
El liberalismo tiene como eje una concepción ontológica y epistemológica (ser y método) individualista, de lo que se pueden extraer cuatro consecuencias principales:
Uno. El individuo tiene como finalidad el propio beneficio o egoísmo. Por lo que todas las cosas están transitas por la finalidad egoísta.
Dos. Por lo tanto, el individuo se mide con los demás individuos. Es el concepto social de conflicto continuo de egoísmos o guerra perpetua: vencen y sobreviven los más adaptados o inteligentes, el más inteligente, el de mayores o mejores recursos (mentales, intelectuales, manipulativos, económicos, o bien por osadía-insolencia que llaman iniciativa…). Es decir, Darwinismo antropológico y social. Justificador del liberalismo y sus imperios decimonónicos de devastación y vandalismo.
Tres. Por lo tanto, todo (las cosas materiales) es pensado y obrado individualmente en el plano —que no orden— de lo material, eliminando lo espiritual. Los aspectos espirituales quedan siempre reducidos —ya por la fuerza o voluntariamente— al interior mental y sentimental individual.
Cuatro. Si todo está transito por la conciencia individual, entonces no existe el ético objetivo. Luego, el bien común no puede existir y se le llama interés general (que en realidad es particular).
Partiendo de estos fundamentos liberales del individuo, podemos observar algunos ejes en los cuales el liberalismo fundamenta la sociedad, especialmente dos: caos y falso bien común. «Caos ab ordo» es divisa de la masonería, centrada en la libertad para cualquier cosa que se desee y sienta. Por lo tanto, aunque el liberalismo nos habla de bien común éste no existiría porque todo sería subjetivismo, lo que es negación del ético objetivo, los Universales.
En consecuencia. De resultas de esta cosmovisión, así son los códigos legales (ley positiva) que tienen como características principales: la falta de principios (aunque el liberalismo se llene la boca con dicho término), la parcialidad, arbitrariedad e inseguridad jurídica. De tal manera, todo depende de cómo el gobernante (también los jueces, fiscales, e incluso mandos policiales) de turno o sus grupos vean las cosas e interpreten las leyes.
Toda esta cosmovisión aquí esquematizada genera una persona, una comunidad, una sociedad, unas instituciones pervertidas donde sólo existen intereses particulares.
Esto tiene efectos directos sobre la mentalidad delicuencial y los códigos legales. Por ejemplo en la variable relación entre delito —tipificación jurídica— acción policial y judicial; haciendo que se pueda esperar cualquier cosa dependiendo de: quién, el qué, el por qué, el para qué. Y así se aplicarán o se soslayarán las leyes o se reformarán los códigos.
Como explicaba el liberal Edwin Sutherland en sus Principios de criminología, en el sistema liberal lo imposible es posible y lo absurdo es razonable y aceptable.
Algunas consecuencias de todas estas disfunciones, son:
- a) el hartazgo y desmoralización de las personas (policía) dedicadas a la persecución del delito y del delincuente;
- b) que el ciudadano ya no denuncie, callando y sobrellevando la situación vivida. Sabe que la relación denuncia-tiempo-resultados no compensa (ya que el facineroso no va a ser detenido o acabara de nuevo en la calle);
- c) que el ciudadano está más dispuesto a tomarse la justicia por su mano: legítima defensa. Pero conforme esta idea va calando en la sociedad, las leyes y los jueces son cada vez más coercitivos con los actos de legítima defensa.
A estos puntos se añaden aspectos como: a) la continua educación social en la violencia; b) la exclusión de la propia responsabilidad que es traspasada a toda la sociedad; c) se niega la ilicitud de los actos (aunque estos sean ilegales según la legislación); d) se denigra a las personas respetuosas con las leyes; e) se desprecian los daños y a la víctima (que es convertida en culpable); f) se ataca y se cuestiona políticamente a las instancias de control y autoridad (como la policía y los jueces).
