ya comenzamos a ver que la categoría de «judío» se aplica de forma distinta a ese grupo particular que rechazó al Mesías. Aunque el término no es totalmente unívoco en su uso a lo largo de los Evangelios y las Epístolas, lo que queda claro es que la venida de Cristo creó un cisma dentro del judaísmo del primer siglo que llevó a que un grupo fuera llamado cristiano —es decir, aquellos que aceptaron a Jesús de Nazaret como el Mesías prometido— y otro grupo llamado judío —compuesto por quienes lo rechazaron. Este cisma culminó en el año 70 d.C. con la destrucción del templo judío y, con ello, el fin de la religión del Antiguo Pacto. A partir de entonces, el judaísmo rabínico se desarrolló como una manera de preservar la identidad judía en ausencia de templo y sacrificios. Esta nueva religión se centraría ahora en el Talmud, junto con una lectura anticristiana del Antiguo Testamento que se basaba en ese mismo Talmud para su interpretación.

Existe un peligro real en que voces seculares se apropien de la tradición Adversus Judaeos —como vimos suceder en el siglo pasado— si seguimos ignorando la creciente ola de agravios respecto a ofensas flagrantes como el genocidio en curso del pueblo palestino o el control israelí sobre nuestro gobierno y su política exterior.

Entonces, ¿qué es un judío? No cabe duda de que hoy existen muchos individuos seculares, no practicantes y no creyentes, de ascendencia judía, que aún se consideran judíos —y, añadiría, otros dentro de la comunidad también los reconocen como tales. Al mismo tiempo, encontramos otros que, sin compartir ascendencia judía alguna, se convierten al judaísmo y, nuevamente, son reconocidos como judíos. ¿Cuál es, entonces, el común denominador entre estos dos grupos? No debería ser controvertido reconocer que lo que los une es que cada uno se identifica y solidariza con aquel grupo original, ese cuerpo colectivo que en el Viernes Santo rechazó explícitamente a Cristo y clamó por Su Crucifixión. Porque si se identificaran con el otro grupo de la historia, simplemente serían llamados cristianos. El judío puede afirmar que cree y abraza el Antiguo Testamento, pero también nosotros como cristianos. Puede insistir en que adora al Dios de Abraham, como sabemos que nosotros verdaderamente hacemos. Incluso puede alegar descendencia directa del pueblo hebreo original, como lo hicieron la mayoría de los miembros de la Iglesia naciente (Para subrayar aún más la poca relevancia de la genealogía en la identidad judía, estudios genéticos recientes han revelado que la mayoría de los palestinos son, de hecho, descendientes de judíos. Algo que incluso los primeros líderes sionistas sabían y reconocían). Lo que distingue al judío y le da su carácter identificador no son estos reclamos, sino su rechazo explícito de Jesús como el Cristo. Esto, y nada menos, es lo que se encuentra en el núcleo de la identidad judía. Todo lo demás gira en torno a esta única verdad: el rechazo de la Verdad misma. Es decir, el rechazo del Logos Encarnado.

La pregunta que ahora debemos hacernos es si reconocer esto y adherirse a la tradición de dos mil años de la Iglesia sobre este asunto convierte ahora a uno en antisemita, lo cual, sea cual sea el significado real del nebuloso término, claramente conlleva cada vez más consecuencias sociales y legales para quienes sean etiquetados como tal. Igualmente preocupante es la falta de disposición de parte de nuestros hermanos católicos —ni qué decir de la jerarquía— para entablar un debate abierto y honesto sobre este tema. Quienes adopten esta postura descubrirán, para su disgusto, que esta negativa no hará sino acelerar la llegada de los mismos males que su silencio espera evitar. Existe un peligro real de que las voces seculares se apropien de la tradición Adversus Judaeos —como vimos suceder el siglo pasado— y si continuamos ignorando la creciente ola de agravios respecto a ofensas flagrantes como el genocidio en curso del pueblo palestino o el control israelí sobre nuestro gobierno y su política exterior, no cabe duda de que presenciaremos pronto otra reacción ideológica que, una vez más, conducirá a un desastre sin paliativos.

Por tanto, estamos obligados, al menos, a adelantarnos al creciente impulso y gritar desde las azoteas que no debemos dañar al judío, sino amarlo —aunque sea solo por la razón de que debemos amar a nuestro enemigo. Y por esa misma razón, porque el amor perfecto expulsa el temor, no debemos autocensurarnos, ni silenciar nuestro sagrado grito de batalla, ni ocultar nuestra lealtad tras puertas cerradas por miedo a los judíos, sino proclamar con fuerza, a plena luz del día, la Realeza del Crucificado.

¡Viva Cristo Rey!

Josué Luis Hernández es escritor independiente y ha publicado ensayos en The European Conservative, OnePeterFive y La Esperanza. Es fundador de The Pascua Project, una iniciativa que busca integrar el Nuevo Urbanismo, el Agrarismo, el Distributismo, las Artes Liberales, el Enraizamiento Histórico y el Año Litúrgico para reconstruir una vida y cultura católica auténticamente tradicional. Vive en Miami con su esposa e hijos.

Traducido al español por Daniel Alejandro Rodríguez Guerra

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