
Seguimos reproduciendo la obra de don Eustaquio de Echave-Sustaeta. La presente selección se enfoca en la campaña realista en Navarra y su consecuente restauración. Como nota aclaratoria debemos precisar que el escritor centra buena parte de su obra en el Reino de Navarra y las provincias vascongadas y sólo secundariamente trata otras regiones, pues, como él mismo reconoce, su área de conocimiento se circunscribe a aquéllos. «Sin embargo —advierte el autor—, con el tiempo todo se andará, y esperamos que cuando este libro sea conocido en Cataluña, Aragón, Valencia, etc, etc, no faltarán escritores de allí que en los periódicos publicarán nuevos datos para completar nuestro texto, datos que podrían agregarse en forma de notas si se estampan nuevas ediciones».
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Como decimos en el artículo anterior, «el día 11 de diciembre de 1821 formará época memorable en los anales de Navarra. Entonces fue cuando los católicos realistas de este Reino salieron al campo, jurando defender hasta morir los intereses de Dios, los derechos del Rey y las leyes patrias del pueblo natal, o sean los Fueros de Navarra».
Que la restauración del régimen foral, abolido por la revolución de 1820, era objeto de los realistas de Navarra, lo prueba toda la documentación de aquella época, las afirmaciones de sus cronistas contemporáneos, las proclamas de los jefes militares y las alocuciones al país dirigidas por las autoridades civiles y del ejército realista.
Dice el cronista don Andrés Martín, tratando del alzamiento realista:
«¿Cómo era posible que la heroica Navarra amase una Constitución democrática que hacía pedazos las tablas de sus sabias y justas leyes; que mudaba sus buenos usos y costumbres, que aniquilaba sus Fueros y sepultaba para siempre sus más legítimos privilegios?».
La Junta Gubernativa dirigió una alocución excitando al levantamiento realista, que decía entre otras cosas:
«La Junta Gubernativa de Navarra á todos sus leales y generosos compatriotas:
»Navarros:
»La constancia en los trabajaos y peligros, ha sido siempre la grada recta para llegar a la cumbre del heroísmo y la única virtud que corona las más arduas y difíciles empresas. En los anales de nuestros padres, y en la época reciente de nuestros días, tenemos pruebas conducentes de esta verdad. ¿Qué sacrificios de todas clases no hicieron nuestros mayores por conservar sin detrimento su Religión, su Monarquía, sus Leyes y sus costumbres contra los Abderramanes y toda la secta agarena?
»¿Qué hubiera sido de la España toda en la invasión del tirano usurpador de la Europa (Napoleón) si nuestra constancia (única fuerza de nuestras armas) no hubiera sido una roca indestructible en que se estrellase todo el poder colosal del más ambicioso de los mortales?
»Pero con la firmeza de nuestro propósito, con el no importa y con la confianza en Dios y en la justifica de nuestra causa, opusimos constantes nuestra debilidad a la fuerza, peleamos con valor, vencimos y lograremos restablecer nuestra Religión y Monarquía, con todos los Fueros y costumbres legítimamente heredados de nuestros padres.
»Si alguno se complace en oír el mortífero canto de las sirenas, ¡qué de males y de llantos no le esperan en la vida presente y en la venidera! La Religión infalible de nuestros padres, sus máximas santas, sus nobles Fueros y costumbres, todo cae abajo, si triunfa por desgracia el soberbio sistema de la impiedad».
Firman la alocución don Joaquín Lacarra, don José Joaquín Mélida, don Manuel Uriz y don Francisco Benito Eraso, en el Cuartel general de Espinal.
Ahí está expuesto el espíritu foral del levantamiento realista de Navarra en 1821, y, sin perjuicio de insistir sobre esto citando varios textos, diremos algo de la parte civil y militar de aquella campaña.
Los primeros navarros que conspiraron para el levantamiento realista, fueron: don José Joaquín Mélida, ex abad de Barasoain y en aquel entonces canónigo de Zaragoza; don Francisco Benito Eraso, vecino de Garinoain, del estado noble; don Joaquín Lacarra, canónigo de Pamplona; don Juan Villanueva, teniente coronel retirado en Pamplona; don Manuel Uriz, del estado noble, vecino de Sada, y don Santos Ladrón de Cegama, teniente coronel retirado en Lumbier.
Empezaron a conspirar en el mes de Enero de 1821, y trabajaron en tales preparativos hasta el 21 de Diciembre del mismo año, que se echaron al campo.
La primera Junta Gubernativa la formaron los señores Lacarra, Mélida, Uriz y Eraso.
Sangüesa se adelantó al día del movimiento general, sublevándose el vecindario día 7 de Diciembre, destrozando la placa de la Constitución y tomando las armas todos los mozos.
El foco principal del levantamiento fue el valle de Orba, pues todos los párrocos lo iniciaron. En Sada y pueblos próximos se formó la primera columna compuesta de 250 infantes y algunos caballos, mandados por don Santos Ladrón, y tomaron la dirección de Estella. Al pasar por el pueblo de Campanas se les incorporó una partida de 100 hombres, todos mozos de Puente de la Reina, bien armados y con tambor batiente, mandados por don José Joaquín Mélida.
Otra columna, fuerte de 350 hombres, formada en Lumbier y pueblos cercanos, marchó a Roncal, mandada por don Juan Villanueva.
Así se hizo el levantamiento carlista y a los pocos días no había fusiles para los millares de voluntarios que acudían a la guerra.
No entra en nuestro plan hacer plan detallado de la campaña, pues nuestro objeto es probar el espíritu fuerista que la animó.