En la sociedad tradicional, toda esta situación era imposible porque todos los órganos naturales e instituciones estaban atravesados por el sentido de lo sagrado, que tiene como fin la salvación de todos. Esto es, el bien común. Y los dos órganos fundamento eran la familia y la Iglesia. No es casualidad que los primeros objetivos a destruir, que tuvo el liberalismo, fuesen la Familia y la Iglesia.
Los organismos o corporaciones naturales estaban —en su forma de organización y en sus códigos y funcionamiento— tránsitos por la idea de familia.
Las familias, insertas en la parroquia, eran encargadas de organizar, ordenar y regular la comunidad política. Todo quedaba inserto en esta armadura la cual era fuente de la solidaridades, acogimientos y cohesión (familiar, económica, laboral…).
Las corporaciones naturales eran elementos de orden, de contención de inclinaciones y actos, de reeducación; posibilitando a las personas mantenerse o reincorporarse al «buen camino». Y la base y fundamento era la familia inserta en la parroquia, siendo el primer núcleo de vida corporativa.
Respecto a la Iglesia —a través de la parroquia— tenía los recursos apropiados para poder desarrollar instituciones sociales para acoger y recuperar a las personas caídas en el mundo de la marginalidad y la delincuencia y restablecer el orden familiar (huérfanos, ancianos, tullidos, viudas, hospitales, escuelas de oficios, albergues…).
Estamos ante una red global de vinculaciones que daba a las personas estabilidad psicológica, emocional, laboral, protección y seguridades. Por lo tanto, en la concepción del orden social tradicional no se trataba del individuo solo y abandonado, como en el liberalismo, sino que la persona y cualquier acto quedaba circunscrito e implicaba a todo el orden familiar y parroquial (comunal). Así, una persona podía construir su vida y una familia con certezas, confianza y seguridad de llegar a tener éxito y prosperar. Y el prosperar no era cuestión individual (como en el liberalismo) sino que se prosperaba en comunidad: toda la familia, todo el taller, todo el gremio.
Todo este armazón reducía a mínimos las conductas antisociales y el mundo de la marginalidad y de la delincuencia. Descendiendo a los datos concretos, simplemente situándonos en 1800, cuando la sociedad tradicional ya ha venido sufriendo fuertes ataques del liberalismo, tenemos que, por poner dos ejemplos: en Madrid, con 200.000 habitantes, tenemos tasas de delito sobre los 250 casos al año; mientras que en Valencia, con unos 90.000 habitantes, estaría en unos 100 casos al año. Además, en este contexto tradicional, se mantenía un espacio delicuencial contenido: en Sevilla, alrededor de la Plaza de los Naranjos; en Toledo, sobre la Plaza de Zocodover; en Madrid, entorno a la Puerta del Sol; en Valladolid, la Puerta del Campo.
El liberalismo fue rompiendo con todo esto haciendo una labor sistemática —nada improvisada— de destrucción de las bases que sustentaban el orden, la armonía y bienestar social. La resultante es la situación de caos actual, que sólo puede empeorar porque las bases —familia y parroquia junto a los demás órganos naturales como los gremios— están destruidos. Y, además, dentro del sistema de democracia liberal no hay ningún partido (ni puede haberlo) que proponga la restauración de tal orden orgánico corporativo tradicional.
Sin embargo, desde algún pseudo–tradicionalismo hay quienes insisten (en contra de toda realidad constatada durante más de 50 años, mínimo) en supuestas vías posibilistas de colaboración con el régimen liberal. A esto, personalmente lo considero una falsa salida política que sólo lleva a la desmovilización y paulatino aplanamiento político del Tradicionalismo para acabar en su licuación y disolución, tanto en el orden ontológico como epistemológico. La solución a éste y demás problemas sociales, económicos, culturales o políticos no es otra que trabajar para cambiar la mentalidad social liberal; difundiendo lo que ha sido y sigue siendo la Tradición y su cosmovisión de vida fundamentada en Dios y en la Patria (el patrimonio espiritual, carnal y terrenal).
Dr. Antonio R. Peña, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau
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