
Texto de Rafael Gambra publicado el día 20 de abril de 1985 en la revista «Siempre P’alante».
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Viernes Santo de 1985. Recorro a pie el trayecto que media entre la Puerta de Alcalá y la del Sol. Ya no se ven mujeres con mantillas ni colas en los templos para visitar los monumentos. Tampoco está cerrada esta zona al tráfico rodado, como acontecía antaño. Los guardias que custodian el Banco de España no llevan ya el fusil a la funerala, y las emisoras no guardan silencio, sino que tocan música de baile. Nada visible recuerda ya la muerte de Cristo. Los oficios de Viernes Santo, otrora rebosantes, registran apenas un tercio de entrada. Es uno más de los «frutos del Concilio».
Sin embargo, cierto impalpable ambiente de dolor religioso trasciende todavía la calle y se trasluce en el ambiente. La calle es del pueblo, y el pueblo «tiene su corazoncito». No en balde la totalidad de las esquelas mortuorias siguen precedidas por la Cruz, las de los católicos practicantes, las de los tibios, las de los simplemente bautizados. Sólo las que pone el Partido Socialista y el Gobierno aparecen sin Cruz (¡extraño plebiscito!).
Observo las banderas que ondean en los grandes edificios públicos. Hasta hace bien poco tiempo aparecían todas en este día a media asta, en luto por la muerte de nuestro Redentor. España era un país cristiano, católico. Hoy, las banderas de los centros oficiales (Correos el Banco de España, el Ministerio de Educación) ondean en su posición normal, sin signo de luto. Las del Ejército en cambio (Ministerio de la Guerra, Ministerio de Marina) aparecen todavía a media asta (¿no estará aún suficientemente democratizado el Ejército?). También a media asta las de los bancos privados ¿Por qué habrían de izarse a media asta las de un Estado laico y «pluralista»? Habría que hacer lo mismo el día de la muerte de Mahoma, de Confucio, etc., y esto resultaría complicado. España ha dejado de ser (oficialmente) católica, y está en camino apresurado de dejar de serlo socialmente. Es la democracia, que hoy festejan incluso los obispos postconciliares.
Sentí dolor por la bandera de España, ultrajada ahora con el nombre de «bandera constitucional» Y obligada hoy a hacer figura de apostasía. Para estos fines, los ateos de la República tuvieron la delicadeza de sustituirla por otra, por una bandera espuria con una franja morada, como luto permanente por el alma de España: esa no ondeó nunca a media asta por luto religioso.
Pero la bandera de España, nuestra bandera, lloró el Vienes Santo por no llorar la muerte de Cristo.
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