
Había formado sociedad con su íntimo amigo Joaquín Quibus, quien administraba mientras Aparisi pleiteaba. Con los años esta asociación dio sus frutos y lograron reunir la nada despreciable cantidad de 6000 duros, capital que decidieron invertir en la compra de un molino en los montes cercanos a Valencia. Pero de nuevo la desgracia golpeó la vida de Aparisi, puesto que poco después de un año de esta adquisición una riada se llevó por delante el molino y anegó las tierras. Cuando preguntaron a Aparisi por el desánimo que le había provocado la pérdida, sencillamente contestó: «Alabado sea Dios, está visto que no nos quiere como propietarios». Y tenía motivos para el consuelo, porque uno de sus vecinos del molino, que poseía una gran aparcería y era el más rico del pueblo, había perdido en la riada a su mujer, sus nietos y su fortuna. No se entristecía por la pérdida material del molino porque sabía que otros habían perdido hasta la vida.
En 1834 el cólera afligió a Valencia tras 20 años de tregua. Ocurrió entonces un suceso que prueba las misteriosas relaciones entre el mundo material y espiritual en el seno de esta familia cristiana. Carlos, hermano de Antonio, enfermó. La madre, a la que habían trasladado a Teulada, soñó con su hijo Carlos que le decía: «Madre, vístase usted de luto, busque usted los pañuelos negros». Al mismo tiempo, en su casa del Grao de Valencia, Antonio era preso de una pesadilla en la que oía el rodar de un carruaje que se paraba en la puerta de su casa y le entregaba una carta con noticia de la muerte de su hermano. Al punto, se despierta y escucha tres aldabonazos en la puerta, efectivamente se cumplía en la vida real lo que había soñado. Antonio exclamó: «¡Dichoso, dichoso!» Tanto como le conmovían las penas de los vivos, envidiaba a los que morían en el Señor, término de todo parecer, comienzo inacabable de todo gozo.
Entre 1843 y 1844 comienza su primera campaña política en el periódico La Restauración, de línea balmesiana, cuya tesis principal era el principio cristiano de España como elemento de su nacionalidad. Diez años más tarde asume la dirección de El Pensamiento de Valencia: en él escribían carlistas e isabelinos, absolutistas, moderados, algún progresista y republicanos incipientes. El propósito del periódico no era otro que derribar el sistema parlamentario, pero el gobernador Joaquín Escario les puso tantas trabas y multas que tuvieron que disolver el proyecto. También escribió Aparisi en La Esperanza, que hoy, refundada, aúna las voces de la Comunión Tradicionalista, en continuidad con nuestros excelsos maestros y en la que me siento humildemente honrado de participar.
En 1857 entró en política a su pesar, porque odiaba figurar, pero la llamada del deber lo convertirá en una suerte de «político a la fuerza» y un año más tarde fue elegido diputado en Cortes, con lo que trasladó su residencia a Madrid. Al principio de sus tareas parlamentarias, la Cámara le era desfavorable, pero acabó siendo aplaudido y admirado en la misma. La influencia de sus discursos fue tal, que los monárquicos principiaron a tener un pensamiento común en política y a aunar esfuerzos. Sin previo acuerdo se le reconoció como jefe, y sus palabras fueron la regla de conducta de cuantos se preciaban con el nombre de defensores de la monarquía tradicional. «Expone —según Miguel Ayuso— sus doctrinas de siempre, cada vez más perfiladas: Religión, Monarquía asistida por Consejos, Cortes auténticamente representativas y fuerismo. Y, aunque enemigo de todo despotismo, “cristiano viejo” y defensor de los pobres, escucha los dicterios de “absolutista”, “neocatólico” y “demagogo”».
Percibe con gran agudeza el fiasco del régimen liberal: «Los partidos medios se van, todo esto se va». Y auguraba a Isabel la ruina de su infortunado ensayo liberal con palabras de Shakespeare: «Adiós, mujer de York, reina de los tristes destinos», dijo en julio de 1865.
Sigue Miguel Ayuso: «Tras la “gloriosa” revolución septembrina de 1868 saldrá, otra vez, de su retiro. Y ahora, completado por la Revolución su ciclo, también él perfecciona el de la tradición. Llega así al carlismo, donde desempeñará funciones importantes en la corte del duque de Madrid, Carlos VII, quien le llama a Francia en enero de 1869 con motivo de unas negociaciones sobre la fusión dinástica, que a la postre se frustran, por las condiciones que exigía el bando isabelino. Pero que le permiten frecuentar al caudillo carlista y a su virtuosa esposa, Margarita de Parma, con quienes entabla profunda amistad».
De este encuentro, merece la pena destacar el profundo cariño de Aparisi por el valenciano. Llamaba a Doña Margarita filla meua y ésta con donaire femenil le contestaba en valenciano, apellidándole son pare. Podemos comprobar con esto que en pleno siglo XIX, ya Aparisi hacía un uso mixto natural de valenciano y castellano, lejos de la discordia social que las ideologías han sembrado, a partir de una inmensa riqueza cultural de los pueblos españoles.
Desde Francia viaja a Roma y el Papa Pío IX le concede audiencia privada. También en Roma conferenció largamente con los obispos españoles. De vuelta acude a Vevey, en Suiza, donde participa en la gran reunión de la comunión legitimista. Así, el Aparisi maduro, explica también Miguel Ayuso, es «tradicionalista integral y, por lo mismo, carlista. Pues el legitimismo, adquirida la convicción a través del razonamiento jurídico del derecho que asistía a don Carlos en el pleito dinástico, vino a converger con su natural tradicionalismo, reforzado por la consideración de los efectos destructivos del régimen liberal. Así, de las personalidades relevantes en la Causa durante los últimos años sesenta y primeros de los setenta del siglo XIX, quizá ninguno le alcance a Aparisi en importancia».
Finalizamos esta breve semblanza transcribiendo parte de lo que dejó indicado en su testamento, que muestra a las claras su piedad y humildad hasta el final, y por qué han sido tantos los que han destacado dichas virtudes: indicó que su cadáver fuese vestido con la peor ropa y con el escapulario de la Virgen del Carmen y que, de cuerpo presente, se dijeran siete misas rezadas.
Santiago Ruiz, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia)
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