
Reproducimos el artículo de Carmelo López-Arias que el pasado 4 de mayo ha publicado Religión en Libertad. Incluye sendas reseñas de «El dogma de la Realeza de Cristo», de Juan Fernando Segovia y «Cristo Rey. Teología, filosofía y política en el centenario de la encíclica «Quas Primas»», de Miguel Ayuso.
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El 11 de diciembre de 2025 se cumplirán cien años de la de la encíclica Quas Primas de Pío XI sobre la fiesta y afirmación de Cristo Rey.
La doctrina católica sobre la Realeza de Cristo ha corrido desde el principio el riesgo de desnaturalizarse, sometida a una doble pinza:
- el desleimiento conceptual, reduciendo el reinado de Cristo exclusivamente al ámbito espiritual y acotándolo a los corazones de los fieles; y
- el boicot práctico, bautizándose como política cristiana la renuncia al reconocimiento público de dicha realeza y a su traducción eficaz en instituciones y leyes.
Dos libros recientes ofrecen buenos argumentos contra esa desnaturalización.
Entre la tradición y la apostasía
El primero, El dogma de la Realeza de Cristo (Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, Colección De Regno), se debe al argentino Juan Fernando Segovia, doctor en Derecho y en Historia, investigador del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), profesor durante más de cuarenta años en las universidades de Cuyo y Mendoza y autor de numerosas obras de pensamiento político.
- Juan Fernando Segovia, El dogma de la Realeza de Cristo.
El subtítulo de esta obra, «entre la tradición y la apostasía», apunta a las consecuencias más graves de la mencionada acomodación de la doctrina de Cristo Rey a parámetros tolerables por la modernidad. Acomodación imposible, porque tanto el origen histórico de la modernidad (la Revolución Francesa) como su núcleo teórico (la indiferencia religiosa del poder) suponen el destronamiento de Cristo… y no de un trono teórico, sino del trono real que ocupaba bajo el llamado «régimen de Cristiandad». Un trono que era defectuoso, sí: pero era defectuoso justo por ser real.
Aunque fuese «inconsciente o involuntaria», apunta Segovia, la aversión explícita a la Realeza de Cristo es una apostasía, y su aversión implícita, por dilución en las aguas individualistas, comunitaristas o incluso apocalípticas (que remiten ese reinado al fin de los tiempos), roza ese mismo carácter.
¿Por qué? Porque, como afirma Quas Primas, la «soberanía de Cristo sobre todos los pueblos» se apoya «como en su propio fundamento» en «la consubstancialidad del Verbo Encarnado con el Padre» (n. 29), con lo cual es imposible negar aquélla sin, de algún modo, negar ésta.
De hecho, Pío XI vincula su afirmación de Cristo Rey con el Concilio de Nicea, cuyo decimoséptimo centenario se celebra también este año.
Ahora bien, ¿por qué esa realeza, que existe, tolera no ser reconocida? Porque Dios, explica Segovia según la doctrina clásica de Santo Tomás de Aquino, obra por medio de causas segundas (los hombres y sus instituciones), que actúan con libertad física, pero no moral. Dios las deja actuar en el sentido de que no castiga en este mundo su desobediencia, pero eso no las exime de:
- reconocer a Cristo no solo «como redentor en quien confiar» sino «como legislador a quien obedecer» (según afirma la encíclica citando al Concilio de Trento);
- tributarle «culto público», que es el argumento central de Pío XI: «La celebración de esta fiesta enseñará a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes».
Teología, filosofía y política
Segovia es también autor de una de las contribuciones a la segunda novedad aludida al principio sobre la encíclica de 1925: Cristo Rey. Teología, filosofía y política ante el centenario de la encíclica ‘Quas Primas’ (Dykinson, colección Res Publica), un volumen colectivo dirigido por Miguel Ayuso, catedrático de Derecho Constitucional en la Pontificia Universidad Comillas de Madrid.
Son nueve trabajos de sendos juristas y filósofos (de España, Argentina, Chile, Italia, Francia, Estados Unidos) que coinciden en que es un error ‘reducir’ la doctrina de Cristo Rey a una etapa histórica, o a la promesa de la Parusía, o a una mera expresión de fe.
Es eso, pero mucho más: esa doctrina fue proclamada ante la cercanía de la muerte (¡Viva Cristo Rey!) por combatientes y mártires en la Cristiada mexicana o en la guerra civil española, no como una piadosa jaculatoria sino como una afirmación política que sintetiza la doctrina social de la Iglesia porque se refiere al bien común.
- Miguel Ayuso (ed.), ‘Cristo Rey. Teología, filosofía y política ante el centenario de la encíclica «Quas Primas»‘.
Que sea una ‘afirmación política’ no la tiñe de mundanidad, al contrario: solamente inserta el ejercicio del poder en la finalidad última propia de toda realidad mundana, que es ayudar al hombre a cumplir el fin para el que es creado: «Hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma», según expresó San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales.
Las contribuciones a este volumen exponen:
- la doctrina de la Realeza de Cristo: su concepto como opuesto al de soberanía (Miguel Ayuso), sus antecedentes y presupuestos (John Rao), su codificación en la encíclica Quas Primas (Juan Fernando Segovia), su necesidad para las almas y las sociedades (Danilo Castellano) y su expresión a través de la revista Verbo (Luis María de Ruschi); y
- los obstáculos a la doctrina de la Realeza de Cristo: externos, como la secularización (Bernard Dumont), e internos, como ciertas disposiciones de la diplomacia vaticana antes del Concilio (Félix María Martín Antoniano) o su olvido después (Julio Alvear Téllez).
Como sintetiza Danilo Castellano, catedrático emérito de Filosofía del Derecho en la Universidad de Udine, la modernidad política, en cuanto «violación deliberada del orden natural«, ha proclamado el non serviam luciferino: «El desconocimiento o el abandono de la realeza social de Jesucristo esclaviza al hombre que había invocado la liberación absoluta«: quería librarse del yugo suave y la carga ligera (cf. Mt 11, 30) y cae aplastado bajo «los totalitarismos de nuestro tiempo» de diverso signo, ya sea en forma de campos de exterminio o abortos masivos, ya sea en forma de «derechos absurdos y reivindicaciones irracionales«.
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