Modos de (des)hacer historia (II)

«La historia como desvío o del infame can que orinó los papeles»

Pero no ha de creerse que la historia unilateral es ligera; muy por el contrario, es una historia con exceso de historias, porque lo colateral se vuelve principal y lo anecdótico suele convertirse en el argumento. Abunda de parásitos, es parasitaria de muchas otras miradas. Su destino es volverse obesa.

La denominada «micro historia» o «historia micro» es buen ejemplar de lo dicho: como si se tratara de una novela o de un film, aspectos secundarios y rasgos pasajeros se presentan cual actores de rol principal, al igual que cuando -en la investigación de un crimen- lo que más importa es el dolor de cabeza del detective; o cuando —en la descripción de una guerra— el inventariador se detiene en verificar el color de los caballos o los tanques. Eso pasa también en la historia unilateral de corte psicológico o psicologista: al examinar, por caso, las ideas de un autor cualquiera suele detenerse en retratar su vida matrimonial, su gusto por la cetrería o su pasión por el opio.

Es la historia unilateral gobernada por el principio de lo anecdótico, lo secundario, lo accesorio, lo parasitario; sí, pero en tanto que constitutivo o explicativo de la verdad histórica que se busca. Al fin de cuentas, lo parasitario es esa verdad misma, que se expone a consecuencia de lo parasitario. A esta manera de hacer historia la llamo: «el desvío», el explicar la verdad por «el sujeto» y no por el objeto o tema.

El desvío, muchas veces aduciendo resortes psicológicos, se escabulle de la verdad o la materia, y reenvía a argumentos ocasionales que explicarían lo que se quiere explicar. Por caso: Rousseau no habla bien de la familia porque abandonó a sus hijos, que no soportaba; Voltaire es católico y salvó el alma porque murió confeso; Donoso Cortés fue un tradicionalista recortado porque no fue carlista; la sequedad del razonamiento de Kant le viene de estar constipado; Platón habla libremente del amor porque era homosexual; etc.

Lo que quiero decir es que no siempre se trata del «infame can que orinó los papeles». Lo importante es que el asesino es ciego, no que use calcetines de distinto color. Es accesorio el que Rousseau no haya fundado una familia estable porque vivía de mudanza en mudanza.

El fondo, lo que podríamos denominar la verdad primera de «la historia como desvío» es el gusto arbitrario del historiador que, en estos tiempos, tiende a inclinarse por lo más perverso, lo más incómodo, lo más antipático. Olvidan estos historiadores que el medidor unas veces es una rasero y otras se asemeja a un colador; que ese medidor no depende del historiador o contador de historias sino «de las cosas tal como son». Que, por ejemplo, a la hora de explicar la contrarrevolución es indiferente —hasta cierto punto— que Joseph de Maistre se califique de confesor o de hereje, por aquello de que «el que esté libre de pecado» …

Hay que combatir contra «la historia como desvío» que falsifica la historia, porque atiende prioritariamente a la historia del profeta y no a su profecía; a su vida personal antes de aquello que él revela.

Juan Fernando Segovia

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