Antonio Aparisi y Guijarro (I)

Las potencias intelectuales del joven Aparisi, que venían poniéndose en acto desde su niñez, comenzaban a ahormarse en su etapa juvenil

Las fecundas tierras valencianas, levantinas y levantiscas, nos obsequiaron en la sazón decimonónica con un personaje sin igual, modelo de ejemplaridad cristiana. No importa en qué rincón de su vida escrutemos [1]: si en su vida personal, vemos brillar con especial intensidad la caridad y la humildad; si en su vida profesional, la dedicación apasionada y triunfante; si en su vida política, un compromiso perseverante, abnegado y sin fisuras; si en su vida intelectual, una finura deliciosa.

El 29 de marzo de 2025 celebramos el 210º aniversario de su nacimiento en la capital de Valencia, ocurrido en la llamada antaño calle del Horno del Vidrio que hogaño lleva su nombre (no sabemos si por pasar desapercibida dada su angostura, o por mera ignorancia de los jenízaros de la democracia).

Su padre, Francisco de Paula Aparisi y Satorre, oficial mayor de la Contaduría de Ejército y comisario de Guerra honorario, casó en Villafranqueza, el 20 de agosto de 1800, con María Francisca Tomasa Rita Josefa Guijarro y Ripoll. Antonio fue el segundo de siete hermanos, cinco varones y dos mujeres. Su padre fue caritativo hasta la prodigalidad; y su madre, heroica y abnegada en el cuidado de su familia.

La enfermedad de la gota hizo estragos en el cuerpo del padre, quien sucumbió a ella en 1829, dejando a su viuda «diez reales de viudedad, corta hacienda, largas deudas, la responsabilidad de la finanza y siete hijos por añadidura». Desde ese momento la viuda Guijarro dio sobradas muestras de gran desempeño como madre cristiana.

Tonico —así le llamaban familiarmente— asistió a las Escuelas Pías en su niñez. Los religiosos no conseguían que aprendiera ni ciencia ni gramática latina, todo hacía prever que iba a ser un inepto, pero inopinadamente la situación cambió y Aparisi desarrolló un sentimiento artístico y poético que ya nunca le abandonó.

Antonio quedó enamorado de una niña de su barrio que con el tiempo se convertiría en su mujer tras muchas correrías y andanzas propias de un ingenioso hidalgo. Éste no fue un acontecimiento menor, puesto que con ello quedó inaugurada su faceta artística y literaria mediante la composición de poemas a su amada «Delia», que exaltaban las más altas virtudes. Vemos por ejemplo en su composición de niñez titulada El Ángel de mis sueños, estos candorosos versos: «Del Guadalaviar florido / por la margen deliciosa, / el cabello entretejido / de jazmín, azahar y rosa, / vagaba Delia graciosa.»

Pero la vida no iba a ser fácil para Aparisi, pues la enfermedad hizo presencia para ya no apartarse de él. Comenzó con una tos pertinaz que venía aparatosamente acompañada de vómitos de sangre. El médico, conocedor de que a dos de sus hermanos la tisis les había arrebatado la vida y, viendo la consunción del niño y la palidez de su rostro, decidió sacarlo del ambiente de la capital.

En esta tesitura, entra en escena Rafael Belda, prisionero del francés en Zaragoza y Valencia, quien tras su cautiverio fue acogido en la casa familiar, entablando una íntima amistad con el padre de Aparisi. Este acontecimiento, da buena prueba tanto de la caridad de don Francisco como del ethos del pueblo español, ya que ésta era una práctica común multisecular.

En virtud de esta amistad, Rafael Belda, «hombre de extensa instrucción», se hizo cargo del niño y lo llevó a Mogente. Allí formó el corazón y dirigió el espíritu de Aparisi. Con él aprendió a contener sus deseos, a someter su voluntad y a templar su carácter, que, unido a su poderío físico, podrían haberlo convertido en un hombre violento y en una inteligencia despreciadora del recto pensamiento. La ayuda del teniente fue, pues, inestimable para embridar el desarrollo vital de Tonico.

La estancia en Mogente fue buena para la salud del niño, y de vuelta a la capital sus estudios juveniles abarcaron la legislación, la historia, la filosofía, la literatura y la moral. Extractaba autores selectos añadiéndoles comentarios, escribía jurisprudencia y también se atrevió con la traducción en verso de Virgilio, Camoens y Milton. En tiernos idilios poéticos ensalzaba la belleza de la Biblia, componía dramas, tragedias, novelas, estudios históricos e incluso en su picaresca juvenil se atrevió a burlarse de Marcial y Juvenal por las ridiculeces y vicios sociales.

Nos es dable destacar un epigrama intencionado contra los eclesiásticos «amigos del siglo y partidarios de la nueva “civilización”, una especie de consorcio entre el orden y la libertad, que hacía 40 años que se buscaba y que no se encontraba». Dice así:

«Un cura liberal, breviario en mano, / fuese al infierno alborotando al mundo. / No te asombres, ¡oh, pueblo soberano! / Que, en esta desdichada criatura, / o sobra el liberal o sobra el cura».

Vemos, pues, cómo las potencias intelectuales del joven Aparisi, que venían poniéndose en acto desde su niñez, comenzaban a ahormarse en su etapa juvenil.

Santiago Ruiz, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia)

[1] Para preparar esta síntesis biográfica (repartida en tres entregas) nos hemos servido fundamentalmente de dos fuentes: en primer lugar, la reseña biográfica escrita por el Prof. Miguel Ayuso para el portal «Historia Hispánica» de la Real Academia de la Historia. En segundo lugar, los extensos apuntes que estampó su amigo León Galindo de Vera en el primer tomo (1873, Imprenta de La Regeneración) de las Obras de Aparisi compiladas en 5 volúmenes.

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