Acerca de unos modos de (des)hacer historia (y IV)

Hacer buena historia

Pocas veces se hace buena historia; mejor dicho: hay todavía buenas historias. Son buenas las que huyen de la mono causalidad interesada, las que rechazan una multicausalidad indiscriminada, las que evitan quedar atrapadas en el causalismo accidental de «lo contingente ahistórico que quiebra el curso de la historia».

La «Historia unilateral» por ideologizada y sectaria, simplemente simplificadora, es la que ha abundado desde el siglo XIX hasta nuestros días en diversas versiones: la materialista de Carlos Marx; la sociológica de un Max Weber, acerca del papel del protestantismo en el capitalismo; el destino republicano de la Argentina truncado por una pandilla de «descamisados», que nutre la pobre filosofía de la historia de don Tulio Halperín Donghi. Dos muestras actuales: las historias escritas en clave indigenista y las escritas en términos feministas: aquélla porque aduce la bondad de los pueblos oprimidos solamente por ser «originarios», ésta por su afán de libertar a las mujeres del sojuzgamiento machista. Es la historia más fácil pues le basta una dosis tolerable de maniqueísmo para volverse creíble.

La «Historia como desvío» es la que se escribe en base a minucias, amputando o destrozando su tema: las librerías están abarrotadas de esas historias micro (familias, empresarios, individuos, etc.) Pero igualmente pienso en sus variaciones serias, científicas. Por caso, la historia de una ilustración radical a la que se enfrenta otra conservadora (el leit motiv de un Jonathan Israel); la historia de una libertad liberal que oculta otra mejor, la libertad republicana (que motiva la obra copiosa de Quentin Skinner); también se me viene al magín la teoría del peronismo responsable de la decadencia argentina (otra vez Tulio Halperín Donghi); o la neurosis de los hombres célebres de la Argentina, de un José María Ramos Mejía, proseguida por José Ingenieros y Ernesto Celesia en un Rosas.

La «Historia como dispersión», aquella que adolece de jerarquía de causas y factores, es la historia escrita por los periodistas metidos a historiadores (Jorge Lanata o Carlos Pagni) y los historiadores metidos a periodistas. Historia de pasteleros, para simplificar. De la que estamos hasta la coronilla. Una muestra: la historia de la tolerancia religiosa devenida libertad de la religión, cultivada por los liberales, una bella historia whig, como la del inglés W. K. Jordan o la del francés Joseph Lecler. O las pretendidas «historias de los derechos humanos», tan abundantes hoy, elaboradas sobre la ficción del avance progresivo hacia la liberación humana.

Las que deberían ser una «seudo historia» escrita por principiantes, se han convertido en un relato académico, consentido y aplaudido por los graves jueces de la cientificidad. Hasta son financiadas por los organismos del Estado. No se entienda que estoy dando un voto a la historia «profesional», la historia de los historiadores universitarios, una historia académica. Llamo a la seriedad y la humildad del historiador y no más.

Como no pretendo pontificar ni enseñar a nadie cómo hacer historia, lo que me propongo es enmendar, corregir, aconsejar, para hacer buena historia. Porque a la historia unilateral le falta la «consideración», es decir, la ponderación, el saber sopesar sin ideologizar. La historia accidental, que toma el desvío, carece de «piedad», que es tanto como el amor al objeto de estudio. Y a la historia dispersa y relativista, «pavota», la acusamos de no mirar y no ver, por faltarle los principios de los que asirse, que es tanto como la «ceguera».

Descartados estos tres estilos, vanidosos e imperialistas, me parece que podemos proponer una historia mejor. Una historia que sea multicausal por atenta a todo lo que fluye de lo humano, e influye sobre él; una historia que vaya a lo esencial (muchas historias micro no hacen la historia macro), es decir, que sepa distinguir y trate su objeto con el respeto debido, que priorice el objeto por sobre los afectos del sujeto; y además una historia que se reconcentre en lo fundamental y elevado sin dejar de tener en cuenta lo accidental y contingente, una historia más filosófica, si se quiere, jerárquica, y menos factualista, cosista, materialista.

Juan Fernando Segovia

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