Pero queremos hacer constar que los jefes militares de ella fueron los que después más se distinguieron en la guerra carlista de los siete años. Como queda dicho, el general en jefe del levantamiento de 1821 fue don Santos Ladrón de Cegama, que luego, el año 1833, fue fusilado en Pamplona por haber iniciado el levantamiento carlista en la Rioja. Jefe realista fue también don Francisco Benito de Eraso, que después en el levantamiento carlista de 1833 fue el primer comandante general de Navarra, antes de que Zumalacárregui se presentara en campaña. Jefe realista también fue don Juan Guergué. El propio don Tomás Zumalacárregui fue teniente coronel del ejército realista de Navarra. El general Eguía, que desde Bayona imprimía dirección a los trabajos de los conspiradores navarros, el general O’Donnell y otros centenares de oficiales, que hicieron la campaña realista, después fueron carlistas en la guerra de los siete años. Únicamente el general realista don Vicente Quesada, que tan brillantemente mandó la División realista de Navarra, fue luego cristino y anticarlista furioso. Pero las excepciones confirman la regla general.
(…)
Durante toda la campaña realista del 1821 al 1823, las afirmaciones forales se revelaban en todos los documentos públicos. Con fecha 8 de Septiembre de 1822, la Junta de Gobierno de los realistas dirigió al país una alocución que no puede ser más fuerista. Decía, entre otras cosas:
«Navarros:
»Sabed que unos pocos individuos de la llamada Diputación de esta provincia que jamás fueron el eco verdadero de vuestra voz, fingiendo vuestro nombre contra vuestra voluntad legítima, quieren negociar su fortuna a expensas de vuestros últimos sacrificios.
»Unidos todos a nuestros designios con una heroicidad capaz de confundir a los perversos, habéis manifestado a la faz de la nación que los navarros jamás consintieron libremente el fatal trastorno de gobierno tan contrario a la pureza de su Religión y lealtad, como opuesto a la sabiduría de sus fueros, leyes y costumbres.
»Estos hombres despreciables, empapados en los principios del más impío y antisocial sistema, sólo aspiran a haceros partidarios contra el Trono y el Altar, a privaros aun el nombre de navarros cambiando el antiguo reino de Navarra por una mera provincia de Pamplona. ¡Ah! ¡Dónde está aquella sabia legislación de nuestros padres! ¡Dónde aquellos Supremos Tribunales de Justicia, aquellos Fueros, regalías, exenciones de toda especie de tributos y gabelas que gozabais en premio de vuestras virtudes! Todo lo habéis perdido y esto no obstante se empeñan en persuadiros que habéis ganado con la mudanza de gobierno».
Como verá el lector, no es posible mayor espíritu fuerista que el de esa alocución. En ella se proclama la existencia del Reino de Navarra, con sus Fueros, con sus leyes privativas, con sus Tribunales Supremos, en fin, con toda la organización de Reino independiente en territorio, jurisdicción y leyes.
Y los sucesos posteriores confirman esto y remachan el clavo. Cuando ya las armas realistas dominaron toda Navarra, y solo estaba Pamplona en poder de los constitucionales, la Junta Gubernativa de los realistas navarros creyó llegado el caso de registrar el mando en la diputación legítima foral, que era la nombrada por las Cortes de Navarra de 1818, y había sido disuelta por la revolución liberal de 1820.
Veáse el sano lenguaje fuerista que emplea, en el relato, el historiador de aquellos sucesos y colaborador de los mismos don Andrés Martín: «Creyó la Junta que era llegado el momento en que, restituidos los navarros al legítimo gobierno del Rey nuestro Señor, y el goce de sus sabias leyes, justos fueros y costumbres religiosas, debía sucederle en las atribuciones de su gobierno político la Diputación Permanente, según la forma legítima de sus antiguas instituciones, con este noble objeto convocó a Puente a los vocales que componían la Diputación de Navarra antes de la época infausta en que estalló la revolución en Pamplona».
El triunfo de la reacción realista fue un hecho. El día 3 de Septiembre de 1823 empezó el bombardeo contra Pamplona y hechos por los sitiadores los trabajos preparatorios para el asalto, no llegó a consumarse éste, porque la plaza se rindió el día 16 del mismo mes, quedando toda la guarnición liberal prisionera de guerra.
Aquel día entró el ejército realista, y la ciudad en masa le aclamó victorioso, celebrándose grandes festejos populares. Enseguida se instaló la Diputación Foral legítima y se establecieron todos los tribunales e instituciones privativas del Reino de Navarra. Y en los años 1828 y 1829 se reunieron en Pamplona las Cortes de Navarra, y ante ellas, el Virrey Duque de Castroterreño juró los Fueros de Navarra en nombre de Fernando VII.
Quedó, pues, restaurado este nobilísimo Reino, con sus fueros sus leyes privativas, sus Cortes, sus Tribunales, en fin, todo como antes de la Constitución de Cádiz, debiéndose la restauración foral al esfuerzo de los realistas que, derrocando el régimen constitucional en España, lograron que en todas partes resucitaren las antiguos instituciones, y en Navarra se restaurase el régimen foral en todos sus aspectos.
Probado que los realistas, antecesores de los carlistas, lograron la restauración Foral de Navarra por segunda vez, entraremos ya a relatar el alzamiento carlista de Octubre de 1833, y en todo él se verá palpablemente, lo mismo en el Rey que en el Ejército carlista, y que en el pueblo, el más acendrado espíritu foral.
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